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‘Baratoflación’: los alimentos más económicos lideran las subidas de precios

Los productos básicos se han encarecido casi un 40% entre 2021 y 2024, según resalta un informe del Instituto de Investigación Urbana de Barcelona (IDRA)

Se dice que la inflación es un impuesto invisible, ya que reduce el poder adquisitivo de la población, pero sin dejar rastro en las nóminas, ni en la declaración de la renta o en la factura de los productos que se adquieren. Tampoco afecta a todos los bienes y servicios con la misma intensidad. Ejemplo de ello es la cesta de...

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Se dice que la inflación es un impuesto invisible, ya que reduce el poder adquisitivo de la población, pero sin dejar rastro en las nóminas, ni en la declaración de la renta o en la factura de los productos que se adquieren. Tampoco afecta a todos los bienes y servicios con la misma intensidad. Ejemplo de ello es la cesta de la compra: los alimentos más baratos y básicos son los que más se han encarecido a raíz de la llamarada inflacionaria pospandemia, un 37% entre 2021 y 2024, frente al repunte del 23% experimentado por los de gama alta, según destaca el informe del Instituto de Investigación Urbana de Barcelona (IDRA) ¿Por qué sube la cesta de la compra?, publicado este miércoles. La otra cara de este fenómeno, conocido como cheapflation —que podría traducirse en castellano como baratoflación—, es su regresividad: afecta más a quienes más consumen artículos básicos, que coinciden con los hogares de menores ingresos.

Productos tan básicos como carne, la leche o la mantequilla se han encarecido entre un 30% y un 40% con respecto a los registros previos a la crisis sanitaria, y otros artículos igual de básicos como el aceite de oliva lo han hecho por encima del 80%. “Este fenómeno impacta especialmente en los hogares con menos ingresos”, señala el documento, que también resalta los coletazos que todo ello tiene en la salud. “A menudo [estas familias] sustituyen marcas comerciales por blancas, reduciendo los formatos o eligiendo productos de inferior calidad. Estas alternativas, lejos de estar exentas de la inflación, han experimentado subidas de precio a menudo más intensas que los productos de gama media o alta”.

Que suban más, proporcionalmente, los precios de los productos básicos no es algo nuevo y suele ir de la mano de grandes crisis económicas y energéticas, debido al aumento en los costes de producción y logística. El primer gran episodio de cheapflation moderno se vivió con la crisis del petróleo de los años setenta. En lo que va de siglo, situaciones similares se dieron con la Gran Recesión, que disparó el precio de materias primas agrícolas y combustibles, y tras la pandemia.

Los precios se prendieron en 2021 por el desajuste entre demanda y oferta al salir de los confinamientos, y la crisis se agravó al año siguiente con la invasión rusa en Ucrania, que complicó el suministro energético y de artículos básicos como cereales y fertilizantes. Aunque ahora los precios se han moderado, el incremento acumulado desde 2019 para los alimentos ha sido del 30% en la zona euro, según el Banco Central Europeo (BCE). En España, los comestibles y bebidas no alcohólicas se han encarecido más de un 30% desde julio de 2021, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística (INE) —frente al 19% del índice general—.

El informe de IDRA sugiere que estos incrementos no solo responden a las tendencias macroeconómicas y las tensiones internacionales, sino a dinámicas internas del sector. A partir de la Gran Recesión, las materias primas agrícolas experimentaron una progresiva “financiarización”, que empujó hacia arriba los precios hasta el punto de que la FAO advirtió de una “burbuja especulativa” con efectos devastadores en los países más pobres. “Este comportamiento se ha vinculado a la entrada masiva de inversores financieros en los mercados de futuros de productos agrícolas”, describe el análisis.

Al mismo tiempo, el informe apunta a la progresiva concentración de las empresas del sector, vía fusiones y adquisiciones e integraciones verticales de la cadena de valor, y pone como ejemplo a las cinco grandes multinacionales —Archer Daniels Midland (ADM), Bunge, Cargill, China Oil and Foodstuffs Corporation (COFCO) y Louis Dreyfus Company (LDC)— que controlan entre el 70% y el 90% del comercio mundial de cereales comerciales. “Su capacidad para intervenir tanto en los mercados físicos como en los financieros les otorga una doble influencia sobre la formación de precios”, abunda. Entre 2021 y 2022, estos grupos registraron beneficios récord.

Distorsiones

IDRA, un centro de análisis que funciona en forma de cooperativa y tiene entre sus principios “promover la justicia social y ecológica”, recuerda que la capacidad para condicionar precios y dinámicas de producción y suministro aumentan cuando pocas empresas controlan una gran porción del mercado. Y sugiere que estos comportamientos se exacerban en escenarios de turbulencias, mediante la coordinación implícita en la respuesta a los choques de costes. “A pesar de la moderación de los costes globales desde mediados de 2023 (especialmente en energía y transporte), los precios finales al consumidor no han retrocedido, y los márgenes empresariales se mantienen elevados”, indica el estudio.

El documento incide en que, también en España, el mercado agroalimentario está copado por pocos grandes actores y cita firmas como Vall Companys, Coca-Cola Europacific Iberia, Ebro Foods, bonÀrea, Nestlé y el Grupo Fuertes. Añade que tanto las compañías de alimentación como las de distribución empezaron a obtener ganancias récord en los años álgidos de la inflación. Los márgenes empresariales del sector agroalimentario son los que más han crecido desde 2020, con un incremento del 38,1%, según el Observatorio de Márgenes Empresariales. Además, menciona que los salarios en el sector son más bajos que la media nacional y hay segmentos con situaciones laborales precarias, como la industria de la fruta en Lleida y Andalucía.

El tirón de orejas también va para el legislador: el documento lamenta que las políticas públicas no solo no han sabido corregir los desequilibrios del mercado, sino han perpetrado la concentración empresarial y la volatilidad en los precios. Por ello, recomienda introducir regulaciones e intervenir el mercado para, entre otros aspectos, revertir la concentración corporativa y evitar que los precios se disparen en caso de shocks, con la fijación de precios máximos temporales. “El objetivo no es solo contener o bajar los precios, sino desmercantilizar progresivamente la alimentación esencial”, concluye.

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