Rock para millonarios

¿Pagaría usted 2.000 euros para ir a un festival de rock?

Piscina con wi-fi y clases de yoga, la última idiotez del rock, ese estilo que cada día deja más claro que si una vez existió algo parecido a una guerra de clases, esta la ganaron los ricos

Morning glory. Ellos tuvieron la idea.

Si el Primavera Sound impulsó en su momento la idea del desembolso a plazos de su abono (la consecuencia en algunos casos fue intentar la dación en pago de esa hipoteca cuando se acercaba el festival y arreciaba la crisis), algunos lugares parecen libres de este tipo de sofocos.

La banda de Kentucky My Morning Jacket parece tener claro que 2.500 almas pagarán entradas de hasta 2.599 dólares (casi 2.000 euros) para asistir a su cita. One Big Holiday, título tomado de una de sus canciones, es una especie de festival de cuatro noch...

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Si el Primavera Sound impulsó en su momento la idea del desembolso a plazos de su abono (la consecuencia en algunos casos fue intentar la dación en pago de esa hipoteca cuando se acercaba el festival y arreciaba la crisis), algunos lugares parecen libres de este tipo de sofocos.

La banda de Kentucky My Morning Jacket parece tener claro que 2.500 almas pagarán entradas de hasta 2.599 dólares (casi 2.000 euros) para asistir a su cita. One Big Holiday, título tomado de una de sus canciones, es una especie de festival de cuatro noches que acogerá el Hard Rock Hotel Riviera Maya entre el 26 y el 30 de enero. Un resort de pulserita, más que un festival. Centenares de fans de billetera ágil aflojarán esa cantidad para poder ver tres conciertos de su banda, además de asistir a actuaciones de The Flaming Lips o The Preservation Hall Jazz Band, entre otros, en ese hotel que también cuenta con sedes en otros paraísos (del brazalete púrpura con acceso a cubalibres y canapés) como Cancún y Punta Cana. “Haz tus maletas, busca a alguien para vigilar a tus mascotas y para regar tus plantas y únete a nosotros en estas vacaciones épicas en la playa”, rezan las líneas de promoción del evento. Los asistentes abandonarán sus apartamentos con parqué para disfrutar de esta “experiencia tropical en primera clase con un estilo rock and roll” que incluirá excursiones culturales, chapuzones (en océano y piscina con wi-fi) y clases de yoga.

La idea parece aterrizar la tendencia de los cruceros musicales de lujo (también explorados en España por el FIB, si bien más limitados a la zona VIP). Poco después de dejarse ver en las concentraciones Occupy Wall Street, Rivers Cuomo y compañía se sacaron de la chistera el The Weezer Cruise, que volverá a zarpar en febrero de 2014. Un crucero desde Jacksonville (Florida) hasta las Bahamas (otro paraíso, fiscal), con tres conciertos Weezer (uno de ellos en una isla privada del Caribe) que prometía yoga, karaoke y minigolf a cambio de precios que oscilaban entre los 1.000 y los 5.000 dólares (por la suite Penthouse). La misma idea estaba detrás del SS. Coachella, un doble viaje de Florida a las Bahamas y a Jamaica, en un barco en el que actuaban Hot Chip, John Misty y Pulp (sí, los de Cocaine Socialism), o del Love Letter Cruise, de R. Kelly, que levaba anclas desde Miami.

Cartel del próximo Weezer Cruise. Si se hunde el barco, las compañías de telefonía móvil se quedan sin banda sonora para sus anuncios.

Los boutique festivals abundan aún más en los círculos que retrataba Joe Cocker en aquella canción. Cuando Lord y Lady Rotherwick tuvieron la idea de utilizar sus tierras en Gloucestershire pronto se apuntaron al carro Alex James (bajista de Blur y amante de los quesos caros) y Jamie Olivier (el chef que había militado en la banda Scarlet Division, como Sergi Arola con Los Canguros, pero en las islas británicas). El primer ministro David Cameron, siempre con ese mimo hacia la sorpresa en el detalle, acudió al Cornbury Festival en 2008 ataviado con unas gafas Ray-Beri (imitación de las Ray-Ban que tantos festivales patrocinan, en una acción preñada de simbolismo rebelde), y a partir de entonces se conoció esa cita como Poshstock (“un punto de encuentro casero donde amantes de la música comparten placenteras copas de champán con superstars y rockers”, la aplicación en carne, hueso y césped de la canción de Pulp). Una liga en la que juega el Secret Garden Party o el Oya Festival de Oslo, entre muchos otros.

Cuando los B52’s cantaban Rock Lobster, seguramente no pensaban en las langostas que se podrían degustar en este tipo de citas del rock del colapso financiero.

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