Editorial

Mas impone su juego

El presidente de la Generalitat hace otro regate táctico para salvar la discordia soberanista

Artur Mas ha vuelto a salirse con la suya: impone su juego sobre Esquerra Republicana y las entidades soberanistas que querían ir ya a las urnas para convertir las elecciones anticipadas en segunda vuelta del proceso del 9 de noviembre, y presentarlas como un referéndum sobre la independencia. Habrá anticipo electoral, pero después de las municipales y en el momento en que el mapa político español se esté moviendo. De aquí al 27 de septiembre van a pasar tantas cosas que habrá que ver cómo estará el espíritu plebiscitario que animaba al soberanismo hasta el 9-N; y qué será del caso Pujol, tan ...

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Artur Mas ha vuelto a salirse con la suya: impone su juego sobre Esquerra Republicana y las entidades soberanistas que querían ir ya a las urnas para convertir las elecciones anticipadas en segunda vuelta del proceso del 9 de noviembre, y presentarlas como un referéndum sobre la independencia. Habrá anticipo electoral, pero después de las municipales y en el momento en que el mapa político español se esté moviendo. De aquí al 27 de septiembre van a pasar tantas cosas que habrá que ver cómo estará el espíritu plebiscitario que animaba al soberanismo hasta el 9-N; y qué será del caso Pujol, tan nocivo para Mas, y de las tareas de la comisión de investigación del Parlament.

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La discordia entre los soberanistas de los dos últimos meses, por la que Mas ha pedido incluso disculpas, ha sido el elemento con el que ha presionado a sus socios de Esquerra y a sus amigos de la llamada sociedad civil para que cedieran en sus pretensiones. Una nueva representación pública de división era lo mismo que dar por terminado el proceso. Mas ha jugado con la destrucción mutua asegurada, al estilo de la bomba nuclear en la guerra fría.

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Bajo esta amenaza, sigue el pacto de legislatura; Esquerra traga con los presupuestos —adecentados para las exigencias de una nueva coyuntura en la que reaparece el eje derecha/izquierda—; resucitan las famosas estructuras de Estado que hay que construir a toda prisa en poco más de ocho meses; y, sobre todo, flamean gallardas las banderas patrióticas de los más altos simbolismos. La campaña empezará el 11 de septiembre, otra gloriosa celebración de la Diada, y la consulta será el 27 de septiembre, aniversario de la firma del decreto de convocatoria de la consulta. Estos motivos de vocación historicista serían en otras circunstancias sólidos argumentos para recomendar no celebrar elecciones ni campañas, por ser días cargados de significado, incluso partidista; pero ahora el presidente intenta sacar pecho con ellos.

No se ha cerrado el margen para que crezcan de nuevo los desacuerdos, notables en estos dos meses sin apenas debate sobre la independencia y de silencio de quienes se oponen a ella. Las listas serán separadas, con programa común independentista. Queda por ver qué papel tendrán las personalidades con las que Convergència pretendía disolver sus siglas ahora malditas, aunque lo presentara como una concesión. Este era uno de los mayores motivos de división; se evaporó en cuanto Esquerra cedió a Convergència.

El cansancio ciudadano es enorme, incluso entre el soberanismo más militante. Mas pide otros ocho meses, sobre todo porque es evidente que ahora se presentaría a las urnas sin balance, con las manos vacías, o llenas de palabrería. Es dudoso que en ocho meses consiga llenar el zurrón de su balance, pero al menos tiene margen para seguir con el regate diabólico de su juego táctico, acreditado ya por su eficacia para mantenerse a flote, y por la vaciedad de resultados y visión estratégica.

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