La otra guerra de Putin: la disciplina fiscal
El Kremlin ha aceptado enfriar su economía tras las alertas del banco central de que su colosal gasto militar la había sobrecalentado y corría el riesgo de una crisis mucho más grave
Era septiembre de 2022, algo más de medio año después de que Vladímir Putin ordenase la invasión total de Ucrania, cuando la presidenta de la Comisión Europea dio la economía rusa por colapsada. “Aeroflot deja sus aviones en tierra porque no tiene piezas de repuesto. El ejército ruso utiliza chips de lavavajillas y neveras para reparar su equipo militar porque se ha quedado sin semiconductores. La industria rusa está en ruinas”, proclamó...
Era septiembre de 2022, algo más de medio año después de que Vladímir Putin ordenase la invasión total de Ucrania, cuando la presidenta de la Comisión Europea dio la economía rusa por colapsada. “Aeroflot deja sus aviones en tierra porque no tiene piezas de repuesto. El ejército ruso utiliza chips de lavavajillas y neveras para reparar su equipo militar porque se ha quedado sin semiconductores. La industria rusa está en ruinas”, proclamó Ursula von der Leyen mientras los países europeos regaban a Gazprom con euros a espuertas por el temor a un desabastecimiento de gas en invierno. Europa no había aprobado aún muchas de sus sanciones actuales y su ayuda militar a Kiev era irrisoria y llegaría después a cuentagotas, pero Bruselas confiaba en que bastaría con sentarse y esperar a un colapso ruso que no llegó. Hoy, sus aviones siguen volando con piezas de contrabando y su ejército recibe ingentes cantidades de drones, mientras la economía muta en una economía de guerra y aguanta con una cara factura que pagan sus ciudadanos.
La clave, para los expertos de economía rusos, tiene dos palabras: “equilibrio presupuestario”. Hoy arden las refinerías rusas bajo los ataques de los drones ucranios y se desploman sus ingresos; escuelas, hospitales y carreteras se quedan sin fondos; y Vladímir Putin acomete una nueva subida masiva de impuestos que negó antes de asumir su quinto mandato presidencial el año pasado. Sin embargo, sus cuentas le bastan para prolongar la guerra pese a que la factura la pague su población.
La economía rusa ha vivido tres años de sobrecalientamiento por el gasto militar y ahora se encuentra en una fase de enfriamiento inducida por el banco central con la aprobación de Putin.
La guerra se come en torno al 40% de los presupuestos federales y la gobernadora del Banco Central de Rusia, Elvira Nabiúllina, ya advirtió en 2023 de que la economía rusa estaba “sobrecalentada” por la espiral provocada por el gasto bélico. Los imbatibles salarios que comenzó a ofrecer el Kremlin para reclutar soldados y potenciar las fábricas de armamento arrastraron al alza los salarios del sector privado y privaron a la economía civil de trabajadores suficientes.
En las calles rusas, donde menos de un 1% de la población ganaba más de 100.000 rublos mensuales antes de la guerra [un mileurista al cambio con 12 pagas], de pronto brotaron los carteles de alistamiento con sueldos de 200.000 rublos mensuales más una prima de varios millones por firmar un contrato con el ejército.
Según Rosstat, el salario mensual promedio en Rusia en términos nominales en diciembre de 2024 fue de 128.665 rublos, unos 1.300 euros, un 21,9% más que en 2023. Paradójicamente, el salario mínimo son 19.242 rublos [200 euros] y la pensión media ronda los 23.500 rublos, los 230 euros, según el Fondo Social Ruso.
Y al mismo tiempo la inflación se ha disparado en paralelo. Los precios han subido un 8% interanual al cierre de septiembre, según las estimaciones oficiales del banco central. Su objetivo es reducirla al 7% a finales de año, siete veces más que el crecimiento del PIB, y la inflación acumulada desde el comienzo de la guerra ronda el 25%, según los datos oficiales.
La cuestión es si las cifras oficiales representan mínimamente las reales. Los precios de alquileres, alimentos y, sobre todo, productos importados, como tecnología, se han encarecido mucho más.
El proyecto Tsení Segodnia [Precios hoy, en ruso] recoge la evolución de muchos productos desde 2022. La leche se ha encarecido en general más de un 60%; el café, más de un 100%; el pan de molde más barato de la tienda, más de un 30%. El alquiler ha subido en Moscú al menos un 44%, según el portal Restate. Y los precios de móviles, coches y cualquier producto importado se ha llegado a duplicar debido al cambio del rublo y los sobrecostes que implica su transporte de contrabando a través de terceros países o enviarlos en tren desde Asia, más caro que en barco.
Así comenzó la transformación de la economía rusa en una pseudoeconomía de guerra donde comenzó a llover el dinero sin una producción civil sostenible detrás. Había riesgo de crear una crisis sistémica, y al dispararse la inflación el banco central subió bruscamente los tipos de interés hasta el 21% a finales de 2024. Ahora, con la economía más fría, las tasas están en el 17% y su objetivo es llevarlas a la horquilla del 12% siempre y cuando el Kremlin controle el déficit en sus presupuestos.
“La cuestión es la estabilidad futura. La situación exterior no está mejorando, el mercado laboral interno sigue con muchos problemas, y no podemos esperar a que el sobrecalentamiento continúe indefinidamente. Necesitamos algún tipo de estabilización”, manifiesta por teléfono Sofía Donets, economista jefe de T-Investments. “Pero estabilidad, como sabemos, generalmente significa bajo crecimiento”.
El Gobierno ruso espera un crecimiento algo superior al 1% este año frente al 4,3% del pasado. El objetivo era enfriar la economía al 2%, pero su ralentización ha sido mucho más vertiginosa de lo esperado y la inversión se ha desplomado. El Ministerio de Finanzas prevé un crecimiento del 1,5% en 2026.
Además, los precios suben pese a la crisis de la industria civil. De los 20 sectores manufactureros que indexa la agencia de estadísticas gubernamental Rosstat, solo cuatro no se contraen. Tres de ellos están vinculados directamente con el ejército, y otro, el sector aeroespacial, tiene una importante unión con la producción de drones.
Las estadísticas oficiales descartan una recesión técnica por el momento y apuntan al “aterrizaje suave” del que habla el Kremlin. Sin embargo, los cálculos del Instituto VEB apuntan a que la economía se contrajo un 0,6% tanto en el primer como en el segundo trimestre si se tienen en cuenta los efectos estacionales. Es decir, Rusia ya estaría en recesión.
No obstante, el desarrollo económico siempre ha sido secundario para el Kremlin. Lo importante es la previsibilidad.
“Si analizamos la política rusa de los últimos 20 años, nos damos cuenta de que el crecimiento del PIB nunca ha sido un objetivo prioritario. Puede deberse a sus particularidades políticas, a la ausencia de los efectos pronunciados que provoca un ciclo electoral”, opina Donets, cuyos pronósticos apuntan a un crecimiento inferior al 1% del PIB este y el próximo año.
“Las medidas que adoptó el banco central gracias al sólido respaldo del Kremlin han evitado que el sobrecalentamiento previsto para 2024 se agravase y, probablemente, derivara en una crisis mayor y más grave a finales de este año o en 2026”, opina por su parte Christopher Weafer, director ejecutivo de la consultora MA Micro Advisory, especializada en la región euroasiática.
Ambos expertos remarcan que, si se mantiene el estatus quo actual, Putin no tendrá excesivos problemas para cuadrar sus presupuestos. Por su parte, el economista Vladislav Inozetmsev estima que el Kremlin puede mantener su gasto militar al menos un año más.
Donets reconoce que “existen riesgos, como en cualquier economía sometida a una presión prolongada debido a las circunstancias geopolíticas, pero es una política económica equilibrada. El déficit no ha superado el 2,5% del PIB en los últimos años”.
Weafer señala por su lado que la deuda pública actual rusa ronda el 17% del PIB y cubrir su déficit presupuestario con nuevos créditos en los tres próximos años elevaría su techo al 30%, un porcentaje “aún muy bajo según los estándares internacionales”.
No obstante, se aprecian algunos cambios en el líder ruso por primera vez en el cuarto de siglo que ostenta el poder. “Putin era muy conservador con el endeudamiento y se ha vuelto keynesiano, ahora puede ver beneficios en el gasto militar para la economía en general y apoya el uso de la deuda para financiar tanto el déficit como el crecimiento”, afirma Weafer.
¿Una economía planificada?
El entonces jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, redujo Rusia a “una gasolinera y un cuartel” en el año 2022. El difunto senador estadounidense John McCain llamó al país hace años “una gasolinera con armas nucleares”.
La realidad es que el Kremlin ha logrado reducir su dependencia de los hidrocarburos. “El petróleo y el gas representaban el 55% de los ingresos presupuestarios en 2010. Este año, representan el 24%”, remarca Weafer.
“En parte se debe a la fuerte caída de las ventas de gas a Europa y a algunos descuentos en el petróleo [a países amigos]. Pero, sobre todo, al fuerte crecimiento de los impuestos no petroleros a medida que la economía se ha diversificado”, añade el experto.
El Kremlin no tiene otra alternativa. Sus presupuestos recogen un descuento del 40% en el precio que ofrecerá a China por su gas respecto a los clientes que aún le quedan en Europa. Además, la “aliada” Pekín importa mucho menos volumen que lo que compraba el bloque comunitario. Rusia espera exportar a China 56 millardos de metros cúbicos desde 2027 frente a los 155 millardos que vendía a Europa antes de la guerra.
La dependencia de la economía rusa de la industria bélica ha reabierto el debate sobre qué modelo económico sigue Rusia, uno de mercado o uno planificado.
“Según las señales disponibles, la transición a un modelo rígido sí se está produciendo, pero no afecta a todos los sectores de la economía y aún no ha producido resultados significativos”, señala Mijaíl Zhadovski en un análisis publicado por el think tank independiente ruso Riddle.
Una de las claves es la confiscación masiva de empresas, un proceso que el Kremlin ha acelarado en los últimos dos años. Según sus cifras, el Gobierno se ha apropiado de más de 1,3 billones de rublos en activos, unos 15.000 millones de euros, en empresas que abarcan desde aeropuertos a fertilizantes.
“Más que una nacionalización, sería más preciso decir que el control de las empresas está pasando a las élites leales [a Putin], no directamente al Estado”, subraya Zhadovski. Asimismo, las empresas semipúblicas siguen operando en condiciones de libre mercado, aunque la formación de monopolios es cada vez más evidente y la nula independencia de las instituciones alimenta la corrupción.
“La principal amenaza para este sistema reside en la contradicción entre los mecanismos del mercado y los intentos de eliminar su elemento clave: la competencia. Al mismo tiempo, el sistema consume enormes recursos en el complejo militar-industrial y la corrupción. Es difícil predecir con exactitud dónde y cuándo fallará este sistema, pero su estabilidad se deteriora año tras año”, advierte el analista.
Una economía bajo fuego
En cualquier caso, el Kremlin se adapta como puede a las circunstancias y la economía rusa suma más desequilibrios cada día que pasa. Por ejemplo, Putin ordenó en 2024 fijar los parámetros clave de los impuestos hasta 2030. No ha pasado un año y ya ha acometido una segunda subida de impuestos generales en la que destaca la elevación del IVA del 20% al 22%.
“Es un porcentaje elevadísimo, solo el 10% de los países que utilizan un impuesto sobre el volumen de negocios tienen un tipo de esta magnitud o superior”, señala un informe del centro de análisis Re:Russia. “Y es aún más alto para un país dependiente de recursos naturales, donde una parte significativa de los ingresos presupuestarios proviene de la renta”.
A diferencia de los países europeos, apenas hay tipos de IVA reducidos en Rusia. Solo alimentos, medicamentos y productos infantiles pagan un 10%.
Re:Russia estima que las subidas de impuestos apenas cubrirán la mitad del déficit estimado para el año que viene. Además, el think tank advierte de que es posible que las rusas sufran la curva de Laffer: “una rápida disminución del rendimiento del aumento de la carga fiscal debido a una reducción más rápida de la base imponible”. Es decir, más crisis, menos gasto de la población, menos recaudación de impuestos.
Otro frente de la economía rusa es el desgaste al que está sometiendo a su producción de hidrocarburos el ejército ucranio. Alrededor del 38% de la capacidad de sus refinerías estuvo inactiva a finales del pasado mes, según reveló el diario RBK con datos de la consultora Siala. El volumen total de diésel y gasolina producidos en Rusia se redujo un 6% en agosto y un 18% en septiembre.
Esta campaña de bombardeos ha provocado que el Gobierno vete la exportación de combustibles hasta finales de año para hacer frente al desabastecimiento. En más de dos decenas de regiones a lo ancho del país se ha registrado escasez de combustible, y en algunas de las más remotas las autoridades han limitado la venta de gasolina a 30 litros por cliente.
Por otro lado, todo el dinero que consume la guerra no es invertido ni en mejorar la industria ni en renovar infraestructuras. El Gobierno prevé emplear 110.000 millones de rublos, unos 1.100 millones de euros, en construir escuelas de aquí a 2030. Una cuarta parte de lo que gasta a la semana en la guerra.
Si se desglosan los presupuestos del año que viene, el Kremlin prevé gastar 12,9 billones de rublos en defensa, frente a los dos billones destinados a la mejora de las ciudades, teniendo en cuenta que aquí el presupuesto incluye la reconstrucción en los territorios ocupados y la inflación se come parte de los rublos gastados.
Además, el Kremlin no solo se prepara para prolongar su invasión de Ucrania lo que haga falta, sino también para una posible guerra contra la OTAN en el este de Europa. Los presupuestos para los próximos tres años prevén un 2,6% más de gasto militar que estos casi cuatro años de combates.
En cualquier caso, el Kremlin tiene claras sus prioridades. Mientras recortan en escuelas y sanidad, los presupuestos federales incluirán un aumento del 13% en los gastos en fuerzas de seguridad internas, tanto del Ministerio del Interior como Rosgvardia, un ejército aparte que solo acata órdenes del presidente. Es decir, unirse a la policía estará cada vez mejor pagado en el régimen ruso.