Ponga a dieta a su hija y haga dinero

Las historias de dietas extremas ejercen sobre mí el mismo atractivo perverso que las películas de terror

Las historias de dietas extremas ejercen sobre mí el mismo atractivo perverso que las películas de terror. Sufro por lo mal que lo pasan los protagonistas, pero no puedo evitar sentir una insana fascinación por el espanto de pasar días comiendo proteínas, pomelos, potitos o cualquiera de los locos alimentos con los que la gente se castiga para bajar de peso.

En la semana en la que hemos sabido que Ashton Kutcher acabó en el hospital tras purgarse como Steve Jobs, y que Pen...

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Las historias de dietas extremas ejercen sobre mí el mismo atractivo perverso que las películas de terror. Sufro por lo mal que lo pasan los protagonistas, pero no puedo evitar sentir una insana fascinación por el espanto de pasar días comiendo proteínas, pomelos, potitos o cualquiera de los locos alimentos con los que la gente se castiga para bajar de peso.

En la semana en la que hemos sabido que Ashton Kutcher acabó en el hospital tras purgarse como Steve Jobs, y que Penélope Cruz se está sometiendo al tratamiento más estrambótico de la década —“auriculoterapia”, o clavarse agujas en la oreja con el muy científico argumento de que esta “se asemeja a la forma del feto”—, ha llegado a mis manos un caso aún más espeluznante, que diría Pedro Piqueras. Es el de Dara-Lynn Weiss, una colaboradora del Vogue americano que puso a plan a su hija de siete años y decidió contárselo al mundo.

El primer paso lo dio en la propia revista en marzo del año pasado. En un artículo confesional exponía los motivos de su decisión: el pediatra de la niña había confirmado que estaba al borde de la obesidad —pesaba 42 kilos— y era necesario frenar su expansión. Entonces comenzaron las escenas de miedo. El Día de la Herencia Francesa le dejó sin cenar tras enterarse de que en la escuela había comido brie, chocolate y baguette. Le prohibió celebrar los “viernes de pizza” porque la cría la tomaba con ensalada de maíz. Y una vez en Starbucks le arrancó un chocolate caliente de las manos y lo tiró a la basura porque el camarero no supo decirle las calorías que tenía.

El texto, que iba acompañado de unas fotos en las que madre e hija aparecían delgadísimas y amiguísimas después del régimen, generó una gigantesca bola de odio en Internet: en el blog Jezebel describieron a Weiss como “la mujer más jodida y egoísta que ha aparecido nunca en Vogue” (y mira que el listón debe de estar por la estratosfera, añado yo). A rebufo del escándalo, esta señora acaba de publicar un libro, titulado The heavy, con la versión maxi de su drama.

Por si no lo tenías claro, ojeándolo compruebas que Weiss es una pija con un serio trastorno alimentario. Choca que acuse a Vogue de sus inseguridades: si estas revistas fomentan desvergonzadamente el infrapeso, ¿qué hacías publicando allí, querida? Pero lo que más me gusta es que defienda la obra como una manera de “continuar el debate”: esta debe de ser la nueva forma de decir “hacer caja con la conversión de mi hija en una futura anoréxica”.

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