Cuando Gotham olió la sangre en Grifols

El fondo ha lanzado un ataque al fabricante de hemoderivados aprovechando la debilidad de su endeudamiento que ha supuesto un tercio de su valor en Bolsa

Instalaciones de Grifols en Parets del Vallés (Barcelona), el pasado 9 de enero.Gianluca Battista

Grifols está acostumbrado a que su acción se suba a montañas rusas animada por los resultados, la opinión de algún analista o un simple rumor propagado en ese agujero negro llamado mercado. Pero nunca había sufrido un golpe como el propinado esta semana por un opaco fondo bajista. Gotham City Research olió la sangre en el fabricante catalán de hemoderivados, ...

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Grifols está acostumbrado a que su acción se suba a montañas rusas animada por los resultados, la opinión de algún analista o un simple rumor propagado en ese agujero negro llamado mercado. Pero nunca había sufrido un golpe como el propinado esta semana por un opaco fondo bajista. Gotham City Research olió la sangre en el fabricante catalán de hemoderivados, que sufre achaques de sobreendeudamiento desde hace un tiempo, y se lanzó a su cuello el martes con un informe demoledor con acusaciones de fraude. El grupo español inició un empinado descenso que nadie sabe dónde acaba. De momento se ha dejado en Bolsa 2.900 millones de euros, un 37% del valor que tenía el lunes por la tarde. Grifols acusa a Gotham de atacarlo con información falsa, mientras que buena parte de los analistas creen desmesuradas las acusaciones del hedge fund. Pero la acción no encuentra la fuerza necesaria para remontar y todo está ahora a expensas de la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV). El regulador ha pedido información sobre las acusaciones a la empresa para poder llegar su conclusión. Son momentos de zozobra.

El fondo que controla el misterioso Daniel Yu acusa a Grifols de maquillar su deuda real a través de dos sociedades propiedad de uno de sus accionistas, Scranton (entre cuyos accionistas hay miembros de la familia Grífols), y considera que sus títulos “probablemente valen cero”. Lo que es un hecho es que el fondo ha aprovechado estos días de caos para ganar unos 20 millones de euros con el derrumbe de la acción.

Si la CNMV acaba dando la razón a Grifols, el corto plazo de la especulación igualmente habrá puesto en un brete a la larga planificación de una empresa centenaria. “Es bastante cruel y costará mucho remontar esta situación, porque pese a que tenga razón, los argumentos de la compañía tendrán que ser muy superiores a los que la han hecho caer”, explica Joan Torras, profesor de finanzas de EADA Business School. La reunión con analistas convocada el jueves no dio ningún resultado; alguna casa de análisis manifestó que la argumentación de la empresa había sido poco contundente. En los tres últimos días se han cambiado de manos 52 millones de acciones de la compañía, una concentración de compraventas de la empresa nunca vista antes en el mercado. Las acusaciones de Gotham han activado algunas conjeturas sin pruebas. “¿Y si alguien quiere hundir la cotización de Grifols para que pueda ser comprada a precio de saldo?”, se pregunta Torras.

“Lo siguiente va a ser el posicionamiento de la CNMV y esperamos que diga que no ve nada raro en cuanto a las acusaciones de Gotham. Eso y que sus bancos acreedores dijeran que están seguros de cobrar su deuda ayudaría a recobrar la confianza de los inversores”, explica también Álvaro Arístegui, analista de Renta 4, que es precavido sobre el tiempo que le va a llevar recuperarse del golpe: “No lo sabe nadie, pero le va a costar bastante”.

Lo que ha pasado esta semana no ayuda a Grifols, que hace unas semanas vio la luz con una operación anunciada en diciembre: la venta de un 20% de Shanghai RAAS al grupo chino Haier por 1.628 millones de euros, que llevó la cotización a máximos de 2023. Esa operación, pendiente de la autorización regulatoria, es todo un salvavidas para reducir los 9.500 millones de euros de su endeudamiento. Ahí está el origen de todos los males de Grifols, un sobreapalancamiento que le ha costado cambios en la dirección, recortes de plantilla y ventas de activos como los de Shanghai RAAS para convencer a los inversores que la bola de deuda —la forma con la que ha logrado situarse entre los tres primeros fabricantes de plasma— tenía solución.

Su objetivo es que ese endeudamiento esté por debajo de cuatro veces su beneficio bruto operativo (ebitda) este año, cuando ahora ese múltiplo es de siete. “Si esa operación se frustra”, dice Arístegui, “sí será peligroso porque en 2025 tiene que afrontar pagos de deuda”.

Gustosos de pasar desapercibidos, los Grífols perdieron la discreción allá en 2010, cuando la filtración de WikiLeaks desveló que su planta de Parets del Vallès (Barcelona) estaba considerada por EE UU como uno de los tres puntos estratégicos en España, junto al estrecho de Gibraltar y el gasoducto que une a la Península con Argelia.

Cuatro años antes habían salido a Bolsa en busca de recursos para iniciar una carrera que le ha llevado a codearse con CLS y Takeda, sus rivales en el negocio de los hemoderivados: 61.000 millones de facturación, 24.000 empleados y 390 centros de recogida de sangre para hacer posible un negocio que, tras fuertes niveles de inversión en I+D, ofrece una relevante rentabilidad. La pandemia de 2020, que le obligó a cerrar los centros de donación, rompió el círculo virtuoso de su negocio y llevó al límite su tesorería para afrontar el pago de la deuda.

La empresa nació durante el franquismo fruto de una frustración, según explica Paloma Fernández, catedrática de Historia Económica de la Universidad de Barcelona y una de las personas que más conoce la historia de Grifols. “No les permitieron entrar en el negocio de la penicilina [que controlaban algunas familias industriales con relaciones en Madrid] y, en vez de bajar la persiana, decidieron reinvertir en algo en lo que los grandes inversores en farmacia de la época no tenían interés por su rendimiento incierto de largo plazo: los derivados de la sangre”. Habían empezado de la nada y, de hecho, sostiene Fernández, “su primer hito en plena España de postguerra fue innovar con apenas liquidez”.

Aquel paso improvisado le ha situado en un negocio oligopolista, con una gran barrera de entrada: son necesarias unas grandes inversiones para desarrollar un producto cuya materia prima, además, no es de fácil acceso. Víctor Grífols, quien fuera consejero delegado de la empresa hasta 2017 y presidente hasta 2022, generó una de las polémicas de las que ha sido protagonista en 2012 justamente por las dificultades de conseguir plasma. Pidió al Gobierno que permitiera el pago para conseguir donaciones de ese material que se consigue de la sangre (como sucede en Estados Unidos), remuneración que dijo que podría ser incluso un complemento para el subsidio de los desempleados.

En otra ocasión, el directivo ahora retirado también arengó a Artur Mas a que siguiera firme en el proceso independentista. Y en otra, tras decidir llevarse la sede fiscal de Grifols en 2014 a Irlanda para beneficiarse de la baja presión impositiva para las empresas existentes en aquel país, señaló que no sería la última empresa en hacerlo. Ya había denunciado antes las trabas administrativas que supuestamente sufren las empresas en España y que impedían, según él, que Grifols no fuera “más grande que Pfizer”.

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