Elon Musk, el visionario que se convirtió en rey Midas
El jefe de Tesla se corona como el hombre más rico del mundo por los buenos resultados de su compañía, la quinta con mayor valor de mercado en Wall Street
Al buscar en Internet información biográfica sobre Elon Musk, Google ofrece un capítulo entero dedicado al perfil psicológico del magnate. Con toques de hagiografía y olor a incienso emprendedor, el responsable de Tesla es presentado como alguien extremadamente inteligente, influenciable por las redes sociales, controlador, con un altísimo nivel de exigencia, capaz de infundir temor entre sus empleados y con objetivos poco realistas. Tal vez por eso el estreno de su coche guiado por piloto automático se saldó con un accid...
Al buscar en Internet información biográfica sobre Elon Musk, Google ofrece un capítulo entero dedicado al perfil psicológico del magnate. Con toques de hagiografía y olor a incienso emprendedor, el responsable de Tesla es presentado como alguien extremadamente inteligente, influenciable por las redes sociales, controlador, con un altísimo nivel de exigencia, capaz de infundir temor entre sus empleados y con objetivos poco realistas. Tal vez por eso el estreno de su coche guiado por piloto automático se saldó con un accidente mortal -luego ha habido más víctimas-, y la puesta en órbita de su misión espacial tuvo que demorarse, porque se frustró a la primera.
Pero el talante visionario, tal vez un tanto sobrado de ínfulas, de Musk (Pretoria, 49 años) se ha demostrado imbatible en los negocios, al escalar la semana pasada a la cima del listado de las personas más ricas del mundo tras arrebatar el cetro a Jeff Bezos, director ejecutivo de Amazon. Ni la crisis económica provocada por la pandemia, ni la reducción al mínimo de la venta de automóviles en un año de confinamientos han frenado la consagración del hombre de los 195.000 millones de dólares (unos 160.000 millones de euros), el monto en que se cifra su fortuna según el índice de milmillonarios de Bloomberg.
El valor de las acciones de Tesla se incrementó más de un 700% el año pasado, y ahora cotizan a una ratio precio-beneficio de 1.600, frente a 30 del S&P 500 o 20 de compañías automovilísticas rivales como General Motors. Porque Tesla, al margen de todos los sueños de grandeza de su fundador y consejero delegado, que se ve a sí mismo como un inspirado renacentista capaz de hacer de todo, y todo bien, es fundamentalmente una empresa fabricante de coches, aunque estos sean eléctricos.
Tras alcanzar el récord de 880 dólares el pasado viernes, los títulos de la compañía rondan este martes los 860, lo que supone una capitalización cercana a los 770.000 millones de dólares (630.000 millones de euros). Estas cifras gigantescas convierten a Tesla en la quinta compañía con mayor valoración de Wall Street, justo por detrás de Alphabet Inc, la empresa matriz de Google, y por delante del gigante de las redes sociales Facebook. Solo Apple, Microsoft, Amazon y Google superan el valor de mercado de Tesla.
Las cifras de la compañía no son solo un motivo de estudio en las escuelas de negocios, sino también, según muchos analistas, una anomalía: con una andadura de solo 17 años, fabrica una pequeña fracción de la producción de veteranos rivales como Toyota, Volkswagen o General Motors. Durante 2020, la firma logró por primera vez fabricar más de medio millón de vehículos -una nadería en comparación con los grandes de la industria del motor- y aumentó sus ventas un 36%. Pero eso no le ha impedido desbancar a todos esas grandes rivales en Bolsa.
Para coronarse como el rey Midas de la nueva generación de emprendedores tecnológicos, Musk empezó a prepararse a mediados de 2018, al cerrar un plan de bonos sobre acciones que le ha dado el 21% del accionariado de la compañía. En el máximo de la sesión del jueves, su participación en Tesla aportaba más de 170.000 millones a su patrimonio neto, mucho más que la capitalización de mercado conjunta de los tres grandes fabricantes de automóviles de Detroit. Musk ha visto cómo su fortuna se multiplicaba durante el último año, con una subida de más de 150.000 millones de dólares gracias al despegue meteórico en Wall Street de Tesla, de la que, además de las acciones, posee opciones por valor de unos 42.000 millones de dólares.
El éxito fulgurante del fabricante de coches eléctricos no ha estado libre de dudas, las que generaba entre los inversores un perfil tan polifacético y tan acaparador como el suyo, además del carácter marginal de la empresa en cuanto a volumen de producción y ventas. Pero su condición de tecnológica, un plus de sostenibilidad frente a competidores tradicionales de la industria automovilística, le ha beneficiado especialmente en Wall Street, que mima sobremanera este sector, gracias a su reciente inclusión en el índice S&P 500.
A Musk, tanto como ganar dinero o fabricar prototipos que muchos juzgan imposibles, le mueve tanto o más su ambición. La ambición de revolucionar los transportes tanto en la tierra como en el espacio, como demuestra su aventura espacial, la primera de capital privado. La tenacidad del empresario de origen sudafricano, mimado por los medios de comunicación -también por la prensa rosa, porque su vida amorosa le da abundantes motivos de regocijo-, le ha llevado incluso a dormir en su oficina para dar ejemplo, o a enfrentarse a las autoridades de California cuando estas cerraron temporalmente la fábrica de Tesla por la covid-19.
Cada vez pasa más tiempo en Texas, donde se construye la nueva planta de Tesla y donde su división espacial, SpaceX, trabaja en el desarrollo de nuevos cohetes con la vista puesta en Marte, porque la Luna se le queda ya pequeña. Cual encarnación de Leonardo en Silicon Valley, o eso pretende, Musk es también el patrón de Neuralink, una start-up que investiga cómo vincular íntimamente el cerebro humano a Internet. Errático, refractario a lo establecido y perro de presa con los medios, además de elefante en la cacharrería de Twitter, Musk es, más que un personaje renacentista, un máster del universo.