La deuda externa neta se reduce hasta el 77% del PIB en 2018

La deuda bruta se mantiene en el entorno del 167% del PIB y el superávit con el exterior cae casi un tercio en un año

Contenedores en el puerto de Valencia, el pasado mes de noviembre. Mònica Torres

La deuda externa neta, es decir los pasivos que tiene la economía española una vez se restan los activos que posee en el extranjero, desciende a buen ritmo. También conocida en la jerga como posición de inversión internacional neta, el año pasado bajó del 83% del PIB al 77%. Y lo hace a pesar de que la deuda bruta aumentó en unos 76.000 millones y se mantuvo en el entorno del 167% del PIB. En 2018 este endeudamiento bruto superó la barrera psicológica de los dos billones de euros y cerró el a...

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La deuda externa neta, es decir los pasivos que tiene la economía española una vez se restan los activos que posee en el extranjero, desciende a buen ritmo. También conocida en la jerga como posición de inversión internacional neta, el año pasado bajó del 83% del PIB al 77%. Y lo hace a pesar de que la deuda bruta aumentó en unos 76.000 millones y se mantuvo en el entorno del 167% del PIB. En 2018 este endeudamiento bruto superó la barrera psicológica de los dos billones de euros y cerró el año en los 2,014 billones frente a los 1,938 billones del año precedente. De modo que solo el mayor aumento de las inversiones de España en el exterior hizo que la deuda neta disminuyese.

Estas cifras representan el auténtico Talón de Aquiles de la economía española. Otros países deben también mucho en términos brutos. Pero se lo deben entre agentes del mismo país y, por tanto, no dependen de fuera para refinanciarse. Tal es el caso por ejemplo de Italia. Pero la dificultad añadida de España es que, además, su deuda está en mayor medida en manos de inversores extranjeros, que pueden huir rápidamente al menor atisbo de problemas. La Comisión Europea considera un desequilibrio económico toda aquella deuda con el exterior que supere el 35% del PIB en términos netos. Solo países como Grecia o Chipre se encuentran en una situación tan extrema como España, cuya deuda externa neta llegó a rozar en junio de 2014 el 100% del PIB. O lo que es lo mismo, al menos se ha reducido en 23 puntos de PIB desde el máximo. Y se habría reducido mucho más de no ser por la deuda pública. 

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En todo caso, para ir reduciendo todavía más esa deuda hay que generar superávits con el exterior en la balanza de pagos. La economía española lleva siete años consecutivos registrando saldos positivos con el extranjero, un hito nunca observado en la historia reciente de España. Sin embargo, en el último año esa capacidad de financiación se ha reducido bastante. En 2018 se cerró en los 17.600 millones frente a los 24.200 millones registrados en 2017, una caída de un 27% en un solo ejercicio. Desde el 2,1% del PIB hasta el 1,5%. A finales de 2016 llegó a estar en el 2,5%, unos 28.000 millones de euros.

El saldo del turismo se deteriora muy levemente porque los españoles están gastando más fuera. Sin embargo, gracias a la importante contribución del sector turístico, España consigue compensar el déficit que registra sobre todo en bienes y, en menor medida, por las remesas que envían los inmigrantes fuera. El saldo de servicios no turísticos retrocedió solo un poco. Y la cuenta de capital ha mejorado en más de 3.000 millones. Así que lo que de verdad ha hecho que se recorte el superávit han sido el comercio de mercancías, cuyo déficit aumentó en unos 9.600 millones. En parte por la subida del precio del petróleo. Pero sobre todo porque las exportaciones de bienes han perdido empuje, y en un contexto de ralentización del comercio crecen menos de lo que aumentan las importaciones: un 2,9% comparado con un 5,6%, según datos de Aduanas. En estas cifras se ha acusado mucho el peor comportamiento de las ventas a Alemania, Turquía, Reino Unido e Italia.

Ante semejante coyuntura, algunos economistas recuerdan que se debe seguir muy de cerca la evolución de los costes laborales, que están subiendo sin que aumente la productividad. Lo que podría acabar perjudicando la dolorosamente recuperada competitividad.

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