Editorial

Menos peso en Europa

España pierde presencia en el mando de la UE, pero la solución no es la protesta aislada

La abstención del ministro español de Economía, Luis de Guindos, en la votación sobre el sustituto de Jean-Claude Juncker al frente del Eurogrupo pretendía lanzar una señal de alarma en la UE. Pero no será muy efectiva hacia los socios europeos, a los que se dirige como protesta por la menguada presencia española en puestos relevantes, porque ha quedado como un gesto solitario, y con escaso eco en la arena comunitaria.

Constituye más bien un motivo de alarma para la ciudadanía española. Sobre todo porque forma parte ya de una larga secuencia de fracasos. Primero fue la pérdida del puest...

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La abstención del ministro español de Economía, Luis de Guindos, en la votación sobre el sustituto de Jean-Claude Juncker al frente del Eurogrupo pretendía lanzar una señal de alarma en la UE. Pero no será muy efectiva hacia los socios europeos, a los que se dirige como protesta por la menguada presencia española en puestos relevantes, porque ha quedado como un gesto solitario, y con escaso eco en la arena comunitaria.

Constituye más bien un motivo de alarma para la ciudadanía española. Sobre todo porque forma parte ya de una larga secuencia de fracasos. Primero fue la pérdida del puesto que en el directorio del Banco Central Europeo venía desempeñando José Manuel González-Páramo, vacante a la que Madrid presentó un buen profesional de perfil inadecuado. Luego, la incapacidad de alcanzar las compensaciones solicitadas al frente del Fondo de Rescate y, ahora, del Eurogrupo.

El aislamiento europeo de España es lamentable. Y lo es más por cuanto la queja del Gobierno por la insuficiente representación en las instituciones está justificada, aunque existe alguna lógica compensatoria en el movimiento pendular: hasta hace muy poco había un número notable de avezados dirigentes y profesionales españoles al mando de la política exterior, de la política financiera de la Comisión, de la Eurocámara y en el BCE. Ahora hay más candidatos a los puestos relevantes, pero entre una cierta reducción y la mínima presencia actual hay un buen trecho. Sobre todo porque otros, como Francia, han logrado preservar el apoyo del que disponían. Y mantener, a veces en ocasiones también adversas (como el escándalo Strauss-Kahn) su influencia en la OMC, el FMI o el propio BCE.

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También es adversa la situación objetiva que debe superar este país para continuar presente —más que en los vagones del tren europeo— en las locomotoras institucionales. La profunda recesión en la que está inmerso, su apelación al rescate de la UE para el sistema financiero y las dudas aún no despejadas sobre el futuro económico inmediato no son la mejor carta de presentación y de influencia.

La calidad de los jugadores —en este caso, el Gobierno— se revela especialmente cuando en el juego diplomático carecen de buenas bazas. Por eso haría bien en refrenar los lamentos y examinar errores e insuficiencias, para encontrar aliados y salir de esta situación en Europa.

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