Opinión

La coz y el martillo

Necesitamos que nuestros políticos sean como ese viajero atento que escucha, confía y cree en la educación como bastión del progreso

Ilustración de Gulliver atravesando Lilliput en un pasaje de la obra de Jonathan Swift 'Los viajes de Gulliver'.Getty Images

Algunos martillazos duelen más que otros, pero los que recibe la educación hieren especialmente, ya que nos va la vida en ello. La escuela aguanta esos repetidos embates cual caballo herido, dando coces y creando, arrinconada, fortines de resistencia en cualquier lugar de los centros. En ellos perviven saberes y valores, custodiados por cerberos en forma de docentes que guardan el inframundo que otrora fue templo admirado, t...

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Algunos martillazos duelen más que otros, pero los que recibe la educación hieren especialmente, ya que nos va la vida en ello. La escuela aguanta esos repetidos embates cual caballo herido, dando coces y creando, arrinconada, fortines de resistencia en cualquier lugar de los centros. En ellos perviven saberes y valores, custodiados por cerberos en forma de docentes que guardan el inframundo que otrora fue templo admirado, también, por políticos y gobernantes: eran nuestras pequeñas bibliotecas de Alejandría.

Ahora todo es diferente. Nada se parece a ese universo infranqueable y resplandeciente con el que Gulliver se topó, por ejemplo, cuando llegó al país de los Houyhnhnms, en la cuarta parte de la novela de Jonathan Swift Los viajes de Gulliver. Se encontró allí el azaroso viajero con un mundo de caballos sabios y respetuosos que no conocían las armas e ignoraban cualquier forma de violencia. No necesitaban recurrir a posiciones extremas, a combates con artilugios bélicos ni a cruzadas para imponer su cultura. La coz por una palabra a destiempo no existía.

Hoy, sin embargo, si un visitante que desconociera nuestro mundo se interesara por la escuela y la Universidad como lugares de paz y guardadores de aprendizajes y conocimientos compartidos, se toparía antes con el ulular que provocan los martillazos de una política que las cuestionan, en el ardor del entredicho. Le costaría dilucidar la cándida esencia que las salvaguardaba en otros tiempos. Es probable, de esa manera, que no fuera capaz de captar el sentido de la educación y que incluso la farfulla incesante lo llevara a poner en duda la necesidad de unas instituciones así, que provocan tanto revuelo.

Gulliver, en nuestra era, se extrañaría ante el afán por enterrar una ley educativa sobre otra; se sorprendería por propuestas como por ejemplo el veto parental, que ponen en entredicho los cimientos constitucionales en los que se apoya la educación como bien público; se lastimaría ante la visión de una escuela que sigue sin encontrar su espacio social ante el ruido creado para desviar la atención hacia la extravagancia o el desorden que intenta conducir hacia un mayor número de votos.

Gulliver, en nuestra era, se extrañaría ante el afán por enterrar una ley educativa sobre otra; se sorprendería por propuestas como por ejemplo el veto parental

Se extrañaría también el marinero al encontrarse con multitud de docentes actuando como caballos nobles crispados que recurren con lógica desesperación a las coces porque siguen creyendo que la escuela es siempre una tabla de salvación en épocas de crisis. Gulliver no entendería por qué se sospecha de ellos, por qué se ha perdido la confianza en su labor y su autoridad moral.

Le causaría, por otra parte, incredulidad (y tal vez rechazo) la idea de que los yahoos, esos seres salvajes parecidos a los humanos que describe Swift en este mismo capítulo de su obra, ganaran espacio para hacer negocio con la educación de la sociedad y para defender ideas distorsionadas de libertad como las que se defienden desde determinadas posiciones ideológicas en el mundo en que vivimos.

Pero como los caballos siempre han sido concebidos como animales nobles, Gulliver se retiraría del país de los Houyhnhnms esperanzado. Sacudiría de sus oídos, tras esquivar alguna que otra coz, el ruido de los martillazos. Ignoraría a los primitivos yahoos y seguiría confiando en esa sociedad resistente que necesita creer en la escuela para no naufragar a la deriva.

Nuestro mundo reclama la existencia no tanto de más caballos repletos de sabiduría ―que siempre los habrá―, sino de más marineros como el que inventó Jonathan Swift para su reveladora novela. Necesitamos que nuestros políticos sean como ese viajero atento que escucha, confía y cree en la educación como bastión del progreso, ya que dejar el poder en manos de determinadas posiciones conduce a la vulneración de derechos y a la asfixia de las libertades fundamentales que se encuentran custodiadas en la escuela. Si ello ocurre sin que se le ponga remedio, las coces ecuestres de defensa ya no serán suficientes como desesperadas muestras de movilización, y se seguirá atentando con martillazos contra el más importante pilar de nuestra democracia.

Albano de Alonso Paz es profesor de Lengua Castellana y Literatura y director del instituto San Benito de Tenerife.

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