Editorial

Los riesgos de Hollande

La vida amorosa del presidente francés destapa la debilidad de su sistema de seguridad

François Hollande, con popularidad bajo mínimos y en entredicho su autoridad para sacar a Francia de una aguda crisis económica, tuvo ayer ocasión de comprobar hasta qué punto las revelaciones sobre su idilio con una actriz han llegado en el peor momento. La multitudinaria conferencia de prensa para anunciar una esperada nueva política económica fue mediatizada por su complicada vida sentimental. El presidente francés rechazó responder preguntas sobre su ámbito privado.

Hollande ha cometido un error de juicio al creer que sus visitas nocturnas a la calle Du Cirque podrían mantenerse ocu...

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François Hollande, con popularidad bajo mínimos y en entredicho su autoridad para sacar a Francia de una aguda crisis económica, tuvo ayer ocasión de comprobar hasta qué punto las revelaciones sobre su idilio con una actriz han llegado en el peor momento. La multitudinaria conferencia de prensa para anunciar una esperada nueva política económica fue mediatizada por su complicada vida sentimental. El presidente francés rechazó responder preguntas sobre su ámbito privado.

Hollande ha cometido un error de juicio al creer que sus visitas nocturnas a la calle Du Cirque podrían mantenerse ocultas en la era de Internet, la vigilancia masiva y la hiperinformación. Lo que pudieron hacer durante años sus correligionarios François Mitterrand o Valéry Giscard d’Estaing, amparados por la soberanía del cargo y la autocensura de los medios, ya no es posible.

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Pero, aparte su imprudencia, el más grave riesgo de lo ocurrido es político, y atañe a elementos centrales de la seguridad del jefe de una gran potencia. Resulta sorprendente que el presidente haya realizado al menos una docena de escapadas como paquete en una motocicleta sin que nadie en el aparato del Elíseo estuviera al tanto de su paradero, más allá de dos dedicados guardaespaldas. Como lo es que los fotógrafos de la exclusiva pudieran trabajar a sus anchas desde un edificio vecino sin que nadie les molestase. La seguridad presidencial puede ser tan autónoma como describe el ministro del Interior, pero su laxitud supone un alto grado de irresponsabilidad institucional.

Una encuesta revela que la gran mayoría de los franceses considera la vida amorosa de Hollande un asunto estrictamente privado. Lo privado, sin embargo, lo es menos cuando puede comprometer la seguridad del Estado o de quien encarna su suprema magistratura. O cuando lo financia el contribuyente. Los mismos ciudadanos que saludablemente respetan esa intimidad no se muestran tan indulgentes ante el hecho de que la pareja oficial del presidente mantenga a costa del erario público un estatus de primera dama que en Francia no existe formalmente. Hollande, que anuncia una próxima aclaración de la situación de Valérie Trierweiler, quizá no deba de temer consecuencias públicas por su vida privada. Pero presumiblemente tendrá que redoblar sus esfuerzos para recuperar la credibilidad en los asuntos que realmente importan a los franceses.

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