Opinión

Memorias de la crisis

La reciente publicación de las memorias de destacados líderes del anterior Gobierno ha traído un poco de aire fresco al debate económico español, siempre tan obsesionado con el liderazgo partidista y las próximas elecciones y no con la discusión de ideas y conceptos. Ignorando los ataques personales, tristes e innecesarios, pero, por desgracia, siempre presentes en el debate español, es interesante analizar los distintos puntos de vista con el beneficio de la perspectiva que da el tiempo. Las preguntas esenciales son las siguientes: ¿Estaba claro a finales de 2008 que la crisis mundial iba a a...

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La reciente publicación de las memorias de destacados líderes del anterior Gobierno ha traído un poco de aire fresco al debate económico español, siempre tan obsesionado con el liderazgo partidista y las próximas elecciones y no con la discusión de ideas y conceptos. Ignorando los ataques personales, tristes e innecesarios, pero, por desgracia, siempre presentes en el debate español, es interesante analizar los distintos puntos de vista con el beneficio de la perspectiva que da el tiempo. Las preguntas esenciales son las siguientes: ¿Estaba claro a finales de 2008 que la crisis mundial iba a afectar a España? ¿Tenía España el margen de maniobra para acometer la gran expansión fiscal de 2009? ¿Tiene sentido rechazar una propuesta de política económica con el argumento de que conllevaría una huelga general? ¿Es cierto que un programa hubiera sido muy nocivo para España?

Vayamos por partes. ¿Cómo se veía el mundo a finales de 2008, tras la bancarrota de Lehman Brothers? La situación en aquellos momentos era de caos total, los flujos comerciales y financieros se secaron, la confianza se desplomó. El índice de volatilidad de las acciones de la Bolsa de Nueva York —el índice VIX, que refleja la incertidumbre sobre el precio futuro de las acciones— alcanzó máximos históricos. Era una situación de incertidumbre knightiana, una situación donde se carece de un modelo para analizar el presente y, por tanto, predecir el futuro. Todos los participantes en la reunión de otoño del Fondo Monetario Internacional (FMI), en el G-7 y en la posterior reunión de líderes del G-20 que organizó el presidente Bush, volvieron a casa con el miedo en el cuerpo. Léanse los informes del FMI de estas reuniones y comprobarán la tremenda preocupación. Ante un escenario de estas características, la prioridad de la política económica debe ser ante todo no empeorar la situación. Y, para ello, es fundamental entender muy bien cuál es la situación de partida, antes de que suceda el shock. Ahí parece que radica uno de los problemas, la negación de la crisis por parte del presidente Zapatero hasta bien avanzada la misma revela un análisis de la situación económica española bastante alejado de la realidad. Considerar que la crisis internacional no afectaría a España implicaba afirmar que los fundamentos de la economía española son sólidos, y que es capaz de aguantar los fuertes vaivenes internacionales. Lo cual, con el segundo déficit por cuenta corriente más alto del mundo, un mercado inmobiliario tremendamente sobrevalorado, y un perfil de crecimiento de la productividad y de la competitividad enormemente débil, era muy difícil de justificar —esta fragilidad, por cierto, era el consenso de la mayoría de los economistas, como documenté, por ejemplo, en esta columna a mediados de 2009—. Recuerden, cuanto más apalancado un país, más vulnerable, no hace falta mucha más sofisticación en el análisis. Quizá el optimismo infinito del presidente (“el pesimismo no crea puestos de trabajo”), necesario en parte para mantener la calma, no le dejaba ver bien la realidad, y le llevaba a él, o a sus asesores, a filtrar los análisis negativos que le llegaban, pecando del “sesgo de confirmación” tan estudiado en la economía del comportamiento y que tanto daño hace tanto a inversores como a políticos. Quizá la falta de buenos contactos en el ámbito internacional, tan grave en el caso de los Gobiernos españoles, limitaba la profundidad del análisis.

La reciente publicación de las memorias de destacados líderes del anterior Gobierno ha traído un poco de aire fresco al debate económico español

Esta visión robusta de la economía española, probablemente también explique la decisión de adoptar uno de los paquetes de estímulo fiscal más grandes del G-20 —con una gran cantidad de medidas, que incluyeron la devolución de los 400 euros del IRPF, el Plan E de inversión local de 8.000 millones, el Plan E de renovables de 5.000 millones...—. Porque, recuerden, la recomendación del FMI y los acuerdos del G-20 indicaban acometer un estímulo fiscal en la medida de la capacidad de cada país. Y, en privado, citaban a España como uno de los países con poco margen, por las razones citadas anteriormente. Italia, por ejemplo, decidió no aplicar ningún estímulo fiscal, ya que temía que, con un nivel de deuda elevado, podría ser un tanto arriesgado. Los datos del Fiscal Monitor del FMI son contundentes: España tenía en 2007 un superávit fiscal estructural del 0,3%, pero acabó 2008 con un déficit fiscal estructural del 5,6%, y en 2009 alcanzó el 10,2%. Comparando, Italia tenía en el año 2007 un déficit fiscal estructural del 3,3%, que se mantuvo en el 3,6% en 2008 y en el 3,3%, en 2009. Los ajustes estructurales son siempre dudosos, pero por mucho error que pueda haber en el ajuste, la magnitud del aumento es enorme: 10 puntos del PIB de deterioro estructural del déficit. El resultado: Italia acabará 2013 con un déficit nominal del 3%, y España, cercano al 7%. Es posible que España tuviera mucho menos margen de maniobra fiscal a finales de 2008 e inicios de 2009 de lo que pensaban. Pero estábamos en la época de sacar pecho, de vanagloriarse del sorpasso de Italia en términos de PIB, del objetivo de adelantar a Francia.

La respuesta del presidente Zapatero al plan de ajuste fiscal de Solbes —“esto me genera dos huelgas generales”— es reveladora, y explica muy bien la secuencia de decisiones y los retrasos que tan caros nos han costado. Por desgracia, la política doméstica se ha impuesto siempre a la racionalidad —y esto no cambia con el presidente Rajoy, que quede claro, que antepone las elecciones andaluzas al ajuste fiscal—, y las decisiones necesarias se posponen o se ignoran. En este contexto cabe preguntarse en qué se basa la frase del presidente Zapatero, “La recuperación será lenta, pero con un programa hubiera tardado lustros”. Más allá de los problemas derivados de la naturaleza sénior de la deuda del FMI (a los que dudo que se refiriese y que sí que sugerían que hubiera sido una terrible idea que España solicitara un programa financiado por el FMI), ¿qué hubiera requerido un programa —ese que le sugirió Merkel, del cual no tenían “indicios”, de nuevo la falta de contactos, pues era un secreto a voces— para que pudiera tener este efecto tan nocivo? Olvidémonos del caso griego, que reúne un cúmulo enorme de despropósitos, ese ejemplo no sirve. La realidad es que España ha tenido un programa, informal, pero programa, financiado primero por las compras del BCE y, después, por el ESM, con una condicionalidad fuerte, y le ha sido muy útil, ya que gracias a las condiciones del programa se han adoptado, con mucho retraso, las medidas necesarias que hacía tiempo que se estaban reclamando, sobre todo la reforma laboral y de las pensiones, y la resolución del sistema bancario usando el modelo sueco. Sí, los programas tienen un fuerte coste, pero político, para los gobernantes que no entienden que deben tomar decisiones difíciles, pero necesarias.

Es cierto que el problema griego y la actitud del BCE y de Alemania contribuyeron a agravar el problema español. Sin duda. Pero el error de diagnóstico existió, la situación de la economía española a finales de 2008 no era sostenible, el problema era grave, y la necesidad de ajuste era apremiante. El tiempo lo está confirmando.

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