Miguel Torres Maczassek (Familia Torres): “Con la bici descubro sitios para plantar viñedos”
El director general de la bodega piensa que las sagas son focos de tensiones, aunque no más en el sector vinícola que en otros
Miguel Torres Maczassek es el director general de Familia Torres y miembro de la quinta generación de la célebre saga bodeguera. Licenciado en Económicas y Empresariales por ESADE (Barcelona) y la Escuela de Negocios Kenan-Flager de Carolina del Norte (Estados Unidos), estudió enología en la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona). Tras su paso por empresas de gran consumo y de perfumes, se incorporó al negocio familiar en 2004.
Pregunta. Cinco generaciones haciendo vino, ¿el peor disgusto que le podía dar...
Miguel Torres Maczassek es el director general de Familia Torres y miembro de la quinta generación de la célebre saga bodeguera. Licenciado en Económicas y Empresariales por ESADE (Barcelona) y la Escuela de Negocios Kenan-Flager de Carolina del Norte (Estados Unidos), estudió enología en la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona). Tras su paso por empresas de gran consumo y de perfumes, se incorporó al negocio familiar en 2004.
Pregunta. Cinco generaciones haciendo vino, ¿el peor disgusto que le podía dar a su padre y a su abuelo era pedirse un refresco cuando se sentaban a comer?
Respuesta. Pues no lo sé, porque es una situación que nunca se dio. Los Torres tomamos vino, a poder ser del nuestro, o agua.
P. ¿Condiciona mucho crecer con un apellido que es una marca reconocida en todo el mundo?
R. Es algo que forma parte de nuestra vida. Son nuestras raíces. Tanto mis hermanas como yo siempre hemos vivido muy cerca de la bodega, rodeados de viñedos. Lo vivimos como una responsabilidad, pero este es un mundo que disfrutamos y en el que nos sentimos muy a gusto.
P. ¿En algún momento se le pasó por la cabeza que su carrera profesional pudiera desarrollarse fuera de la empresa familiar?
R. No tengo la sensación de haber recibido presiones para dedicarme a una cosa u otra. Mi hermana mayor, Ana, se centró en la medicina y es una cirujana excelente. Al fin y al cabo, en una familia lo importante es que cada uno se dedique a aquello que le apasiona. Mi otra hermana, Mireia, y yo nos hemos sentido muy atraídos por el mundo del vino. Es una conexión que te llama.
P. Pero, siendo pieza de una empresa familiar con una tradición tan larga, ¿no notó nunca presión por no ser el que rompe la cadena?
R. Tal vez tenemos algo en el ADN, porque es como un milagro que a tantas generaciones nos guste hacer vino. La clave puede ser que todo pasa por una decisión personal. Yo no sé si mis hijos van a querer continuar con el negocio, pero siento la responsabilidad de enseñarles todo los que sé. Tienen 14, 12 y 10 años, pero cada verano hacemos un vino juntos, nuestro vino.
P. Terminar dedicándose a lo que parece predestinado, ¿implica muchas renuncias?
R. He tenido más satisfacciones que renuncias. Al final, uno tiene que sentirse identificado con lo que hace, y para hacer un buen vino tienes que poner mucho empeño en ello, no vale con hacerlo a tiempo parcial. Haces vino desde que te levantas hasta que te vas a dormir, y dedicas hasta tus vacaciones a visitar importadores para ampliar mercados.
P. ¿Qué ha aprendido de su padre y de su abuelo?
R. Las ganas de trabajar y el poner toda la dedicación en lo que haces. A menudo, las cosas no salen por ser más o menos listo, sino por ponerle empeño y constancia. El vino es una vocación de largo plazo, ahora estoy plantando viñedos que no voy a poder ver a pleno rendimiento. Mi abuelo tenía un espíritu comercial encomiable, viajó por todo el mundo sin vergüenza para llevar los vinos españoles a lugares donde lo había hecho nadie antes. Mi padre tuvo el acierto de saber apostar por los vinos de calidad.
P. ¿Una empresa familiar es un nido de tensiones?
R. Es inevitable cuando hay una convivencia entre varias generaciones. Los jóvenes aprietan por querer hacer cosas nuevas y los veteranos apelan a la experiencia. Nadie tiene la razón absoluta, hay que buscar un acuerdo y es así como se alcanzan los mejores resultados. En mi caso, cuando aposté por proyectos en el Priorat tuve que convencer a la familia, porque aquello parecía una excentricidad.
P. Torres hace una apuesta decidida por producir minimizando la huella ambiental. ¿El vínculo con la naturaleza lo lleva más allá de la empresa?
R. Soy un apasionado de la bicicleta, me sirve para oxigenarme. El Penedès es un paraíso para pedalear y con la bicicleta descubro lugares que pueden ser buenos para plantar viñedos.
P. Cuando uno imagina la vida en una gran familia del vino piensa en mansiones, coches de lujo, pero también en malos de película.
R. He encontrado muchas más sinergias que rivalidades, pese a que en el mundo del vino somos muy apasionados de aquello que hacemos. Metemos un paisaje en una botella que se puede disfrutar en todo el mundo, y esto es magia pura. Pero, no creo que haya más tensiones de las que puede haber en otros sectores económicos.
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