Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Las ruinas de Bilbao

Foto de Mario Recio Prado

Hoy muchas ciudades parecen recién estrenadas. Los cambios morfológicos, las iniciativas urbanísticas que mutan paisajes enteros, la proliferación de hitos artísticos que enaltecen sitios, las osadías arquitectónicas... Todo eso hace que las capitales que se postulan para ser competitivas en la gran feria mundial de las ciudades, es decir en el proceso de urbanización del capitalismo, aparezcan relucientes, esplendorosas, arrogantes..., nuevas.

En cambio, esos nuevos monumentos, la arrogancia de los volúmenes arquitectónicos, esas nuevas plazas, esos nuevos paseos..., en realidad son ruinas, extensiones desoladas en lo que fueron ciudades anteriores ahora desaparecidas. Bajo esos escombros de aspecto reluciente apenas se hallan algunos restos de una memoria diseminada, evocaciones múltiples que han sobrevivido a la colosal máquina de olvidar en que se ha convertido el urbanismo neocapitalista, un extraordinario dispositivo amnésico que borra todos aquellos elementos que pudieran considerarse superfluos, disfuncionales o contraindicados en relación con las metas ideológicas a alcanzar, al servicio de la construcción afectual, simbólica y escenográfica de una filiación identitaria que requiere la negación de lo que se fue y se continua siendo ahora en secreto, supresión de raíz de todo recuerdo impertinente o inútil en orden a producir una cultura urbana homogénea y una mística de la ciudad.

Bilbao es un buen ejemplo de ello. La gran operación de cirugía estética a que ha sido sometida en los últimos años no ha sido solo un ejemplo de reconversión en clave mercantil de las formas y funciones que constituían la ciudad, sino también elemento escenográfico a partir del cual promocionar algo parecido a un nuevo patriotismo urbano, a cargo de unos ciudadanos fascinados por el espejismo que habitaban y ávidos por colaborar en su sostén. Ese es el asunto sobre el que han versado publicaciones recientes, como los apartados dedicados a Bilbao en las compilaciones de Andeka Larrea, Euskal Hiria (ex-Liburak, 2012) y de Josepa Cucó, Metamorfosis urbanas (Icaria, 2013), y de manera monográfica, los libros de Joseba Zulaika, Crónica de una seducción (Nerea, 1997), y de Andeka Larrea y Garikoitz Gamarra, Bilbao y su Doble (Martxoak, 2007).

Una última crónica de la destrucción de Bilbao —por emplear la figura que propone Juanjo Lahuerta para otra ciudad (La destrucción de Barcelona, Mudito, 2008) — es La vieja Luna de Bilbao, de Joseba Zulaika (Nerea, 2015), en la que el autor teje una autobiografía que es también la biografía de la ciudad por la que merodean sus recuerdos. Todo trajina por las calles de un Bilbao que o ya no existe, transformada en los restos de un naufragio —el del propio Zulaika— entre el naufragio de toda su generación.

Zulaika habla de la resurrección de Bilbao, pero todo lo cuenta se antoja más bien la crónica de una agonía, el gigantesco estertor de un héroe de piedra y acero que es mostrado al mundo ahora como una grandilocuente parodia de sí misma. Recorriendo ese escenario de sombras relucientes que preside el Guggenheim, el autor reconoce a brincos nombres, obras y momentos que forjaron una ciudad que ya no es de hierro: la fundación y los avatares de ETA, Oteiza, la versión vasca de la teología de la liberación, Lucia y Fernando, Balenciaga, los paseos con Wilson, el asesinato de Ybarra, la poesía de Aresti, Yoyes, la Virgen de Begoña... Todo ello salpicado con un pensamiento que sazonan y desazonan William Blake, Kierkeggard, Unamuno, Zizek, Lacan... Todas esas imágenes y voces se interpelan unas a otras, como en un colosal cuarto de ecos. Zulaika nos recuerda sus recuerdos recorriendo una ciudad que se presume a sí misma nueva, cuando no puede ser mucho más que la sombra de su vieja luna, aquella a la que cantara alguna vez Bertolt Brecht.

Comentarios

Lo sucedido a Bilbao ocurre en multitud de ciudades, en especial las que poseen atractivo turístico. Me crié en una ciudad bellísima junto al mar, que entonces lucía orgullosa mansiones de estilo vasco,palacetes de copia francesa, chalets normandos, etc. etc Con el tiempo, las cuadrillas de destructores-constructores tiraron abajo casi todo. Solo unas pocas propiedades se salvaron, porque los herederos aún pueden pagar los impuestos. En su lugar nos edificaron esas conejeras de 20 / 30 pisos, todas iguales, que ahora ya son viejas, obsoletas, y, los niños que llegamos a conocer aquella otra ciudad, la añoramos cada día. Un grave error que dejamos cometer a los arquitectos que nada saben de las historias que se guardaban en aquellos recintos y que hoy solo viven en nuestra imaginación.
Buenas tardes. Voy a ser sincero. No me ha gustado nada el texto de Manuel Delgado. Las ciudades son el resultado y reflejo de las circunstancias históricas que las ha tocado vivir. Y Bilbao no podía ser menos. Ocurrió en la Baja Edad Eedia (fundación de la villa en 1300), volvió a ocurrrir a finales del siglo XIX con la la tardía industrilaización de la margen izquierda de la Ría y recientemente con las transformaciones de los últimos tiempos. Lo interesante de Bilbao, ahora como entonces, ha sido la capacidad de sus habitantes -población fruto del enriquecedor mestizaje- para saber coger el tren que pasaba delante de sus narices. Y no le des más vueltas. Tu comentario del Bilbao actual es, permíteme la licencia, como si dijeras que una persona al alcanzar la madurez es una ruina que esconde su pasado. ¿Cuál es la razón para idealizar el Bilbao anterior al Guggenheim?¿De qué Bilbao hablamos, del de la lucha de clases a principios del XX o del Bilbao opulento de la segunda época franquista? Y Bergante, con una visión burguesa posmoderna habla de un Bilbao lleno de palacetes; cómo se nota que nunca conoció barrios como Altamira (chabolismo), pueblos proletarios como Sestao, las aguas negras del Cadagua regando las Encartaciones y desembocando muy cerca de Bilbao.... Nos hemos vuelto uno pijos intelectualoides. La inmensa mayoría de los bilbaínos vivíamos en barrios obreros y esos sí que han mejorado muchísimo en este nuevo Bilbao. Un saludo e intentad hablar de la realidad de las cosas y no de ensoñaciones de las mismas. Un bilabíno que vive lejos de aquella ciudad gris, extremadamente sucia, con graves problemas de reconversión industrial y paro. con un problema tremendo de drogadicción, con barrios dejados de la mano de Dios, ....en la que creció y se hizo mayor en los años 70 y 80 del siglo XX. Nada que ver con el Bilbao de los palacios por doquier junto al mar.
Lo sucedido a Bilbao ocurre en multitud de ciudades, en especial las que poseen atractivo turístico. Me crié en una ciudad bellísima junto al mar, que entonces lucía orgullosa mansiones de estilo vasco,palacetes de copia francesa, chalets normandos, etc. etc Con el tiempo, las cuadrillas de destructores-constructores tiraron abajo casi todo. Solo unas pocas propiedades se salvaron, porque los herederos aún pueden pagar los impuestos. En su lugar nos edificaron esas conejeras de 20 / 30 pisos, todas iguales, que ahora ya son viejas, obsoletas, y, los niños que llegamos a conocer aquella otra ciudad, la añoramos cada día. Un grave error que dejamos cometer a los arquitectos que nada saben de las historias que se guardaban en aquellos recintos y que hoy solo viven en nuestra imaginación.
Buenas tardes. Voy a ser sincero. No me ha gustado nada el texto de Manuel Delgado. Las ciudades son el resultado y reflejo de las circunstancias históricas que las ha tocado vivir. Y Bilbao no podía ser menos. Ocurrió en la Baja Edad Eedia (fundación de la villa en 1300), volvió a ocurrrir a finales del siglo XIX con la la tardía industrilaización de la margen izquierda de la Ría y recientemente con las transformaciones de los últimos tiempos. Lo interesante de Bilbao, ahora como entonces, ha sido la capacidad de sus habitantes -población fruto del enriquecedor mestizaje- para saber coger el tren que pasaba delante de sus narices. Y no le des más vueltas. Tu comentario del Bilbao actual es, permíteme la licencia, como si dijeras que una persona al alcanzar la madurez es una ruina que esconde su pasado. ¿Cuál es la razón para idealizar el Bilbao anterior al Guggenheim?¿De qué Bilbao hablamos, del de la lucha de clases a principios del XX o del Bilbao opulento de la segunda época franquista? Y Bergante, con una visión burguesa posmoderna habla de un Bilbao lleno de palacetes; cómo se nota que nunca conoció barrios como Altamira (chabolismo), pueblos proletarios como Sestao, las aguas negras del Cadagua regando las Encartaciones y desembocando muy cerca de Bilbao.... Nos hemos vuelto uno pijos intelectualoides. La inmensa mayoría de los bilbaínos vivíamos en barrios obreros y esos sí que han mejorado muchísimo en este nuevo Bilbao. Un saludo e intentad hablar de la realidad de las cosas y no de ensoñaciones de las mismas. Un bilabíno que vive lejos de aquella ciudad gris, extremadamente sucia, con graves problemas de reconversión industrial y paro. con un problema tremendo de drogadicción, con barrios dejados de la mano de Dios, ....en la que creció y se hizo mayor en los años 70 y 80 del siglo XX. Nada que ver con el Bilbao de los palacios por doquier junto al mar.

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