Opinión

Fisioterapia económica

Definir la crisis como un coma inducido, y no una recesión, ha facilitado una estrategia diferente y más acertada

MARAVILLAS DELGADO

No, lo peor de la crisis no está por llegar. Los futbolistas sabemos que la recuperación tras la temida rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla puede ser larga, pero el peor momento es cuando te lo rompes, te das cuenta de que tu vida va a cambiar durante una larga temporada y temes no recuperar nunca la potencia y la velocidad anterior. La fisioterapia es lenta y larga, pero, si se hace bien, se ve la luz al final del túnel. La economía entra ahora en ese proceso de fisioterapia. Lo peor ya ha pasado, el miedo inicial ante un virus invisible y novedoso, la...

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No, lo peor de la crisis no está por llegar. Los futbolistas sabemos que la recuperación tras la temida rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla puede ser larga, pero el peor momento es cuando te lo rompes, te das cuenta de que tu vida va a cambiar durante una larga temporada y temes no recuperar nunca la potencia y la velocidad anterior. La fisioterapia es lenta y larga, pero, si se hace bien, se ve la luz al final del túnel. La economía entra ahora en ese proceso de fisioterapia. Lo peor ya ha pasado, el miedo inicial ante un virus invisible y novedoso, la desaparición repentina de clientes, el vaciado de las calles. Hemos aprendido a gestionar mejor el virus, a paliar mejor sus efectos. La economía ha vuelto a funcionar. El éxito dependerá de que hagamos bien la recuperación, no hay margen ni excusas para la complacencia. Es el momento de la gestión, no de la política. Si la política económica es adecuada, si se dotan todos los recursos necesarios, si se gestionan bien los rebrotes, la mejora continuará, capeando el temporal hasta que las soluciones médicas permitan eliminar las restricciones.

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Es también el momento de reflexionar sobre lo aprendido. La clave de la gestión de crisis es acertar con el diagnóstico. Por suerte, se abandonó la tentación inicial de definir la crisis como un problema de oferta ante el cual la política monetaria y fiscal tenían poco que hacer. Definir esta crisis como un coma económico inducido, y no una recesión, ha permitido una estrategia diferente. La preocupación con el riesgo moral se ha aparcado y se han adoptado dos reglas, sencillas pero eficaces, como principio de actuación: el apoyo incondicional a las rentas, al empleo y a la liquidez mientras se mantengan las restricciones, y una política fiscal expansiva hasta que se recuperen los niveles de PIB de 2019. No olvidemos el tremendo impacto negativo de la subida prematura de impuestos de Japón en 2014.

Esta estrategia evitará las negativas secuelas de la crisis de 2007. En lugar de tratar de contener a toda costa el déficit y la deuda, el objetivo es activar la recuperación más rápida posible y minimizar la histéresis. Es la paradoja del riesgo llevada a su máxima expresión: si el sector público asume más riesgo, de manera inteligente, la economía se recupera antes y mejor. En una recesión tiene sentido fomentar la rápida reasignación de recursos y la liquidación de empresas insolventes. En un coma económico inducido la receta es la contraria, hay que prolongar la vida del tejido productivo hasta que se recupere la normalidad. El sector público tiene que ejercer de inversor de última instancia, asumiendo el riesgo de pérdidas para evitar que un problema transitorio de liquidez del sector privado se convierta en insolvencia. Es el sector público cumpliendo su papel de asegurador de última instancia ante una crisis sistémica.

Por eso varios países han decidido alargar los subsidios al trabajo temporal hasta 2021. Por eso en EE UU se ha propuesto modular la cuantía de la prestación por desempleo en función de la tasa de desempleo —a mayor desempleo, mayor cuantía—. La evidencia empírica muestra que el reciente aumento de la prestación por desempleo en EE UU no ha disminuido la búsqueda de empleo. Los trabajadores prefieren un empleo estable a un subsidio de desempleo mejorado.

Esta crisis ha dado otra vuelta de tuerca al dilema entre eficiencia y resiliencia. No hay duda de que la mejora de la eficiencia a través de la liberalización de los mercados, la globalización, o la deslocalización, es clave para aumentar la productividad. Pero la crisis de 2007 ya avisó sobre la necesidad de equilibrar eficiencia y resiliencia en el sector financiero. El desastre de Fukushima en 2011 alertó de los riesgos de la deslocalización y las cadenas de producción globales. La covid-19 ha despertado el nacionalismo sanitario —recuerden las restricciones iniciales a la exportación de mascarillas—. La precariedad y la falta de capacidad de algunos sistemas hospitalarios indican que en algunos países quizás se había exagerado la búsqueda de la eficiencia en el gasto sanitario. Pero mucho cuidado con utilizar la resiliencia como argumento para proteger, de manera populista e ineficiente, a ciertos sectores. La política industrial es una peligrosa arma de doble filo.

El periodo de fisioterapia debe aprovecharse para fortalecerse. El contexto es inmejorable: con inflación y tipos de interés a niveles mínimos, y la oportunidad histórica del plan europeo de reconstrucción, es el momento de reducir el desempleo lo más rápido posible y adoptar medidas para aumentar el crecimiento potencial, mitigar el impacto del cambio climático y reducir la desigualdad. Es el momento de la ambición.

@angelubide

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