EL ACENTO

El tamaño del elefante

Lo que ha sucedido con la televisión griega ha pasado en Grecia, lógicamente, y no ha pasado y quizá no pase jamás aquí

SOLEDAD CALÉS

Estupor ha causado la decisión de las autoridades griegas de cerrar su radiotelevisión pública. Como nosotros también tenemos en las televisiones públicas elefantes desmadrados, no han cesado de surgir paralelismos, de los que alertaron los propios profesionales griegos. A los españoles, dijeron, les puede ocurrir lo mismo. Y a los portugueses, y a los italianos. Estamos en ese vagón, de modo que no es extraño que nos vean como reos de un futuro similar.

Aquí el elefante tiene patas en todas partes: en la Comunidad Valenciana, en Cataluña, en Euskadi, en Galicia, en Canarias, en Castill...

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Estupor ha causado la decisión de las autoridades griegas de cerrar su radiotelevisión pública. Como nosotros también tenemos en las televisiones públicas elefantes desmadrados, no han cesado de surgir paralelismos, de los que alertaron los propios profesionales griegos. A los españoles, dijeron, les puede ocurrir lo mismo. Y a los portugueses, y a los italianos. Estamos en ese vagón, de modo que no es extraño que nos vean como reos de un futuro similar.

Aquí el elefante tiene patas en todas partes: en la Comunidad Valenciana, en Cataluña, en Euskadi, en Galicia, en Canarias, en Castilla-La Mancha. En todas partes han crecido, al amparo de todo lo que era sólido, como dice Muñoz Molina en su libro más reciente; cada lugar ha querido tener su televisión, y los políticos las han sumado a sus organismos de poder y de propaganda. La televisión pública es una enorme tarta que tiene de público el dinero, casi exclusivamente, porque sus objetivos distan, en la mayor parte de los casos, de servir al ciudadano como hace, por ejemplo, la televisión pública estadounidense.

Aquí la televisión pública, la grande, pero también las pequeñas, se dedica a rivalizar con las privadas: se ha dedicado a comprar derechos deportivos para competir en audiencia con los monstruos mediáticos que dominan el mercado, y han diezmado su programación de servicio con el objetivo de acoger programas de dudoso interés general para conseguir que la gente se enganche a lo que ya dan aquellas que no tienen por qué responder a las mismas ambiciones sociales.

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El elefante, pues, se ha desmandado, y anda torpemente en un mundo que reclama más rigor en los presupuestos y más compromiso con lo público, que es lo que de veras interesa al ciudadano, genere o no grandes audiencias.

Lo que ha sucedido con la televisión griega ha pasado en Grecia, lógicamente, y no ha pasado y quizá no pase jamás aquí. Pero debe alertar a los que alimentan al elefante: ¿es adecuado el tamaño que tienen aquí las televisiones públicas? Y, sobre todo, ¿cumplen de veras con lo público o sirven para que el poder se suba a esos lomos del elefante desmedido y lo ponga a su servicio?

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