Tribuna

Todos los políticos no son iguales

Cuanto más tarden los partidos en regenerarse mayor será la efusión populista

En la recámara populista aparece la bala de mercurio cuando las mayorías silenciosas dan por supuesto que todos los políticos son iguales, corruptos, desconectados del sentir de la calle, ineficaces, aprovechados y sumisos a los intereses de partido. Las crisis económicas multiplican la letalidad de la bala de mercurio, como están experimentando los Gobiernos de la Unión Europea y la certidumbre de Derecho que sostiene las sociedades abiertas.

Para las próximas elecciones al Parlamento Europeo, tiene probabilidades un escenario de crujidos sociales y fragmentación política. Todo va a su...

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En la recámara populista aparece la bala de mercurio cuando las mayorías silenciosas dan por supuesto que todos los políticos son iguales, corruptos, desconectados del sentir de la calle, ineficaces, aprovechados y sumisos a los intereses de partido. Las crisis económicas multiplican la letalidad de la bala de mercurio, como están experimentando los Gobiernos de la Unión Europea y la certidumbre de Derecho que sostiene las sociedades abiertas.

Para las próximas elecciones al Parlamento Europeo, tiene probabilidades un escenario de crujidos sociales y fragmentación política. Todo va a sumarse: la crisis del euro, las tentativas de fragmentación territorial, Norte contra Sur, la psicosis antigermánica, los mercados laborales, el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional, los particularismos, la banca en general, el recelo ante políticas inmigratorias angelicales, la tesis de que la Unión Europea no sirve para nada. La tan desgraciada escenificación de la troika como hombres de traje oscuro que desembarcan en un país soberano para exigir que cuadre las cuentas es un ejemplo consistente de cómo se le cede ventaja al populismo. En fin, el factor decisivo será si las nuevas precariedades de la clase media alteran el sentido de un voto que ha sido garantía de estabilidad y alternancia entre centro-derecha y centro-izquierda.

La urgencia fundamental de los grandes partidos para sobrevivir al oleaje populista ya es recuperar ese voto, seducirlo, convencerlo, fidelizarlo de nuevo, después de tantas ráfagas de viento. Dar garantía de estabilidad, generar confianza. En la vida política también se rectifica tras los escarmientos. Un voto masivo para la antipolítica obligaría a los partidos de mayor asentamiento a buscar una mejor capilaridad con los cambios sociales y con las nuevas dinámicas de la comunicación, con las jóvenes generaciones que se ven relegadas de la vida pública por un sistema de partidos poco permeable.

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Una vez más, la crisis puede convertirse en oportunidad creativa si la política acierta a reformularse con claridad y precisión. Cuanto más tarden los partidos políticos en regenerarse mayor será la efusión populista.

La crisis puede convertirse en oportunidad creativa si la
política acierta a reformularse con claridad y precisión

Un quehacer imperativo es distinguir, con hechos, entre el oportunismo y la política pragmática. En 1815, en la Francia posterior a los Cien Días de Napoleón y de la derrota de Waterloo, un sagaz librero parisino tuvo la iniciativa de editar un Diccionario de veletas. La circunstancia política daba para mucho porque en pocos años se habían producido una docena de cambios drásticos de régimen. El poder había pasado de unas manos a otras con frecuencia de vértigo y por eso el Diccionario de veletas fue un éxito, porque pasando de unas a otras manos el poder, con frecuencia iba a parar a las mismas manos, pero con distintos collares.

La acomodación no es un talante infrecuente en la política. La adaptación camaleónica a la realidad es mucho más fácil, sin duda, cuando se carece de convicciones articuladas, de sentido moral de lo público. Por la misma razón, la retórica populista se sirve de la antipolítica para desmarcarse en virtud de la naturaleza abusiva del efecto demagógico. Desde esta posición, todos los políticos son iguales y ya no valen la derecha ni la izquierda. Aquel Diccionario de veletas tuvo un grosor notable, con personajes centrales de tanta versatilidad como Talleyrand. No es un rasgo accidental de nuestros días que ni siquiera aparezca un Talleyrand, capaz de pasar de obispo a regicida, de Napoleón a la restauración monárquica, sin parpadear. ¿Fue veleta o tuvo, más allá del cinismo y la corrupción, un sentido de Estado? Fue un gran amoral muy eficaz. A su modo, sirvió a Francia y cobró de todas partes.

El político está obligado a saber hacia dónde soplan los vientos. Lo llamamos instinto político. Pero eso no significa que deba irse acomodando a todos los vientos ni, especialmente, a varias corrientes de aire a la vez.

El efecto veleta suele dar buenos resultados a largo plazo, pero a la larga lo que cuentan son la constancia y la coherencia, porque no todos los políticos son lo mismo. Para no salirnos de Francia, la distancia moral entre De Gaulle y Mitterrand es la que va del Ártico al Antártico. De modo equiparable, el trecho italiano entre De Gasperi y Berlusconi también es muy ilustrativo. Compárese a Maura con Lerroux.

En cualquier ámbito electoral, el populismo avala una indiscriminación del voto de castigo. Será como votar casi por retrovisor, desde un presente al que no se le ve futuro. El populismo tiene opciones para el triunfo efímero de la retórica, retórica sin sustancia. El demagogo populista se postula como la mejor de las conexiones con la voz de la calle, mientras los partidos al uso pierden credibilidad, en un deterioro al que no se le ve tope. Solo con ejemplaridad se podría contrarrestar la suposición de que todos los políticos son iguales. Por lo menos, como dice la fórmula orwelliana, unos son más iguales que otros.

Valentí Puig es escritor.

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