Un Mefistófeles que puede ayudar a avanzar a la UE
Si no invertimos en fortalecer el modelo social, y en particular en los buenos empleos, el proyecto europeo se debilitará
En un artículo anterior mencioné que el presidente norteamericano Donald Trump podría ser una bendición para la Unión Europea. Soy consciente de que esta idea tiene algo de tentación fáustica, en el sentido de pensar que lo malo puede servir para perfeccionar lo bueno. Pero esta idea, muy presente en la teodicea cristiana, tiene manifestaciones...
En un artículo anterior mencioné que el presidente norteamericano Donald Trump podría ser una bendición para la Unión Europea. Soy consciente de que esta idea tiene algo de tentación fáustica, en el sentido de pensar que lo malo puede servir para perfeccionar lo bueno. Pero esta idea, muy presente en la teodicea cristiana, tiene manifestaciones en la historia, la economía y la literatura. Una de ellas es el Fausto de Goethe. Contiene un Prólogo en el cielo en el que el Mefistófeles, un demonio, reta a Dios, argumentando que los hombres creados a su imagen y semejanza son inherentemente complacientes y corruptibles. Para demostrarlo, apuesta su influencia sobre el Dr. Fausto, un erudito que busca perfeccionar su conocimiento. Dios consiente que Mefistófeles actúe como una fuerza que al estimular el mal evita que Fausto caiga en la complacencia. Tengo para mí que Donald Trump es un Mefistófeles que puede ayudar a avanzar a la UE.
El acuerdo comercial entre el presidente estadounidense y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, ha sido visto como la demostración de que Mefistófeles Trump ha conseguido corromper los valores de la UE por un plato de aranceles. Para muchos europeos este acuerdo es una humillación. También muchos no europeos que veían en la UE el punto de resistencia de la democracia liberal a los caprichos autoritarios del nuevo Rey Sol se han sentido defraudados. Josep E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, ha señalado que no se entiende que un bloque económico como la UE se someta a un presidente estadounidense imprudente y movido exclusivamente por obsesiones personales. Para él, los valores europeos son demasiado importantes como para ser negociados con un dirigente como Trump. Dani Rodrik, economista prestigioso de Harvard y Premio Princesa de Asturias, recordando su juventud en Estambul, cuando su generación veía en las democracias europeas los modelos a imitar, se pregunta dónde buscará ahora la juventud del mundo un mensaje esperanzador.
Esta frustración posiblemente sea un poco exagerada. No toma en consideración la existencia de lo que los clásicos llamaban la Ley de las consecuencias imprevistas (y no deseadas) de las decisiones humanas. Quizás el ejemplo más conocido es la idea de la “mano invisible” de Adam Smith. En la Teoría de los sentimientos morales (1759) afirmó que los hombres, a pesar de su egoísmo y rapacidad natural y de que solo buscan su propia conveniencia, son llevados, bajo determinadas condiciones, por una mano invisible a trabajar por el interés de los demás.
La guerra comercial de Trump ha tenido ya consecuencias inesperadas en Europa. Una es haber puesto fin a la etapa de inocencia europea: la creencia ingenua en un orden comercial basado en reglas justas no ha permitido ver el uso fraudulento de esas reglas por China; la confianza fantasiosa en que se puede comerciar de buena fe con un rival ideológico sin que acabe chantajeándote ha llevado a la dependencia energética de Rusia; la ilusión de que puedes dejar tu defensa y seguridad en manos de los amigos no ha permitido ver la dependencia de Estados Unidos. Tengo la convicción de que el final de la inocencia europea traerá una Unión más pragmática y fuerte.
Otra consecuencia inesperada es la creación de una “crisis óptima”. Este concepto fue acuñado por el economista norteamericano de origen alemán Albert O. Hirschman. Crisis lo suficiente intensas como para generar reacciones y esfuerzos de mejora, pero no tan profundas como para destruir las capacidades y recursos necesarios para esa reacción. La covid creó una crisis óptima: dio lugar a la creación de los Fondos Next Generation y a la primera emisión de deuda comunitaria. La guerra comercial de Trump ha creado una crisis óptima que ya está reconfigurando los sistemas de pago y el uso de las monedas de reserva. Un ejemplo es la decisión del BCE de poner en marcha el euro digital, que permitirá disponer de un medio de pago europeo que rivalizará con los sistemas actuales, de origen norteamericano.
Ahora bien, tengo el temor de que no se logre aprovechar del todo esta crisis óptima. El fortalecimiento del proyecto europeo tiene que apoyarse en sus fortalezas, no en sus debilidades. Sin duda, hay que aumentar las capacidades de seguridad y defensa. Pero estas políticas no fortalecerán por sí solas la cohesión de la UE. El verdadero cemento europeo es su modelo social —educación, empleo, salud— y los valores que lo sustentan —libertades, derechos humanos, tolerancia—. Si no invertimos en el fortalecimiento del modelo social, y en particular en los buenos empleos, el proyecto europeo se debilitará. En su lúcido libro sobre La crisis del capitalismo democrático, Martín Wolf, responsable de opinión del influyente diario económico global Financial Times, sostiene que el nuevo contrato social para la renovación del capitalismo y la democracia tiene que incorporar una garantía pública de empleo para toda persona que queriendo trabajar, y estando en condiciones de hacerlo, no encuentra un empleo digno en el sector privado. Esta garantía pública de empleo tiene que ser un nuevo bien público de la UE.
El modelo social europeo no es un obstáculo para la competitividad. Contra esta tentación ha advertido Mario Draghi. En su discurso del Premio Carlos V de la Fundación Yuste, en junio pasado, después de recordar la larga historia de los esfuerzos para la construcción de la unidad europea, afirma: “Pero ahora nos enfrentamos a cuestiones fundamentales sobre nuestro futuro. A medida que nuestras sociedades envejecen, nuestro modelo social se pone cada vez más a prueba. Al mismo tiempo, y quiero decirlo al principio de este discurso, para los europeos el mantenimiento de altos niveles de protección social y redistribución no es negociable”. Unos meses más tarde, en el Informe sobre la competitividad europea, volvió sobre esta idea: “La competitividad no debe consistir en utilizar la represión salarial para reducir costes. Se trata más bien de incorporar los conocimientos y las competencias a la mano de obra”. Pone a Suecia como ejemplo de la compatibilidad entre un modelo social fuerte y altos niveles de productividad.
De forma imprevista y sin quererlo, Trump es un Mefistófeles que puede ayudar a la UE a perfeccionar el proyecto europeo y a mantenerse como faro para todas las personas que mantienen la esperanza de un mundo mejor. Solo así, la UE podrá jugar un papel importante en el triángulo del nuevo orden mundial del siglo XXI, como vértice democrático frente al autoritario de Estados Unidos y el totalitario de China.