La fortaleza (y las cuatro debilidades) del ‘Plan Calviño’
El plan de ayudas salvará a miles de empresas, pero llega tarde, con alcance limitado y se deja en manos de las comunidades
En una gran crisis, la ortodoxia vira hacia los estímulos económicos: sin medidas de gasto de gran calibre, el déficit y la deuda acabarán siendo mayores y más persistentes. Bruselas, el BCE y hasta el FMI se han ido moviendo en el último año hacia el consenso keynesiano —gastar y gastar, a veces con medidas casi de brocha gorda—; la austeridad volverá, pero como la castidad para San Agustín (“Señor, hazme casto... pero aún no”). España, con un Go...
En una gran crisis, la ortodoxia vira hacia los estímulos económicos: sin medidas de gasto de gran calibre, el déficit y la deuda acabarán siendo mayores y más persistentes. Bruselas, el BCE y hasta el FMI se han ido moviendo en el último año hacia el consenso keynesiano —gastar y gastar, a veces con medidas casi de brocha gorda—; la austeridad volverá, pero como la castidad para San Agustín (“Señor, hazme casto... pero aún no”). España, con un Gobierno de izquierdas, está en este momento —oh paradoja— por detrás del consenso: la política económica ha sido grosso modo la adecuada, pero casi siempre con retraso, a regañadientes, arrastrando los pies. El último ejemplo son las ayudas a empresas, una especie de puente ante la constatación de que la economía ha vuelto a griparse y necesita un último aventón hasta que el motor vuelva a arrancar, en algún momento del segundo semestre si todo va bien. Porque la niebla es espesa: los mercados atisban la reactivación, pero los epidemiólogos presentan escenarios en los que las mutaciones de la covid pueden obligar a confinamientos más cortos pero relativamente frecuentes durante el próximo lustro. La luz al final del túnel es cada vez más brillante, y aun así conviene recordar aquel consejo de Terminator: “Espera lo mejor, prepárate para lo peor”. Lo que sigue es un resumen de los puntos fuertes y las debilidades del Plan Calviño.
Lo mejor. Tras medio año de titubeos y todo tipo de dudas, el plan está sobre la mesa. Tiene potencia de fuego: un punto de PIB. Va a ayudar a miles de empresas con el agua al cuello. El Gobierno ha encontrado un equilibrio entre las distintas sensibilidades que en algún momento pudieron hacer descarrilar ese paquete y precipitar una oleada de quiebras. “Más vale tarde que nunca”, resumen fuentes financieras. El resto de apartados de esta crónica apresurada se centra en las debilidades de un plan que, en resumidas cuentas, aumenta la resiliencia del tejido productivo. Que buena falta hacía.
Tarde. El Banco de España empezó a hablar de posibles quiebras el pasado verano. Economía citaba esa posibilidad en noviembre. El plan llega a mediados de marzo y queda mes y medio para que el dinero llegue a las empresas: el retraso es manifiesto a la vista de lo que han hecho otros países.
Poco. Los 7.000 millones mejoran las expectativas iniciales, a la vista de que Economía no veía hasta hace poco la necesidad de ir más allá de reestructuraciones de deuda y recapitalizaciones con créditos participativos. Pero quedan también por debajo de lo que ha hecho la competencia: Berlín aprobó 50.000 millones en ayudas directas en la primera ola, y medidas adicionales en la segunda; París acordó 2.000 millones en la primera, 6.000 en la segunda y acaba de lanzar un tercer arreón; hasta Lisboa dio más de 2.000 millones hace meses y ayer anunció 7.000 millones más.
Complacencia. La vicepresidenta Calviño sacó pecho tras el Consejo de Ministros con los estudios que dicen que España ha dado más ayudas que nadie; pero hay otros informes (Comisión Europea, BCE y FMI) que dicen todo lo contrario. La niebla es muy densa y probablemente ni los unos ni los otros muestran a las claras una foto nítida de la situación actual. Solo con los datos de suspensiones de pagos se podrá tener un análisis certero.
Efectividad. Puede que las autonomías estén más cerca del tejido productivo y por lo tanto tengan más claro donde están las necesidades, pero dejar en manos de los gobiernos regionales la gestión del fondo suena a pasarles la patata caliente y tiene también efectos negativos: problemas de competencia, porque la homogeneización de las ayudas no será total; problemas de eficiencia si las comunidades repiten lo que han hecho hasta ahora con las ayudas (en algunos casos, la primera empresa que llegaba a la ventanilla se llevaba los fondos), además de los habituales riesgos de clientelismo.
Discrepancias. Las diferencias entre los socios de coalición —incluso entre ministros del PSOE— han sido uno de los motivos del retraso en las ayudas. No es la primera vez: la política económica española ha hecho sistemáticamente lo correcto, pero arrastrando los pies en cada una de las grandes decisiones de gasto del último año. El tándem Economía-Hacienda tiene siempre un ojo puesto en la deuda, a pesar de que los organismos internacionales aconsejan gastar ahora y no preocuparse por la situación fiscal hasta más adelante. Y han desempolvado el muy ortodoxo riesgo moral: creen que no hay que salvar a empresas zombis, que de todas maneras van a cerrar la persiana, frente a un FMI que aconseja dar esas ayudas aunque una parte se zombifique.