Los profesores vascos paran para reclamar más seguridad en las aulas y más docentes
Los convocantes cifran en un 70% el seguimiento de la huelga mientras el Gobierno regional reduce el porcentaje al 45%. Muchas familias se han sumado a la protesta
El País Vasco, la comunidad que más dinero invierte por alumno de toda España (un 63% más que Madrid, que está a la cola), sin embargo es la única región ―junto con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla que gestiona el Ministerio de Educación― que empezó el curso sin el profesorado extra contratado en los centros. Ese es uno de los motivos por los que una parte importante del claustro de la escuela p...
El País Vasco, la comunidad que más dinero invierte por alumno de toda España (un 63% más que Madrid, que está a la cola), sin embargo es la única región ―junto con las ciudades autónomas de Ceuta y Melilla que gestiona el Ministerio de Educación― que empezó el curso sin el profesorado extra contratado en los centros. Ese es uno de los motivos por los que una parte importante del claustro de la escuela pública y concertada ―del 45% al 70%, según a quien se pregunte―ha ido este martes a la huelga para reclaman más recursos sanitarios y formativos, menguar las ratios de alumnado y mayores previsión y contrataciones. Euskadi va a recibir en las próximas semanas 87,2 millones de euros del fondo covid para inversiones en educación.
Natalia Gardeazabal, profesora en la ikastola de Deusto, recalca el valor de su lucha: “O salimos a la calle a pedir lo que es de justicia o dejan de lado la escuela pública”. La jefa de estudios del colegio público Miguel de Cervantes, Estíbaliz Urquizo, habla de “improvisación” y de “encaje de bolillos” al referirse a cómo han tenido que adaptarse. “Parece que nos quejamos por quejar”, expone en una pequeña cancha interior reconvertida en sala de operaciones para que los docentes organicen el curso. “Tenemos la caja a cero”, se lamenta sobre un suelo lleno de flechas y marcas, porque han tenido que adelantar el gasto de los recursos pertinentes para encarar esta nueva era educativa. “Esto tenía que haberse previsto desde mayo”, recalca en un espacio donde aquellos juguetes tan demandados por los más pequeños siguen apartados.
El País Vasco no es el único lugar en el que existe tensión entre la Administración y el claustro. En Madrid, hay convocada una huelga para los días 22 y 23 de septiembre ―fue pospuesta como margen de confianza al Gobierno regional en el comienzo de curso― por idénticos motivos, pero su posible éxito peligra pues se han decretado unos servicios mínimos de casi un 100%. Mientras en Cataluña los sindicatos alertan de movilizaciones, sin descartar la huelga, ante la falta de recursos y de docentes. Y en paralelo, este miércoles arrancan los tres días de huelga que ha convocado el Sindicato de Estudiantes en los centros de secundaria y FP de toda España (públicos y privados), pero su impacto resulta incierto con gran parte del grupo forzado a seguir las clases desde casa.
El parón convocado por los sindicatos para la enseñanza no universitaria, que afecta a unos 300.000 estudiantes vascos, ofrece varias lecturas, según a quién se consulte. Miren Zubizarreta e Irati Tobar, representantes respectivamente de los sindicatos ELA y LAB, aplauden que las familias se han adherido a la causa. Los cinco sindicatos convocantes han cifrado en un 70% el seguimiento del parón entre el profesorado y calculan que hasta 17.000 profesionales se han sumado en toda la región. Una de sus críticas pasa por los servicios mínimos que ha instaurado el Gobierno vasco, tildados de “abusivos”. Los centros debían garantizar el 100% del servicio de limpieza y comedor y el 75% en aulas especiales, además del responsable de covid-19, entre otras. El lehendakari, Iñigo Urkullu, ha criticado la huelga al entender que genera “tensión e inseguridad” y ha pedido “arrimar el hombro”. Su Ejecutivo ha reducido al 45% la estimación de acogida de la convocatoria.
Unos chavales apuran sus últimos instantes de libertad antes de entrar al colegio. A esta decena multicultural de alumnos del centro público de Basurto (Bilbao) la une la escuela y un balón, curiosamente del PSG, cuyo jugador Neymar ha denunciado el más reciente episodio de racismo. La jornada de huelga no ha implicado que sus padres los dejen en casa. Alguno protesta porque preferiría tener el martes libre, pero uno de sus amigos interrumpe, solemne: “A mí me gusta venir al cole”. Nadie lo mira como si estuviese loco: en el fondo, todos tienen ganas. Pero faltan muchos, como dicen Mónica de Jesús y Begoña Ebro, dos madres que han llevado a sus hijos a las aulas. Ambas dicen comprender las reivindicaciones del profesorado, pero creen que los perjudicados son los niños: “Han pasado demasiado tiempo sin clase”. La escuela también acoge a esos menores cuyas familias trabajan o no pueden dejarlos con los abuelos.
Leire Toledo, que deja a sus niños en el colegio de Indautxu, asume las quejas del gremio pero explica que no tiene más remedio: trabaja y no es época de recurrir a los abuelos. Uno de los menores es el único de su clase que ha acudido. Espera, dando vueltas sobre sí mismo, en un patio con pocos zapatos sobre ese cemento pintado. Tanto las profesor de Indautxu como Estíbaliz Urquijo explican las dificultades de esta huelga: ya no sirve mezclar alumnos de distintas clases o cursos. Aquello de “aulas burbuja” se lleva a rajatabla. Por eso en el Cervantes han tenido que buscar profesionales para cuidar individualmente a quienes este martes se han quedado sin compañeros.
Las quejas planteadas por las anteriores voces se convierten en consignas de pancartas y megáfonos en la manifestación convocada por las calles de las capitales de provincia vascas. Ortzi Ortiz de Gárate, de 15 años, se ha unido a la marcha bilbaína porque cree “irresponsable” juntar a tanta gente en los centros educativos. “No estoy dispuesto a infectarme y contagiar a mi abuela, que tiene varias enfermedades”, sentencia. Maren Durán y Nagore Olalbe, de 17, claman por solidarizarse con los docentes y “darles voz”. Las filas de la concentración, con miles de personas separadas y con mascarillas, avanzan bajo un sol de justicia, como la que se exige hacia profesores y estudiantes que se sienten desamparados.
Un padre y una madre que se han unido a la manifestación con sus dos hijos indican que estos “son los grandes olvidados”. Andrea Vicente y Rafael Ibáñez insisten en que durante la cuarentena quedó claro que faltaban recursos en las aulas; también profesionales. “El profesorado hace lo que puede”, insisten. Mientras, sus rubísimos niños comen unas galletas a modo de almuerzo en este recreo tan extraño, ruidoso y multitudinario. Han preparado un cartel de cartón y colorines en el que se lee: “No somos recortables”.
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