Las omisiones de Bill y Melinda

Foto: Fundación Bill y Melinda Gates.

A estas alturas del siglo podemos tener la certeza de que Bill Gates pasará a la historia por algo más que por permitirme escribir este texto en el ordenador. La fundación que dirige junto a su mujer, Melinda, se ha convertido en un verdadero transatlántico de la filantropía global. Sus recursos (en 2012 gastaron más en ayuda que Suiza, Italia o España) han revolucionado sectores tan complejos como el de la seguridad alimentaria o las enfermedades olvidadas, además de catapultar el debate público sobre la ayuda (la sección Planeta Futuro de este periódico es prueba de ello).

Así que no es de extrañar que su carta anual se convierta en una especie de encíclica que despierta las pasiones de admiradores y detractores en medio mundo. La de este año fue publicada la semana pasada y se centra en derribar "Tres mitos que frenan el progreso de los pobres". A saber: los países pobres están condenados a seguir siendo pobres; la ayuda es un despilfarro; y salvar vidas contribuye a la superpoblación. De forma simple pero contundente, Bill y Melinda despliegan datos y argumentos que recuerdan el camino sin precedentes recorrido hasta ahora (hoy mueren en el mundo la mitad de niños que en 1990) y el papel que la ayuda al desarrollo ha jugado en ello. Utilizando ejemplos cercanos como el escándalo de corrupción del Fondo Global contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria, los Gates insisten en lo que debería ser obvio: si los programas de lucha contra la pobreza solo fuesen posibles bajo el imperio de la ley y el buen gobierno, habría que limitarse a trabajar en Noruega.

Me pareció especialmente inspiradora la sección final de la carta, que firma la propia Melinda. Apoyándose en divulgadores de relumbrón como el estadístico Hans Rosling (soy fans), el texto demuestra el argumento contraintituivo de que la única forma de poner freno al crecimiento de la población mundial es asegurarse de salvar la vida de los niños y garantizar la emancipación de sus madres. Solo de este modo las mujeres aceptarán involucrarse en programas de control de la población y las familias podrán invertir sus recursos en la educación y el bienestar de los pocos hijos que tengan.

Así que es muy difícil estar en desacuerdo con que lo que dicen Bill y Melinda. El problema es lo que no dicen. En particular, su desconcertante omisión de la inequidad como una de las mayores amenazas que enfrentan las poblaciones pobres en todo el planeta (su barrio de usted incluido). La casualidad ha querido que la carta de los Gates fuese publicada la misma semana en la que Oxfam ha hecho público un demoledor informe (¡léanlo!) en el que describe el modo en que esta crisis ha acentuado el proceso de concentración de recursos y poder que se ha venido produciendo a lo largo de tres décadas. En países como China, Indonesia, India, Pakistán o Nigeria (un club que concentra la gran mayoría de la pobreza extrema del planeta), el 10% más rico de la población ha capturado durante los últimos años una parte desproporcionada de la renta nacional. Lo que es aún más importante, la concentración económica refleja una concentración de poder político que se traduce en leyes e instituciones al servicio de las élites y dificulta las posibilidades de que esto cambie en el futuro.

Tomen el ejemplo de México, uno de los países que -de acuerdo al álbum de fotografías de los Gates- más ha progresado en los últimos años. Los indicadores nacionales muestran una evolución sorprendente desde los años 90: la renta per cápita se ha multiplicado por tres, la mortalidad infantil ha caído a la mitad y el acceso a la educación secundaria supera el 84% de los alumnos. Sin embargo, quienes nacen en los Estados de Chiapas, Oaxaca o Guerrero tienen una esperanza de vida 10 años más baja que los habitantes de los barrios prósperos en México DF. Como en otros países con altos niveles de inequidad, la disparidad de ingreso de los mexicanos refleja un acceso desigual a la educación, la salud, la participación política y otros indicadores del bienestar.

Dicho de otra manera, el problema no es tanto que la pobreza no se haya reducido en estas dos décadas, sino que podría haberse reducido de forma mucho más rápida, evitando el sufrimiento y la muerte de millones. Las lecciones para nuestra estrategia en los próximos años son considerables.

En parte, las omisiones de Bill y Melinda están relacionadas con la confianza ciega que ponen en la combinación de ayuda e innovación. El texto incluye varias referencias a un nirvana tecnológico en el que científicos y cooperantes rescaten a los países pobres a base de vacunas y semillas mejoradas ("Los países seguirán el ejemplo de sus vecinos más productivos y sacarán el máximo partido de innovaciones (...) y la revolución digital."). No les culpo; ya digo que escribo esto gracias a Bill. Pero ignorar el peso del factor político en los problemas que quieren resolver es algo más que una ingenuidad. ¿Cuántas semillas necesitamos para poner fin al fenómeno del "acaparamiento de tierras", que solo en 2009 le costó a África tanta tierra productiva como en los 22 años anteriores? ¿Es posible garantizar el acceso a la salud cuando Bayer se refugia en las patentes para no crear “medicamentos para indios, sino para los que pueden pagarlos”?

Pero hay algo más. Reducir la brecha de inequidad supone, entre otras cosas, reformar un sistema fiscal que permite a empresas como Microsoft eludir el pago de sus impuestos y su responsabilidad ante las sociedades en las que opera. De acuerdo con el Africa Progress Report de 2013 –una iniciativa liderada por Kofi Annan-, solo en el sector de las industrias extractivas y a través del mecanismo de transferencia de precios (que permite a los inversores trasladar los beneficios a países con impuestos más bajos) África pierde cada año recursos equivalentes a toda la ayuda que recibe. He aquí un asunto del que Bill podría charlar esta semana con sus pares en la cafetería del Foro de Davos.

La Fundación Gates tiene un papel protagonista en el esfuerzo global contra la pobreza. Un papel por el que todos estamos agradecidos. La pregunta es si podría hacer aún más. Unirse a quienes tratan de evitar la polarización de nuestras sociedades y establecer reglas económicas globales más justas sería un paso en la dirección correcta.