Mi evangelizador vegetariano favorito

Solo existe un vegetariano del tipo evangelizador / brasa del que me confieso rendido fan. Se llama Morrissey, y es el 'vegetocapelotas' de la música por excelencia.

Matt

Hay dos clases de vegetarianos en el mundo. Los que simplemente han decidido no comer carne y los que, además de elegir esa opción alimentaria, la convierten en cuestión moral, atosigando y condenando a quienes no la practican.

Normalmente quiero más a los primeros que a los segundos. Parafraseando la coletilla que suelen usar algunos heterosexuales antes de expresar alguna opinión homófoba, diré que tengo muchos amigos vegetarianos, todos respetuosos y nada fanáticos. Ojalá pudiera ser como ellos, y que mi cariño por los animales fuera superior a la sucia lujuria que me despierta la id...

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Hay dos clases de vegetarianos en el mundo. Los que simplemente han decidido no comer carne y los que, además de elegir esa opción alimentaria, la convierten en cuestión moral, atosigando y condenando a quienes no la practican.

Normalmente quiero más a los primeros que a los segundos. Parafraseando la coletilla que suelen usar algunos heterosexuales antes de expresar alguna opinión homófoba, diré que tengo muchos amigos vegetarianos, todos respetuosos y nada fanáticos. Ojalá pudiera ser como ellos, y que mi cariño por los animales fuera superior a la sucia lujuria que me despierta la idea de un bocata de jamón o un pollo asado.

Solo existe un vegetariano del tipo evangelizador / brasa del que me confieso rendido fan. Se llama Morrissey, y es el vegetocapelotas de la música por excelencia. El excantante de los Smiths decidió prescindir de la proteína animal cuando era adolescente, en “el mayor gesto político que se puede hacer”. Después publicó con su grupo un beligerante clásico del pop vegano, Meat is murder (La carne es asesinato), y prohibió al bajista y al batería de la banda aparecer en los medios zampando chuletas o similares.

Puede que el británico haya logrado esta madrugada una pequeña pero histórica victoria para su lucha. Aunque al cierre de esta edición aún no había salido al escenario, y la prudencia se impone dada su afición a cancelar a última hora, estaba previsto que en su actuación en el emblemático Staples Center de Los Ángeles no se vendiera carne. El cantante, cuya vegetariana exigencia fue negada en el pasado a un semidiós como Paul McCartney, ya lo había avisado días antes: “La única cosa que arderá será mi corazón”.

Morrissey me gusta no solo por este tipo de declaraciones de diva romántica, o por la desquiciada adoración que siento por las canciones que firma. Sus posicionamientos sobre los animales destilan siempre una sarcástica misantropía con la que me identifico plenamente. “Me comería mis propios testículos antes de reunir a los Smiths, y eso es mucho decir siendo vegetariano”, afirmó en 2006. “Huelo carne quemada. Pido a Dios que sea humana”, dijo en el festival Coachella de 2009 cuando llegaron a su nariz aromas a barbacoa. Reconozco, eso sí, que a veces se le calienta un poco la boca: proclamar que los 67 muertos en el tiroteo de la isla noruega de Utoya “no son nada comparados con lo que pasa en McDonald’s y KFC cada día” quizá no fuera la manera más sensible de promover el vegetarianismo.

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