La seguridad es lo primero, pero las escuelas están para educar

Es necesario hacerse cargo de unos alumnos que han tenido una experiencia educativa desigual durante el período de confinamiento

Alumnos del Colegio Corazonistas de Valladolid durante su primer día de clase del curso 2020-21.NACHO GALLEGO (EFE)

Con todo el debate y lógica preocupación en las últimas semanas de garantizar la seguridad del alumnado (aulas, medir distancias, elaborar protocolos...) parece haber quedado en un segundo plano, en la reapertura de las escuelas, lo que es obvio que debía ser lo primero: los docentes no son “sanitarios” ni “canguros” —como decía, con gracia, el consejero andaluz—, las escuelas están para educar. Desde luego, hay...

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Con todo el debate y lógica preocupación en las últimas semanas de garantizar la seguridad del alumnado (aulas, medir distancias, elaborar protocolos...) parece haber quedado en un segundo plano, en la reapertura de las escuelas, lo que es obvio que debía ser lo primero: los docentes no son “sanitarios” ni “canguros” —como decía, con gracia, el consejero andaluz—, las escuelas están para educar. Desde luego, hay que asegurar unas condiciones que no favorezcan el contagio; pero lo primero es hacerse cargo de unas alumnas y alumnos que no han tenido contacto con la escuela y sus compañeros desde hace seis meses.

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La dimensión pedagógica es, pues, prioritaria. En primer lugar, reencontrarse con los amigos del colegio, posiblemente en un ambiente de compañeros enmascarados a quienes no se les permite acercarse o abrazarse, requiere una especial gestión socioemocional. En el regreso a las aulas, hay que cuidar el “reenganche” de los alumnos, particularmente en secundaria, la posible falta de motivación en algunos o el riesgo de abandono.

Reconstruir la comunidad en el interior de la escuela y del aula, donde la interacción cara a cara no es lo mismo que a través de la pantalla de la tableta o del móvil. La buena enseñanza es una experiencia íntima, de generación de relaciones que, ahora, la distancia de seguridad entre mesas o el uso de mascarilla pueden impedir. En fin, la interacción pedagógica con los compañeros y con el docente es insustituible.

En segundo lugar, es necesario hacerse cargo de unos alumnos que han tenido una experiencia educativa desigual durante el período de confinamiento. En el plan de centro, en paralelo a la incorporación de los protocolos de seguridad, habría que cuidar las programaciones generales anuales con la necesaria flexibilidad en las áreas curriculares y asignaturas para primar los aprendizajes imprescindibles. No se puede comenzar repasando donde nos quedamos o si se han asimilado las tareas durante el confinamiento como si nada hubiera pasado. A medida que las escuelas han cerrado se han evidenciado las desigualdades en las oportunidades de aprendizaje y los servicios críticos que los centros proporcionan a nuestros estudiantes, especialmente a aquellos más afectados en sus hogares por la recesión económica.

Será preciso, particularmente en los contextos más vulnerables, detectar y hacerse cargo de los déficits socioculturales, pero no haciendo lo mismo de siempre. En un contexto donde el alumnado ha pasado la última parte del curso escolar aprendiendo remotamente con un contacto limitado con los maestros y docentes, no se pueden mantener las expectativas previas de cobertura curricular. Porque, en general, excepto experiencias parciales, no se han proporcionado durante el verano oportunidades para mitigar la pérdida de aprendizajes.

Es el momento, de acuerdo con la autonomía de cada centro escolar, de hacer unas adecuaciones curriculares, primando las competencias fundamentales. Repensar lo que “vale la pena” enseñar en la escuela, un currículum escolar integrado, en línea con las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, con unas disciplinas al servicio de competencias y la alfabetización científica y lingüística. Más que los temas académicos que se quedaron sin impartir o aprender, deben importarnos los aprendizajes de fondo o de largo alcance, necesarios para moverse en la vida.

Todo ello requiere una acción conjunta del profesorado, el apoyo de las familias, a través de los consejos escolares y el liderazgo pedagógico de los equipos directivos, a veces con escasas posibilidades en los centros públicos. Por eso, es el momento del reconocimiento, apoyo y confianza en nuestros docentes y centros, para que —con autonomía y profesionalidad— tomen las decisiones pedagógicas más oportunas de acuerdo con los contextos de sus centros y aulas.

Antonio Bolívar es catedrático de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada

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