Columna

Sonidos

Sin duda Monterroso tenía razón: pocas cosas como el Universo. Quizá sólo los calamares…

Cuando inauguró en Donosti el Peine de los Vientos, ahora se cumplen cuarenta años, despertaron curiosidad los respiraderos de aire y agua en el entorno diseñado por Peña Ganchegui. A mí me gustaron porque los surtidores que brotan de ellos cuando aprieta la marea pueden recordar el chorro de las ballenas: “¡Por allí resopla!”. Pero corría la leyenda de que los tubos estaban dispuestos de tal modo que en ciertas ocasiones el húmedo aliento que salía de ellos dejaba oír: “Askatasuna”, que no es el nombre de una deidad hindú sino la voz en euskera para “libertad”. Un amigo bastante impresionable...

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Cuando inauguró en Donosti el Peine de los Vientos, ahora se cumplen cuarenta años, despertaron curiosidad los respiraderos de aire y agua en el entorno diseñado por Peña Ganchegui. A mí me gustaron porque los surtidores que brotan de ellos cuando aprieta la marea pueden recordar el chorro de las ballenas: “¡Por allí resopla!”. Pero corría la leyenda de que los tubos estaban dispuestos de tal modo que en ciertas ocasiones el húmedo aliento que salía de ellos dejaba oír: “Askatasuna”, que no es el nombre de una deidad hindú sino la voz en euskera para “libertad”. Un amigo bastante impresionable se lo tomó en serio y en cuanto veía olas en Ondarreta corría al Peine para escuchar el mensaje marino. Volvía decepcionado, murmurando: “Yo sólo oigo brumm, brumm…”. Creo que se culpaba a sí mismo de perderse el milagro.

Ahora la gente interesada por esas cosas anda revuelta con las ondas gravitacionales, de las que sé poco (mejor: nada) salvo que su descubrimiento dicen que prueba un acierto centenario de Einstein. Juan Calaza sostiene con razones eruditas que no hay tal, pero yo prefiero creerlo: necesitamos héroes que no sean deportistas. Otro amigo se ha empeñado en hacérmelas escuchar por Internet. Como me conoce, advierte para que no me distraiga: “¡Es la música del universo!”. Presto toda la atención de que soy capaz, empeño mi escaso lado místico en la audición, pero lo que oigo me suena a una sartén donde están friendo calamares. Como supongo que será culpa mía, pongo cara de éxtasis y, tras rebuscar un rato, expectoro: “¡Sobrecogedor!”. Mi amigo asiente, con la satisfacción inconfundible del misionero que ha logrado bautizar otro caníbal. Sin duda Monterroso tenía razón: pocas cosas como el universo. Quizá sólo los calamares…

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