Un recorrido por Madrid con una guiri sin palabras

Los visitantes que no hablan español se topan con llamativas traducciones

Sarah Hill acaba de llegar a la Terminal 1 del aeropuerto de Madrid desde Londres. Esta jefa de relacionas públicas de una ONG ha venido a pasar unos días de turismo por Madrid y, ya de paso, a ver a unos amigos. Como ellos están trabajando, la escocesa de 37 años tiene que desenvolverse sola durante su primer día sin hablar ni una palabra de castellano.

En la sala de llegadas explica que el tránsito en el aeropuerto ha sido muy fácil. "Todas las señales necesarias al aterrizar y para coger mi equipaje están en inglés", confirma.

Se dirige entonces al centro de turismo del aeropu...

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Sarah Hill acaba de llegar a la Terminal 1 del aeropuerto de Madrid desde Londres. Esta jefa de relacionas públicas de una ONG ha venido a pasar unos días de turismo por Madrid y, ya de paso, a ver a unos amigos. Como ellos están trabajando, la escocesa de 37 años tiene que desenvolverse sola durante su primer día sin hablar ni una palabra de castellano.

En la sala de llegadas explica que el tránsito en el aeropuerto ha sido muy fácil. "Todas las señales necesarias al aterrizar y para coger mi equipaje están en inglés", confirma.

Se dirige entonces al centro de turismo del aeropuerto, gestionado por la Comunidad de Madrid, donde Esther la recibe con una sonrisa y un Yes de confianza ante la pregunta, también en inglés, de si habla su mismo idioma. Es una de las personas que atienden a los turistas que llegan a Madrid y que, según la Comunidad, domina al menos dos idiomas además del castellano.

Las máquinas de Metro venden billetes en un perfecto inglés
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Esther le explica con soltura cómo coger el autobús 200 hasta la zona de Arturo Soria donde Sarah ha reservado un hotel. Sin embargo, no le asegura que el conductor vaya a entenderla. "Lo dudo, aquí en Madrid la gente no habla mucho inglés... En el centro, en algunos de las tiendas y restaurantes más grandes y en los museos, sí, pero en general no. Es una pena".

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Durante la conversación Sarah reconoce cierto acento en la forma de hablar de Esther, por lo que le pregunta dónde ha aprendido. "En Edimburgo", responde. Donde Sarah nació.

La escocesa tiene planeado dejar su equipaje en el hotel y pasar la tarde en el centro de la ciudad. Después de patearse los monumentos más conocidos de la capital, cuenta en el bar Los gatos, en el barrio de Las Letras, que en Madrid, sin hablar castellano, no es tan difícil manejarse.

Lo que sí le hizo gracia fueron las indicaciones mal traducidas. Dice que muchos no eran graves errores, pero claramente no era inglés de verdad. "After the sound of the whistle. Do not enter nor exit authorised", es la frase que traduce el aviso en la puerta de los vagones del metro de que no se puede entrar ni salir después del silbato. Sarah explica su impresión: "Esto suena muy raro para nosotros, se entiende, pero no está escrito por un nativo". Algo similar en castellano sería "Después del sonido del silbato no se puede entrar ni tampoco salir autorizado".

En contraste, las máquinas expendedoras de billetes del suburbano hablan un perfecto inglés, simplemente pinchando el botón de preferencia. Cosa que no se puede decir de los aparatos con los que se encuentran los usuarios de Cercanías. En la pantalla, el "Seleccione su billete" se transforma perfectamente en Select your ticket, algo que no ocurre con las opciones, que permanecen en la lengua de Cervantes.

Las instituciones no consiguen hacerlo todo bien pero tampoco se libran los comerciantes particulares. Un cartel en el escaparate de una tienda ofrece al turista sediento refrescos y agua. Lo que no sabe es que en inglés cold drinks valdría para todas estas bebidas y se ahorraría el error gramatical de poner el adjetivo al final de la frase (en inglés los adjetivos siempre van delante del nombre. Nuestra Casa Blanca es su White House). Al final cualquier turista podría pensar que en esa tienda hay refrigerios y resfriado de botellas de agua.

A pesar de esos errores, la turista escocesa elogia el esfuerzo del museo Thyssen-Bornemisza para facilitar a los no castellano parlantes su visita a las exposiciones. Un portavoz de la institución lo ratifica: "Para nosotros el inglés es fundamental".

También lo es para Mino, el dueño del Restaurante Perlora (calle Magdalena), que explica la carta en un inglés lento pero correcto. Sarah se sorprende de que sepa cómo decir razorclam, navaja, porque cree que hasta algunos nativos no saben cómo se llama este marisco.

Mientras saborea la cerveza que ha pedido señalando el grifo, Sarah concluye que su día de turismo no ha sido tan difícil. Algunos carteles no son perfectos pero se lo toma con humor. "En general parece que los madrileños intentan ayudar y, aunque no todos hablan perfectamente, es gratificante que hagan un esfuerzo. Al final, con gestos y una sonrisa se puede conseguir todo".

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