Educar en y para el decrecimiento

La escuela no puede seguir ajena a los grandes desafíos y problemas fundamentales que marcan la vida del siglo XXI

La escuela instituto Mercé Rodoreda de Barcelona, el pasado septiembre.Gianluca Battista

Es necesario, urgente y clave educar en y para decrecer ante un modo de vida insostenible para el planeta, para la especie y para las futuras generaciones. Debemos escuchar el grito de los jóvenes y del planeta también en la escuela. “¡Sin planeta, no hay futuro!”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, gritan los jóvenes en las manifestaciones contra el cambio climático, el agotamiento de los recursos y el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra.

Esta lucha también ha llegado al ámbito del profesorado y de las comunidades educativas. Entre otros, el movimiento “...

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Es necesario, urgente y clave educar en y para decrecer ante un modo de vida insostenible para el planeta, para la especie y para las futuras generaciones. Debemos escuchar el grito de los jóvenes y del planeta también en la escuela. “¡Sin planeta, no hay futuro!”, “¡Ni un grado más, ni una especie menos!”, gritan los jóvenes en las manifestaciones contra el cambio climático, el agotamiento de los recursos y el deterioro de las condiciones de vida en la Tierra.

Esta lucha también ha llegado al ámbito del profesorado y de las comunidades educativas. Entre otros, el movimiento “Profes por el futuro” plantea acciones concretas para poner en práctica los valores de respeto y cuidado del medio ambiente en el día a día escolar, fomentando el contacto con la naturaleza y el entorno próximo, incorporar los principios de sostenibilidad y decrecimiento en la gestión de los centros escolares (eficiencia energética, autoconsumo eléctrico con placas solares, economía circular, reutilización de materiales, reciclaje en el aula, disminución de los plásticos, etc.), extendiendo el uso de la bicicleta o las rutas peatonales como elemento de transporte escolar en entornos urbanos cercanos, accesibles y seguros para el alumnado desde infantil.

La escuela no puede seguir ajena a los grandes desafíos y problemas fundamentales que marcan la vida del siglo XXI. Como si el aprendizaje en la escuela estuviera destinado para pasar exámenes y no para la vida. Vemos como poco o nada se abordan contenidos en la escuela y en las universidades relacionados con el consumismo y la obsolescencia programada, con la globalización económica neoliberal, con las consecuencias de la huella ecológica de quienes habitamos el mundo rico que se salda con la usurpación de los recursos de otros territorios y de las próximas generaciones; o con la deuda ecológica y de cuidados, con la reducción del valor de las cosas a lo monetario, con el capitalismo depredador, con la desigualdad que produce esta economía de forma estructural, con el ecofascismo que crece socialmente, con la cultura patriarcal en que se sostiene, con el poder y el control impuesto por las transnacionales y las grandes tecnológicas, etc.

¿Qué es el decrecimiento?

El decrecimiento es un movimiento político, económico, social y educativo que defiende reducir la producción material y del consumo para asegurar la supervivencia del planeta y de las futuras generaciones. Estamos agotando un planeta que no tiene recursos suficientes para dar satisfacción a los deseos que generan los medios y la publicidad y vivir como en los países del norte.

Es una enmienda a la totalidad del sistema económico, social y mental del capitalismo. Exige una reducción redistributiva democrática de la producción y el consumo, empezando por los países industrializados, como un medio para lograr la sostenibilidad ambiental, la justicia social y el bienestar comunitario. La ecología sin conciencia de clase es jardinería.

El decrecimiento representa una manera de relacionarnos con el mundo, con la naturaleza, con las cosas y los seres que pueda ser universalizada. No pretende sustituir a las contestaciones históricas al capitalismo. Sino que plantea que cualquier alternativa y superación del capitalismo debe ser decrecentista, como también debería ser antipatriarcal o antirracista.

No se trata de vivir todos en la miseria, ni renunciar a las conquistas de la ciencia y la técnica y volver a vivir en las cavernas. Son caricaturas que nada tienen que ver.

La finalidad no es decrecer absolutamente, sino hacerlo de forma equitativa y justa hasta unos ritmos que se acoplen a los ciclos naturales y permitan que todas las personas y pueblos del mundo cubramos nuestras necesidades básicas de forma respetuosa con el ecosistema planetario.

Tampoco se plantea que quienes no llegan a fin de mes tengan que decrecer, ni que los países del sur tengan que ser los primeros en decrecer. Se trata de priorizar el decrecimiento en los escenarios de despilfarro insostenible, asegurando un reparto justo y garantizando condiciones de vida dignas para todas las personas.

Además, no todo tiene que decrecer. Debe conllevar un crecimiento exponencial de la vida digna, los servicios públicos, el tiempo de relación, la cultura, el bien común, los cuidados y la solidaridad colectiva, etc. Es decir, aquello que hace que la vida sea buena y cada vez más humana y justa.

Educar en y para el decrecimiento

El decrecimiento requiere una seria descolonización del imaginario mental y colectivo en el que hemos sido formados. Implica des-aprender el pensamiento único capitalista neoliberal y re-aprender una nueva forma de socialización educativa que anteponga el mantenimiento y cuidado de la vida y el bien común a la obtención de beneficios de unos pocos. Des-normalizar el deseo y el consumo como forma de realización y de felicidad. Educar en una ciudadanía consciente y capaz de comprometerse con la justicia ecosocial, la igualdad, el cuidado de los demás y del planeta.

Sabemos que únicamente la ruptura con el sistema capitalista, con su consumismo y su productivismo, puede evitar la catástrofe. Pero nos negamos a asumirlo porque este capitalismo y la ideología neoliberal que lo alimenta han colonizado incluso nuestro imaginario mental y utópico. La emergencia climática y ecológica es el síntoma, pero la enfermedad es el capitalismo. En definitiva, capitalismo o vida.

No podemos educar como si nada de esto estuviese pasando. Esta descolonización debe ser el corazón de todos los centros educativos, de todas las materias escolares y todas las actividades educativas, de todo el currículo escolar y de la socialización en casa y en la calle.

Pero también de todo el currículo universitario en la formación inicial del profesorado en las Facultades de Educación, con un currículo transversalizado por el decrecimiento, donde se eduque al futuro profesorado en cooperar desde la praxis y la materialización de la cooperación en la propia docencia universitaria, donde se desarrolle una formación lenta frente a la aceleración y se forme para la desobediencia civil crítica frente al capitalismo y el modelo neoliberal y ecofascista, donde se eduque para una cultura de paz y solidaridad internacional que impida las guerras, genocidios y barbarie ante las que nuestros estudiantes y profesorado universitario se están rebelando, con las acampadas por Palestina, recuperando la voz crítica de los jóvenes y denunciando la complicidad del silencio y las declaraciones sin actuaciones de las instituciones y los gobiernos. En definitiva, hemos de educar para el compromiso con el bien común.

“Se trata de enseñar a vivir más simplemente, para que los demás puedan vivir simplemente”, como explico en mi último libro Pedagogía del Decrecimiento.

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