Centros culturales para la cooperación

Las sedes repartidas por América Latina y Guinea Ecuatorial son el fruto de una larga historia nacida en la Transición y evolucionada a lo largo de cuarenta años de democracia

Representación de danza en La Habana. / JOSEP GUINDO

La presentación del libro ‘La Red de Centros Culturales de la Cooperación Española’ nos sugiere una reflexión sobre algunas dimensiones de las políticas culturales en el exterior. Estos veinte equipamientos, repartidos principalmente por América Latina y Guinea Ecuatorial, son el fruto de una larga historia nacida en la transición democrática (1976 el primero) y evolucionado a lo largo de estos cuarenta años de democracia. Más allá de la descripción y ubicación de cada uno de estos centros culturales, lo que realza es la consolidación y definición de un modelo propio de definir la función de l...

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La presentación del libro ‘La Red de Centros Culturales de la Cooperación Española’ nos sugiere una reflexión sobre algunas dimensiones de las políticas culturales en el exterior. Estos veinte equipamientos, repartidos principalmente por América Latina y Guinea Ecuatorial, son el fruto de una larga historia nacida en la transición democrática (1976 el primero) y evolucionado a lo largo de estos cuarenta años de democracia. Más allá de la descripción y ubicación de cada uno de estos centros culturales, lo que realza es la consolidación y definición de un modelo propio de definir la función de la cultura en las relaciones culturales internacionales.

Frente a otros modelos centrados en los institutos de fomento de la lengua, como el Instituto Cervantes u otros parecidos en diferentes países europeos, esta red presenta unas particularidades. Como surgió en América Latina, donde el español, como lengua oficial, es compartida con un gran número de países, estos centros tuvieron que escudriñar nuevas formas de entender su presencia en el exterior. Frente a posiciones que entienden la promoción de la cultura en el exterior como una forma de crear imagen, más orientada al marketing de país o incidir en el mercado cultural, estos centros culturales han practicado la promoción cultural como una manera de entrar en contacto o diálogo con otras realidades culturales.

Su dependencia de la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo, y sus antecedentes, ha incidido en la búsqueda de fórmulas de articulación entre lo que se conoce como promoción o acción cultural exterior y la práctica de la cooperación internacional. Muy unido a que la cooperación española, por medio de su Estrategia de Cultura y Desarrollo, mantiene una posición pionera en la incorporación activa de la cultura en la cooperación al desarrollo sostenible, en sus programaciones y en los escenarios multilaterales.

Por otro lado, la presencia de estos centros culturales fomenta la cooperación cultural internacional entendida como los intercambios para reconocer las culturas de otros, en igualdad de oportunidades tan importante en momentos donde la circulación cultural es muy amplia. Esto se observa por el alto grado de aceptabilidad de los entornos culturales a la presencia de los centros culturales españoles, entendiéndolos como un servicio cultural más que incide en el desarrollo cultural de los países donde está ubicado.

A lo largo de estos años se fueron expandiendo y definiendo como un modelo único estudiado por sus particularidades y por ofrecer formas de interlocución adaptadas a los contextos culturales contemporáneos. En esta línea se entiende el encargo de la Unión Europea a la AECID para asumir la gestión de proyectos de cooperación delegada en este campo, representando un reconocimiento institucional a los profesionales que han trabajado durante años en esta Red. En un momento donde la comunidad internacional se compromete con la Agenda 2030, incorporar la dimensión cultural en los ODS se convierte en una necesidad para consolidar el multilateralismo.

Las opiniones expresadas en la publicación de agentes culturales locales sobre su visión y vivencia de los Centros Culturales en su país aportan información sobre su reconocimiento. De la misma forma, las experiencias de creadores y actores culturales españoles que han participado en estos espacios es una expresión de su eficacia. La lectura de este libro ofrece algunas reflexiones sobre cómo pueden plantearse futuras estrategias para las políticas culturales. Nos alegramos de disponer de estos contenidos y de observar cómo la relación entre cultura y desarrollo sostenible dispone de suficiente fuerza para afrontar los retos de futuro.

* Alfons Martinell es director honorífico de la Cátedra Unesco de Políticas Culturales y Cooperación

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