Reportaje:RUTAS URBANAS

Bares sin retoques

Lo cañí pervive en Madrid con pinchos clásicos, vermú de grifo y las croquetas que entusiasmaron a los músicos de U2

En el centro de Madrid, en los distritos de Universidad y Maravillas, sobreviven abonados a la resistencia unos cuantos bares en los que, cuando pides algo, el tiempo se para. Esta es una ruta por barras cañís en los que la caña siempre se sirve en vaso, como toda la vida, y nunca en copa. Lugares que conservan personalidad, enjundia y una clientela fiel.

» Calle de Quiñones, 11

Dicen que cuando el nombre de un bar empieza por casa..., bien empezamos. En la calle del antiguo Tribunal de la Santa Inquisición y posterior cárcel de mujeres, desde 1964 sale al encuentro Casa Antonio,...

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En el centro de Madrid, en los distritos de Universidad y Maravillas, sobreviven abonados a la resistencia unos cuantos bares en los que, cuando pides algo, el tiempo se para. Esta es una ruta por barras cañís en los que la caña siempre se sirve en vaso, como toda la vida, y nunca en copa. Lugares que conservan personalidad, enjundia y una clientela fiel.

01 Casa Antonio

» Calle de Quiñones, 11

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Dicen que cuando el nombre de un bar empieza por casa..., bien empezamos. En la calle del antiguo Tribunal de la Santa Inquisición y posterior cárcel de mujeres, desde 1964 sale al encuentro Casa Antonio, bar llamativo por sus inconfundibles azulejos y un menú casero a nueve euros famoso en leguas a la redonda.

Suele dar de cenar a los músicos que pasan por la sala Sirocco, y a más de uno que espera que abra el Moloko, dos locales míticos de la noche que están a unos metros.

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Aparece en la ruta madrileña de Pérez Galdós, pues la familia Villamil, protagonista de la novela Miau, vive en el portal de al lado. Encanta de él su porte despreocupado y la sensación de anonimato entre la clientela. Destaca su bocata de lomo, tomate y queso, manjar para adolescentes con ganas de fiesta desde tiempos inmemoriales.

Como buen negocio familiar es regentado por una madre y dos hijos con total franqueza. Merecen la pena las croquetas de la casa y la ensaladilla rusa. Las cañas se tiran de tal modo que da gusto verlas. Uno no sabe si la espuma es crema. Transmite tanta naturalidad, que ni siquiera asusta la cabeza del toro que asoma por detrás de la barra, se llamaba Andrés y era el protagonista de La cuadrilla espacial, una de las primeras series que triunfaron en la Red.

02 Bodegas Rivas

» Calle de La Palma, 61Aquí no hay azulejos, pero sí una barra de aluminio de cuando se vendían a granel vinagre y vino. Y vermú de grifo desde 1923, cuando ya había fútbol. A la izquierda, cuatro enormes barriles que, en días de partido, suelen ejercer de perchas para banderas, casi siempre blancas.

Es un bar camaleón: tan pronto hay jubilados jugando al dominó como dos mujeres viendo un partido de tercera. Empatiza con todo tipo de gente que sabe que no va a suceder nada extraordinario y no tiene necesidad de ello. Tampoco faltan grupos de escrupulosos que rechazan la banderilla porque pica la anchoa con guindilla. Suelo embaldosado y paredes decoradas con fotos antiguas del Madrid de principios de siglo -cuando el barrio era casi campo- maquillan un espacio popular.

Resulta ideal para ver un partido porque es holgado y carece de muchas mesas. Bodegas Rivas sabe gestionar el área: dos televisiones en lo alto de las dos mejores esquinas. Cuando hay gol no hay más remedio que verlo. El canapé de salmón con cabrales es de lo más solicitado, aunque el éxito de la casa sigue siendo el de anchoa en salazón, también servido desde que se fundó la casa.

03 Casa Camacho

» Calle de San Andrés, 4

Si existe un lugar en contra de liftings de interiores es el Camacho. Legendario refugio de feligreses fervientes, golfos con Ray-Ban o grupos de modernos en busca de lo retro. Desde 1929 sirve vermú de Reus a la antigua usanza. Mantiene la saturadora para hacer el sifón de grifo, con agua y anhídrico carbónico.

También hay barriles inmensos con vermú. En invierno se tiran 900 litros cada quince días. El objetivo de los tres hermanos que se reparten el tajo y la caja es que el cliente se sienta como en casa. Aquí el anonimato no cuesta nada. El lavabo es otra historia: entre que se va y se viene, la espalda sufre lo suyo, pues hay que pasar por debajo del mostrador. Las aceitunas bien maceradas y un suelo forrado de servilletas y palillos hacen del lugar un icono con vida propia. Consigue complicidad porque, sin saber cómo, Casa Camacho está presente hasta en guías australianas. Si usted presta atención, la acción discurre como en una novela de época: por ejemplo, Barrio de Maravillas, de Rosa Chacel, que ensalzó la vida de estas calles.

Tome nota de los pinchos clásicos: bonito en escabeche, pepinillo con anchoa, berenjena de Almagro y anchoa en salazón, una constante en la zona.

Y otro clásico en plan revival: A principios de los ochenta, gracias a las ideas de un cliente visionario, en Casa Camacho inventaron una bebida: el yayo. Se vendía en vasos de litro, llamados minis -solo en Madrid se le puede llamar mini a un vaso de litro-, y está viviendo su segunda juventud. Ingredientes: casera, ginebra y vermú; sensaciones: entra tan suave que parece trina; efectos: a partir del tercero, la luna a tus pies. Llama la atención la cantidad de botellas que atesoran el polvo del desenfreno en lo más alto de la pared. Cuando se le pregunta a uno de los dueños desde cuándo están allí arriba, lo tiene claro: "Desde el primer día". Claro, un bar de principios.

04 Casa Julio

» Calle de la Madera, 37

Si usted no ha probado nunca las croquetas de Casa Julio, considérese afortunado y siga leyendo porque es preciso saber que son de las más preciadas de Madrid. Su sabor y poder de convicción han conmovido a Saramago, a los U2, a mucha gente del cine y hasta a mi prima Angelines. Y ya se sabe que lo que conmueve, perdura.

Casa Julio es un clásico de la calle de la Madera, que hace poco se ha remodelado por dentro, pero que, afortunadamente, conserva el letrero a la antigua, la inconfundible puerta de madera roja y el cariño de siempre.

Resulta entrañable cuando, a eso de las ocho, doña Maite Gil, dueña y señora, pasea despacio con una bandeja llena de croquetas. Las hay de jamón, queso azul, de espinacas, pasas y gorgonzola, de picadillo, de setas con puerro, de atún con huevo... En fin de semana suelen servir unas 700, pero una noche llegaron a ¡900! Ojo a los vinos y al resto de la carta: todavía no se ha encontrado quien se resista a la carne herreña ni a las albóndigas. Al terminar, se acerca doña Maite y, con toda delicadeza, pregunta: "¿Disfrutaron?".

05 El Palentino

» Calle del Pez, 12

Se caracteriza por distintas razones, pero hay una fundamental: se tome usted lo que se tome es imposible gastar más de 20 euros. Si eso ocurre, lo más probable es que no encuentre la salida. Tanto si prefiere un café con leche y magdalena a las once de la mañana como si se inclina por un ron con limón a las once de la noche, el precio es similar. Tres euros.

El Palentino ha conseguido un éxito extraordinario que traspasa fronteras. Posee señas de identidad: fluorescentes intensos, nada de música, mucho humo y movilidad complicada. Y tras la barra, imperecedero, tan joven y tan viejo, el maestro Casto, cuyo inconfundible perfil es idolatrado y ya tiene seguidores en redes sociales (1.856 hasta hoy); incondicionales que van internacionalizando un bar de apariencia provinciana que encuentra en el pepito de ternera su refrigerio talismán. Curiosamente, se sirven más quintos que cañas. No se extrañe si en fin de semana se encuentra un papel escrito a mano que reza "aforo completo" y un señor controlando que más que portero parece un amigo. Atravesar el bar hasta el baño es tarea casi imposible, por lo que se deduce que El Palentino está a favor de la sociabilidad.

Vaya, compruebe, y si encuentra algo mejor, avise.

» Use Lahoz es autor del poemario A todo pasado (editorial Prames).

El Palentino (en la calle del Pez, 12) es todo un clásico de Madrid.SANTI BURGOS
Santiago González, un veterano de Casa Camacho.F. SERRA

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