Columna

¿El fin?

Los que con más fervor presagian el fin de este oficio son esos que probablemente no distinguen entre comunicación y periodismo

Somos muchos los que vivimos con inquietud eso que han dado en llamar el fin del periodismo. Incluso los convencidos de que el oficio de contar la verdad es hoy más urgente que nunca. Ese mantra de moda, “el periodismo se acaba”, es repetido cansinamente hasta por aquellos que no son lectores empecinados de prensa. Cuando hablo de empecinados, me refiero a los que amamos los periódicos tanto como para leer varios al día. Los que con más fervor presagian el fin de este oficio son los inagotables amantes de la comunicación, esos que probablemente no distinguen entre comunicación y periodismo, co...

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Somos muchos los que vivimos con inquietud eso que han dado en llamar el fin del periodismo. Incluso los convencidos de que el oficio de contar la verdad es hoy más urgente que nunca. Ese mantra de moda, “el periodismo se acaba”, es repetido cansinamente hasta por aquellos que no son lectores empecinados de prensa. Cuando hablo de empecinados, me refiero a los que amamos los periódicos tanto como para leer varios al día. Los que con más fervor presagian el fin de este oficio son los inagotables amantes de la comunicación, esos que probablemente no distinguen entre comunicación y periodismo, como muy bien hacía el otro día en un discurso para subrayar la maestra Soledad Gallego Díaz; aquellos que creen que por estar conectados 24 horas, recibiendo links, clickeando likes en facebook, trasteando en panfletos o al tanto de twitter, están a la vanguardia de la información. Y no.

Mi admirado Mikel Iturriaga contaba el otro día en su blog que una web falsa de Casa Tarradellas había anunciado la fabricación de un paté especial en homenaje a Abidal, el jugador del Barcelona que padece un cáncer de hígado. Iturriaga reconoció haberse tragado el macabro bulo y alertó contra el peligro de leer y propagar informaciones falsas. También hay periodistas que mienten, dirán algunos. Desde luego, como hay buenos y malos profesionales de la medicina. Este debate me recuerda a aquella época en que estaba tan en boga atacar la medicina tradicional a favor de la “alternativa”. La alternativa era la que aportaba una humana modernidad, mientras que la tradicional era esa antigualla sostenida por el corporativismo médico. Nada tengo en contra de los tratamientos que no sanan pero reconfortan, pero, ay, si se trata de una enfermedad seria, que en periodismo sería una guerra o una crisis aguda como la nuestra, mejor ponerse en manos de profesionales.

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