EL ACENTO

Panorámicas desde un dron

Hay que mirar con cierto recelo el aparente esparcimiento de grabar imágenes con los pequeños artefactos voladores

SOLEDAD CALÉS

Naderías y minucias nos ocupan y acaso nos constituyen”, observó Ricardo Gullón a propósito de El Jarama, de Sánchez Ferlosio. El teléfono móvil, árbol de la comunicación personal, está desarrollando un tupido ramaje de banalidades que demuestran la obsesión por matar el tiempo a cualquier precio y con cualquier artefacto. Primero surgió en su torno el selfie, convertido en selfi por Fundéu, que es una autofoto pensada para inmortalizar la tensión hacia la sobreexposición pública que nos corroe (antes se llamaba exhibicionismo); luego apareció —es decir, se comercial...

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Naderías y minucias nos ocupan y acaso nos constituyen”, observó Ricardo Gullón a propósito de El Jarama, de Sánchez Ferlosio. El teléfono móvil, árbol de la comunicación personal, está desarrollando un tupido ramaje de banalidades que demuestran la obsesión por matar el tiempo a cualquier precio y con cualquier artefacto. Primero surgió en su torno el selfie, convertido en selfi por Fundéu, que es una autofoto pensada para inmortalizar la tensión hacia la sobreexposición pública que nos corroe (antes se llamaba exhibicionismo); luego apareció —es decir, se comercializó—, el palo para selfie (conocido como monopod entre los autofoteros), porque la negligente naturaleza no había previsto en el ser humano un brazo suficientemente largo como para tomar una foto a distancia. Ahora ha brotado el dronie. Consiste, para que se conozca el fenómeno en toda su profundidad, en hacerse un selfiedesde un dron. El interesado se compra un dron, un artefacto que es más que un juguete y menos que la nave espacial de David el Gnomo, monta en él una cámara (muchos vienen con ella) y puede autofotografiarse en picado, mientras maniobra con el dron, mirando al cielo. ¿Para qué? Pues es un misterio.

Un dronie es una chuchería del espíritu que, al igual que el selfie, revela el afán por contarlo todo de nosotros mismos, sobre todo cuando no hay nada que contar. Podría tipificarse como síndrome del escaparate. Con un dron armado de cámara pueden conseguirse panorámicas aéreas que harían palidecer de envidia a Peter Jackson (El señor de los anillos); pero no añade nada una foto. Es un lujo que se añade porque puede añadirse; es un juego de demostración que se agota en sí mismo.

Nada hay que oponer, faltaría más, a la explotación industrial de los mercados del dron y el selfie. Pero sí hay que observar que el dronie puede proyectarse hacia algo más que un juego. El mal uso de drones con cámaras —ya hay denuncias y advertencias— puede constituir una amenaza para la intimidad; algunos los utilizan como los prismáticos privilegiados para montar su propia Ventana indiscreta. Espionaje y comadreo, arraigados en la naturaleza humana, aconsejan mirar con cierto recelo el aparente esparcimiento de grabar con drones; y pedir una regulación legal más definida al respecto.

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