La inflación subyacente no da tregua y se dispara a niveles de hace 36 años

El índice de precios que no tiene en cuenta electricidad ni alimentos no elaborados sigue disparado: cerró enero en el 7,5%

Un camarero en la terraza de un bar de Sevilla, el pasado 27 de enero.PACO PUENTES

El dato de inflación del que más se habla habitualmente mide cuánto han subido los precios en un determinado mes de un año a otro. Pero la estadística esconde otros guarismos que dan pistas sobre la mayor o menor intensidad del fenómeno en el medio plazo. El favorito de expertos y bancos centrales es la inflación subyacente, que excluye para su cálculo a la energía (electricidad, gasolina, gas…) y a los alimentos no elaborados (entre ellos frutas y verdu...

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El dato de inflación del que más se habla habitualmente mide cuánto han subido los precios en un determinado mes de un año a otro. Pero la estadística esconde otros guarismos que dan pistas sobre la mayor o menor intensidad del fenómeno en el medio plazo. El favorito de expertos y bancos centrales es la inflación subyacente, que excluye para su cálculo a la energía (electricidad, gasolina, gas…) y a los alimentos no elaborados (entre ellos frutas y verduras), porque sus precios son más volátiles. Es decir, cambian más rápidamente hacia arriba o hacia abajo y son más sensibles a perturbaciones externas —caso de la guerra en Ucrania—. Todos lo demás: alimentos procesados, ropa, restauración, hoteles, vuelos, paquetes turísticos, ocio, cultura, comunicaciones o los automóviles de primera y segunda mano entran en la categoría de inflación subyacente.

Mientras que la inflación general lleva desde el verano dando señales positivas —en España ha caído del 10,8% al 5,9%—, no ocurre lo mismo con la subyacente. El Instituto Nacional de Estadística (INE) reveló este miércoles que en enero fue del 7,5%, cinco décimas más que en diciembre, y su nivel más alto desde diciembre de 1986. ¿Qué implicaciones tiene? Raymond Torres, director de Coyuntura Económica de Funcas, lo explica así. “El problema es que el traslado del shock energético y de otros costes exógenos al resto de precios no ha concluido. Esos efectos indirectos son más largos de lo previsto. Y por tanto siguen presionando el IPC, sobre todo de alimentos”, afirma.

El contagio de las alzas energéticas a otras partidas —los llamados efectos de segunda ronda— ha sido desde el comienzo de la crisis inflacionista uno de los grandes temores de las autoridades. Un hecho que Torres no descarta. Es posible que las empresas estén trasladando plenamente el aumento de costes, añadiendo incluso un poco de margen más. Esto sería preocupante”, advierte.

Como receta contra estos escenarios de extensión de la inflación a otros componentes, un análisis del Banco de España recomendaba “una respuesta relativamente contenida de los salarios y de los márgenes empresariales a las presiones inflacionistas”.

Más optimista al respecto se muestra el economista Javier Santacruz. “No me parece preocupante porque la subyacente en realidad es un indicador atrasado de la propia inflación general. Va con 4 meses de retraso aproximadamente. Lo que importa de ella es que se reduzca a final de año hasta por lo menos el 3%, porque si fuera mayor entonces estaría indicando una inflación persistente”, opina. Sobre los catalizadores que están empujando ahora la subyacente, cita los servicios, los bienes industriales no energéticos y los alimentos elaborados.

El Gobierno ha manifestado que espera que la subyacente toque techo en el primer trimestre. Sería el modo de ir cerrando progresivamente ese molesto flanco de la batalla contra la inflación, seguramente menos mediático y comentado que la crisis de los elevados precios de los alimentos que ahora marca la agenda, pero también clave para un retorno a la normalidad.


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