Columna

Olvido y sueño

Soñamos, mientras la multitud despedía al expresidente Suárez, que era posible, de nuevo, el paraíso del consenso

Tiene uno derecho al sueño, pero también existe el olvido. Ahora que España ha hecho su particular fe de errores con respecto a Adolfo Suárez, al que abandonó a su suerte en cuanto él fue traicionado por los suyos, se ha levantado entre los ciudadanos, los políticos y los comentaristas un muro de sueños.

Soñamos, mientras la multitud despedía al expresidente, que era posible, de nuevo, el paraíso del consenso. Ese sueño se hizo unánime y duró lo que aquí duran las unanimidades, lo que un chicle a la puerta de un colegio. De pronto parecía que Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, e i...

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Tiene uno derecho al sueño, pero también existe el olvido. Ahora que España ha hecho su particular fe de errores con respecto a Adolfo Suárez, al que abandonó a su suerte en cuanto él fue traicionado por los suyos, se ha levantado entre los ciudadanos, los políticos y los comentaristas un muro de sueños.

Soñamos, mientras la multitud despedía al expresidente, que era posible, de nuevo, el paraíso del consenso. Ese sueño se hizo unánime y duró lo que aquí duran las unanimidades, lo que un chicle a la puerta de un colegio. De pronto parecía que Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba, e incluso Cayo Lara y Rosa Díez, y los catalanes, menos Mas, iban a darle a la moviola y se iban a sentar en el mismo sofá en el que Felipe le daba candela al cigarrillo de Suárez y todos iban a escribir, en un papel cuadriculado, algunos renglones de lo que necesita consenso: educación, Constitución, territorio, esas cosas que antes se dilucidaban por la noche, como hacía Lope con sus obras, y se ponían en marcha al día siguiente.

La concordia es ya entre nosotros como el barco italiano, está escorada, no sirve para navegar, es un filamento de nada, se hundió
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Pero fue un sueño, tenía que ser un sueño; por un rato, la figura de Adolfo Suárez, agigantada después del olvido, escribió una nueva historia singular entre nosotros; hasta su lápida en Ávila lo decía, hizo posible la concordia. Pero la concordia es ya entre nosotros como el barco italiano, está escorada, no sirve para navegar, es un filamento de nada, se hundió. Se enderezó entonces, y para entonces, luego se ha esquinado como la navaja de aquellos cuentos de Borges.

Esa navaja que el español lleva dentro como un mal fario tiene ahora su residencia en las palabras ("las palabras como puños", que escribió Fernando del Rey) y en cuanto ya se levantó la veda que el propio Suárez dictó desde el silencio conmovedor de su despedida hemos vuelto a ser como éramos. Hasta los que echaron a Suárez por la ventana vinieron a reivindicar su espíritu de consenso, su acelerada visión del futuro de España, su encuentro histórico con la revelación que hizo posible su audacia: a España le hacían falta la solemnidad de algunas palabras, y él —con la inestimable ayuda, por ejemplo, de Fernando Ónega— las convirtió en normales.

León Felipe había dicho que acá Franco se había quedado con la pistola, pero los poetas y el exilio se llevaron la palabra. Con un tino que lo hubiera llevado a la hoguera —y quién sabe si no lo llevó a la hoguera…, a la que también pusieron leña los suyos—, el expresidente al que ahora despedimos reivindicó palabras que habían sepultado desde Franco a Arias ("un desastre sin paliativos", que dijo el Rey) y en este país se volvió a hablar como si la larga noche de piedra de Celso Emilio Ferreiro hubiera sido también el clamor del silencio que cantó Raimon. Fue el presidente de las palabras, en realidad, pues gracias a las palabras la gente se habla y se recuerda, y sueña. Pero como él supo muy pronto, cuando era consciente de ello, las palabras luego se las lleva el viento y se convierten en olvido. Sin metáfora alguna, a Suárez y a lo que supuso lo sometieron al olvido, y ahora vivimos, aunque hayamos despertado un ratito para decirle adiós, en ese olvido en cuyo cajón está metido el sueño de las palabras en este país en que el puño parece hablar más que la mano.

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