Informes verbales

Mi siquiera hay que poner los datos por escrito, con lo que te ahorras tiempo y papel

Por los años noventa, llegó destinada a Nápoles una fiscal que quiso poner orden en la ciudad. Los primeros meses los pasó revisando expedientes, merced a los cuales descubrió, entre otras muchas maravillas, que en la ciudad del Vesubio había 102 taxistas ciegos (que cobraban por las dos cosas, naturalmente; hubo uno que lo justificó diciendo que la semana anterior había ido a Lourdes y había recuperado milagrosamente la vista), y no menos de 5.000 personas que vivían de testificar en juicios a cambio de dinero, como es natural también. Su profesionalidad era tal que uno se había hecho una tar...

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Por los años noventa, llegó destinada a Nápoles una fiscal que quiso poner orden en la ciudad. Los primeros meses los pasó revisando expedientes, merced a los cuales descubrió, entre otras muchas maravillas, que en la ciudad del Vesubio había 102 taxistas ciegos (que cobraban por las dos cosas, naturalmente; hubo uno que lo justificó diciendo que la semana anterior había ido a Lourdes y había recuperado milagrosamente la vista), y no menos de 5.000 personas que vivían de testificar en juicios a cambio de dinero, como es natural también. Su profesionalidad era tal que uno se había hecho una tarjeta de visita en la que, bajo su nombre y su dirección, figuraba su especialidad: testigo ocular. No testigo en general, ni de oído; ocular, que es más meritorio.

Recordé esas historias napolitanas oyendo al testaferro de Rodrigo Rato, el todopoderoso vicepresidente económico de los Gobiernos de Aznar amén de presidente del Fondo Monetario Internacional y de Bankia, entre otros cargos directivos, todos agradecidamente remunerados, declarar que éste cobraba de sus empresas, dedicadas a la publicidad y con contratos con la entidad bancaria que Rato presidía, entre 40.000 y 50.000 euros por informe verbal realizado. De qué trataban esos informes y cuánto tiempo duraban, si 10 o 15 minutos, o una hora, en cuyo caso subiría el precio, supongo, es algo que el testaferro no declaró o, si lo hizo, yo no lo he visto en ningún periódico. En cualquier caso: trataran de lo que trataran y duraran el tiempo que duraran esos informes, no me negarán que el precio no es calderilla precisamente y menos teniendo en cuenta que ni siquiera hay que poner los informes por escrito, con lo que te ahorras tiempo y papel. Y secretaria, que dedicas a otros menesteres. Para ganar esa cantidad cualquier trabajador medio español necesita de uno a dos años, ocho horas de lunes a viernes, o sea, 40 horas a la semana.

Así que hay gente que se ha molestado mucho al conocer esa actividad de Rato, que no es nueva, por lo demás (en su mismo partido, un diputado, el pintoresco —por decir algo— Vicente Martínez Pujalte, y el exministro y actual embajador de España en Londres Federico Trillo ya habían sido descubiertos cobrando informes verbales a empresas eólicas), y pide que el juez lo meta en prisión por ello. Yo me conformaría con que le obligara a poner en sus tarjetas de visita su verdadera profesión, que no me atrevo a determinar, no vaya a ser que el que acabe en la cárcel sea yo. Si en Nápoles lo hacen no veo por qué aquí tenemos que ser distintos.

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