don de gentes

La Pantoja y su público

No sé por qué me pareció que los que increpaban a la cantante tenían cara de haber votado a Gil

Isabel Pantoja sale del juzgado de Málaga el martes tras conocer su sentencia condenatoria.J. Nazca

El pueblo llano, libre como siempre de toda culpa, acudió a las dependencias judiciales a gritar choriza a la misma tonadillera a la que gritó guapa el día en que enterraron a Paquirri. De pronto volví a ver a aquella otra Pantoja, a punto también de desvanecerse, con las obligadas gafas de sol de las folclóricas, dándole el último adiós al torero. La gente que compartía su dolor parecía la misma que esta semana la increpaba. De ahí me vinieron a la mente los días en que se destapó su romance con Julián Muñoz, el entonces alcalde de Marbella. Paseaban su amor en el Rocío, ese peregrinaje en el...

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El pueblo llano, libre como siempre de toda culpa, acudió a las dependencias judiciales a gritar choriza a la misma tonadillera a la que gritó guapa el día en que enterraron a Paquirri. De pronto volví a ver a aquella otra Pantoja, a punto también de desvanecerse, con las obligadas gafas de sol de las folclóricas, dándole el último adiós al torero. La gente que compartía su dolor parecía la misma que esta semana la increpaba. De ahí me vinieron a la mente los días en que se destapó su romance con Julián Muñoz, el entonces alcalde de Marbella. Paseaban su amor en el Rocío, ese peregrinaje en el que las famosas fuman vestidas de flamencas y se lavan los pies con coca-cola. De aquella romería, la parte de mi cerebro que almacena el detritus guarda la imagen de Muñoz meando de espaldas a una carreta. Dirán ustedes que he consumido mucha basura. Juro que no, que simplemente he vivido en España. Vivir es ver: cuando no es en la tele, es en la peluquería; cuando no, en los mismos periódicos. Quien no ha visto lo que cuento es porque habita en la pureza. Enhorabuena.

El recuerdo de la célebre meada del señor alcalde se funde con el de su esposa despechada, que a partir del momento en que sintió los cuernos en la cabeza empezó a ganar dinero en los platós televisivos. Al principio se centró en la cornamenta y en poner a caldo a “la otra”; esta siempre fue una dialéctica muy cañí, la de la legítima y la otra, aunque en otros tiempos este rancio argumento se salvaba gracias a la dignidad que le ponían a la copla Quintero, León y Quiroga. Pero en la actualidad, para pasarse un sábado o un viernes por la noche frente a la tele asistiendo a la indignación de una legítima hay que estar muy desesperado/a. Cuando, después de estos shows nocturnos, Zaldívar se encontró ante un juez, la imputada se vio en la obligación de explicar qué era aquello que había contado ante las cámaras de que su marido llevaba a casa bolsas de basura llenas de billetes. La exseñora de Muñoz confesó que había sido una invención provocada por el despecho. El juez ha concluido que, fuera o no fuera en bolsas de basura, la señora y el hermano de la señora, lejos de ser inocentes, habían procedido a lavar dicho dinero sucio. Sea o no sea esta la manera en que Muñoz procedía a meter el dinero en su domicilio, a mí lo de meter los fajos de billetes en bolsas de basura me parece de una gran coherencia estética. Eso de meterlo en maletines es más de James Bond. No creo que la película marbellí pertenezca al mismo género.

La chusma a la que muchos rieron las gracias malbarató en gran parte el pequeño paraíso marbellí
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Pero, seamos justos, la exseñora de Muñoz es un personaje de un culebrón que comenzó hace mucho más tiempo y en el que desfilaron una concejala socialista con labios como salchichas, un constructor que adornaba los retretes con mirós, la enigmática testaferra del constructor y toda una serie de personajillos de moreno acartonado que adornaban las noches marbellíes. Lo que había sido un pequeño paraíso, de microclima impagable y naturaleza a la medida de la felicidad humana, quedó en gran parte malbaratado por toda esa chusma a la que mucha gente rio las gracias y votó en las elecciones municipales. El caciquismo hortera fue inaugurado por Gil y Gil, ese personaje al que el pueblo mantuvo como alcalde 11 años, 11, y al que Tele 5 celebró con aquel programa llamado Las noches de tal y tal, en el que aparecía el dueño del Atlético en un jacuzzi rodeado de unas señoritas medio en bolas. A mí me parecía un espectáculo degradante, por lo que tenía de rijoso fundamentalmente, pero Gil le caía de puta madre a media España: le salvaban los castizos, los hinchas, le salvaba esa mayoría de votantes que le concedían el sillón de alcalde, le salvaban los famosos a los que agasajaba en su territorio mítico (incluido don Camilo J. Cela), le salvaban los periodistas del corazón y también la prensa deportiva, que hay que ver lo plañidera que se puso el día en que se murió. Busquen, busquen las necrológicas. No tienen desperdicio. “Era un hombre entrañable”, titulaban. Para que luego digan que toda la responsabilidad ha de colocarse sobre los hombros de la clase política. A mí nunca me pareció compatible que un individuo tuviera responsabilidad pública y apareciera en la tele rodeado de tetas. Aunque este razonamiento a muchos críticos de televisión de aquella época de exaltación de la pachanga y el cinismo les hubiera parecido carca. La estética hortera suele ser muy chivata, y lo de Marbella se veía venir. También, por cierto, el desnudo de la exconcejala socialista Olvido Hormigos en Interviú. Elena Valenciano no supo o no quiso ver que el vídeo de la masturbación era el arranque de una trayectoria que se resume en “yo con mi cuerpo hago lo que quiero”. Desde luego, chata.

Nunca me pareció compatible que un individuo tuviera responsabilidad pública y apareciera en la tele rodeado de tetas

En realidad, todo se presentía, pero es habitual que las personas razonables no se vean con fuerza para cambiar las cosas, o no se sientan en mayoría, o se desesperen, o se centren en lo suyo. El desvanecimiento de la Pantoja entre la muchedumbre que la insultaba puso en marcha el carrusel marbellí en el que giraban todos sus personajes. No sé por qué me pareció que los que la increpaban tenían cara de haber votado a Gil. Pero el recuerdo es engañoso, y la imaginación, ya se sabe, calenturienta.

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