El mercado petrolero impone su ley frente a los deseos de la OPEP
El precio del crudo es hoy casi un 15% menor que justo después del anuncio de recorte de producción de la versión ampliada del cartel, liderada por Arabia Saudí y Rusia
Dos tentativas; dos derrotas. Ese es el saldo de la versión ampliada de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+) en su reciente pugna por mantener altos los precios del crudo. Un mes después de que el cartel metiese la tijera sobre su producción para estabilizar la cotización, el brent ha regresado al punto de partida: el barril de referencia en Europa se cambia ho...
Dos tentativas; dos derrotas. Ese es el saldo de la versión ampliada de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP+) en su reciente pugna por mantener altos los precios del crudo. Un mes después de que el cartel metiese la tijera sobre su producción para estabilizar la cotización, el brent ha regresado al punto de partida: el barril de referencia en Europa se cambia hoy por 72 dólares, un 15% menos de lo que costaba antes de que la versión ampliada del grupo, liderada por los dos mayores exportadores mundiales de petróleo —Arabia Saudí y Rusia—, anunció un tajo de 1,1 millones de barriles diarios sobre su producción. Es, en números gruesos, algo más el 1% de lo que consume el mundo.
El resultado de esta última tentativa de elevar los precios es exactamente el mismo que el cosechado hace poco más de medio año. A principios de octubre, la OPEP+ anunció un recorte en sus bombeos de dos millones de barriles diarios, a lo que el mercado respondió inicialmente con fuertes subidas que se neutralizaron pronto. Tanto entonces como ahora, las principales casas de análisis atisbaban un desequilibrio cuasiestructural entre oferta y demanda, con la balanza inclinada del lado de la segunda. Pero el mercado, tozudo, se empeñaba —y se empeña— en llevar la contraria al consenso y al cartel.
“Las ganancias en el precio del petróleo a raíz del recorte de la OPEP+ se han evaporado”, constata Jorge León, vicepresidente de Rystad Energy y antiguo funcionario del cartel, que ve dos posibles explicaciones: la producción rusa, que, pese a las sanciones, no da tregua y el empeoramiento del clima macroeconómico mundial. “Los fundamentos sugieren una subida de precios a medida que se aproxima el verano, pero los datos económicos de Estados Unidos no son muy optimistas y los mercados están en modo de espera”, explica. Esa subida futura, sin embargo —y salvo sorpresa de primer orden— quedará lejos de los máximos de junio del año pasado, cuando el brent llegó a superar los 120 dólares por barril. Sobre todo, si los signos de desaceleración en Occidente siguen creciendo día tras día.
“Ha caído la confianza en que los recortes de producción anunciados por la OPEP+ realmente se lleven a cabo”, completa Viktor Katona, jefe de análisis de petróleo en la firma especializada Kpler. “Solo hay que mirar lo ocurrido en Rusia: en marzo, sus exportaciones de derivados fueron las mayores de siempre, y sus ventas de crudo fueron tan altas como en los meses precedentes”. La promesa de Moscú pasaba por recortar medio millón de barriles ya el mes pasado. Algo que, a juicio de Katona y a la vista de la propia dinámica del mercado, es “bastante improbable” que se haya producido. Los datos de producción de Rusia siguen siendo un misterio para todos menos para el Kremlin.
Pese al reciente abaratamiento del crudo y a las también recientes señales de enfriamiento de la demanda, Moscú —junto con Riad, quienes de verdad mueven los hilos del cartel— ha deslizado su convencimiento en que no serían necesarios nuevos recortes de producción. “Hace solo un mes que hemos tomado una decisión [de recortar de la oferta], que entrará en vigor en mayo”, dejó caer la semana pasada Alexander Novak, viceprimerministro y ex hombre fuerte de Vladímir Putin para temas energéticos.
Choque OPEP-Occidente
De fondo, esta pugna no es más que un pulso entre Arabia Saudí y Rusia —a un lado— y Occidente —al otro—. Tras varias décadas en las que Riad ha ido casi constantemente de la mano de Washington en las grandes decisiones energéticas y geopolíticas, la dinámica ha dado un giro radical en los últimos tiempos, en los que la petromonarquía ha roto la baraja en su relación con la primera potencia mundial. De vuelta, la Administración de Joe Biden ha respondido a cada bajada en la oferta de la OPEP liberando barriles de sus reservas estratégicas.
Este choque entre bloques vivió un nuevo capítulo la semana pasada, con la Agencia Internacional de la Energía (AIE, el think tank energético por excelencia en la esfera occidental) y la OPEP como protagonistas. En líneas generales, la historia se escribe como sigue: el secretario general de la AIE pidió al cartel “mucha precaución” en sus movimientos, porque los precios más altos del petróleo debilitan el crecimiento global y “dan un impulso adicional” al despliegue de los coches eléctricos, futura —y, cada vez más, presente— bestia negra de los exportadores de crudo. La respuesta no se hizo esperar ni 24 horas: en términos muy similares, el jefe de la OPEP, Haitham Al Ghais, llamaba a la Agencia a ser “muy cuidadosa” a la hora de desincentivar el interés en exploración y producción de crudo: “Si algo puede aumentar la volatilidad son las repetidas llamadas de la AIE a frenar la inversión en petróleo”.
Menos inflación
La caída en el precio del crudo es una buena noticia tanto para los consumidores finales —no solo se beneficia quien tiene coche: las subidas y las bajadas del crudo también se trasladan, antes o después, a la cesta de la compra— como para la inflación a ambas orillas del Atlántico. Y se suma a otra tendencia que también está reduciendo la presión sobre los precios de los carburantes: la entrada en acción de nuevas refinerías en Estados Unidos y en varios países de Oriente Próximo. Un hecho que se está dejando sentir, sobre todo, en los precios del diésel, los que más habían tensado las sanciones rusas y los que más han caído en las últimas semanas.
El largo plazo no rema, precisamente, en la dirección que les gustaría a los miembros de la OPEP. La semana pasada, la AIE calificó de “bum” las ventas previstas de coches eléctricos en 2023 —aunque siguen siendo solo una de cada seis nuevas matriculaciones— y cuantificó en cinco millones de barriles diarios la reducción prevista de la demanda de crudo en 2030. En otras palabras: a finales de esta década, la electrificación del parque móvil mundial ya habrá asestado un tajo cinco veces mayor que el último recorte del cartel. Y eso es solo el principio.
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