Análisis:La mayor crisis del Gobierno de Zapatero

Gesto y discurso

El gesto necesario desde el brusco cambio de rumbo en la política económica ha llegado por fin. La superación de las enmiendas a la totalidad presentadas contra los Presupuestos Generales del Estado era el requisito imprescindible para que José Luis Rodríguez Zapatero pudiera seguir gobernando. Pero la remodelación del Gabinete, por su parte, aparecía como la única posibilidad de que, además, retomara la iniciativa. Es verdad que con esta crisis Rodríguez Zapatero ha empleado la última baza de la que dispondría ante una eventual sucesión de derrotas en las próximas citas electorales. Intentar ...

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El gesto necesario desde el brusco cambio de rumbo en la política económica ha llegado por fin. La superación de las enmiendas a la totalidad presentadas contra los Presupuestos Generales del Estado era el requisito imprescindible para que José Luis Rodríguez Zapatero pudiera seguir gobernando. Pero la remodelación del Gabinete, por su parte, aparecía como la única posibilidad de que, además, retomara la iniciativa. Es verdad que con esta crisis Rodríguez Zapatero ha empleado la última baza de la que dispondría ante una eventual sucesión de derrotas en las próximas citas electorales. Intentar conservarla habría significado, sin embargo, arriesgarse a derrotas aún más severas.

Los efectos políticos de la remodelación son mayores de los que cabría esperar de su contenido, en el que los dos datos auténticamente relevantes son el ascenso del ministro del Interior a la Vicepresidencia Primera y la incorporación al Ejecutivo de Ramón Jáuregui. Zapatero ha llevado a cabo la crisis en contra de los planes previstos hasta dos días antes, cuando, según aseguró en Ponferrada, no habría más cambios que los del ministro de Trabajo. Basta imaginar el estado de ánimo en que se habrían sumido el partido socialista y su electorado si, en lugar de anunciar la remodelación, Zapatero se hubiera limitado ayer a designar al sucesor de Corbacho.

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El alivio de ver a Zapatero dispuesto a reaccionar, y no atenazado por la parálisis de los últimos meses, tal vez haya contribuido a magnificar la dimensión de la crisis y, simultáneamente, a minimizar sus puntos más débiles. El Gobierno necesitaba un gesto para ganar impulso, y Zapatero se ha decidido a realizarlo. Pero, junto al gesto, y antes de que la dura realidad regrese por sus fueros, faltaría por cerrar el otro flanco abierto desde el cambio de rumbo de la política económica: la elaboración de un discurso para abordar el último tramo de la legislatura. El anterior quedó inutilizado tras las medidas de ajuste y la reforma del mercado laboral. En el horizonte planea la de las pensiones, otro asunto capaz de provocar estragos equivalentes a los de las medidas de mayo.

De todas las crisis de Gobierno realizadas por Zapatero, esta es, seguramente, la que más responde a criterios políticos identificables y no a razones de imagen, cuando no al simple capricho. Otra cosa es que esos criterios hayan sido en todos los casos los oportunos; y otra aún que sirvan para detener el desplome del partido socialista. Pero es mejor este Zapatero que ha cobrado conciencia de sus límites que aquel otro entregado a un optimismo y una levedad irrefrenables.

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