Europa se estrena como potencia
Con el fondo de recuperación, la UE esboza una inédita política presupuestaria digna de tal nombre
Europa era la gran potencia comercial. La campeona de la ayuda humanitaria y al desarrollo. La patria de los valores democráticos. Desde este miércoles empieza a ser también —esperemos que no se tuerza— una gran potencia económica, al completo.
Con el fondo de recuperación, anunciado por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ante el Parlamento, la UE esboza y se presta a estrenar una inédita política fiscal y presupuestaria digna de ...
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Europa era la gran potencia comercial. La campeona de la ayuda humanitaria y al desarrollo. La patria de los valores democráticos. Desde este miércoles empieza a ser también —esperemos que no se tuerza— una gran potencia económica, al completo.
Con el fondo de recuperación, anunciado por la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, ante el Parlamento, la UE esboza y se presta a estrenar una inédita política fiscal y presupuestaria digna de tal nombre. Y en conjunción con la potencia de fuego monetaria ya ensayada del Banco Central Europeo, que entronizó Mario Draghi, se nos presenta también como poder financiero, capaz de emitir deuda común a gran escala.
Porque ¿acaso no lo ostenta quien, entre el fondo, las aportaciones del Mede —el fondo de rescate permanente— y conexas, y el programa del BCE contra la crisis de la pandemia, movilizará más de cuatro billones de euros?
(Recordatorio: el nuevo fondo, 750.000 millones; Mede y compañía, 540.000; total, 1,29 billones directos, que activarían hasta 3,1 billones, en cálculos de Bruselas; que se suman al otro billón del BCE. Y eso, sin contar con los planes autónomos de los distintos Estados miembros).
Por eso acertó ayer el joven diputado socialista Jonás Fernández cuando comparó la trascendencia de este fondo con el alumbramiento del euro: un bravo compartido, transversal, con Iratxe García, Luis Garicano, Ernest Urtasun y Esteban González Pons.
Para llegar a buen puerto, habrá que superar primero la resistencia de la banda de los cuatro austeritarios (Holanda, Austria, Suecia, Dinamarca). Es empeño difícil pero no imposible: Holanda está ya blandita, por los dardos recibidos en su condición de semiparaíso fiscal; en Austria, los verdes son copilotos supereuropeístas; Suecia ofrece el flanco de incumplir con su obligación jurídica de incorporarse ya al euro; y Dinamarca carece del peso en solitario de paralizar al continente.
Luego vendrá una tarea más discreta y oscura, pero capital. Estar a la altura técnica del gran Alexander Hamilton —el primer secretario del Tesoro de EE UU, que bajo George Washington mutualizó la deuda de las 13 colonias— en la emisión de los nuevos eurobonos. Bruselas dispone de capacidades: ya ha creado deuda propia (en menor cuantía, para apoyar las balanzas de pagos de los países externos al euro), y la del emparentado Mede, que encabeza Klaus Regling, excapitoste de la Comisión. Y aún después, acertar con los programas concretos de estos nuevos y mayúsculos fondos estructurales. Y con su reparto y su orientación... que no condicionalidad de grillete.
Desde ya, parece un acierto bautizar a la iniciativa como próxima generación UE. Porque hay que desmentir a la historia reciente de la Gran Recesión, y a los enterradores de esperanzas.
Si las crisis se ceban reiteradamente sobre los más vulnerables, los jóvenes, los precarios, los menos cualificados, los periféricos, los pobres, ahora disponemos de una ocasión para revertir el revés. O al menos de reequilibrarlo. Sabemos cómo hacerlo. Sería imperdonable fracasar en ello.