Vivir en un país de papel

Según dicen, una persona debe hacer tres cosas antes de morir: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. En este país donde impera la ley de la más absurda burocracia, tener un hijo y plantar un árbol se me antojan curiosamente relacionadas entre sí, en tanto cuanto el nacimiento de un españolito se ve envuelto en una serie de trámites que requieren de la generación de innumerables certificados, fotocopias, etcétera, hasta el punto que parecería necesario plantar un árbol para compensar a la madre naturaleza por malgastar tanto papel.

Recientemente he sido afortunada con la l...

Según dicen, una persona debe hacer tres cosas antes de morir: tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. En este país donde impera la ley de la más absurda burocracia, tener un hijo y plantar un árbol se me antojan curiosamente relacionadas entre sí, en tanto cuanto el nacimiento de un españolito se ve envuelto en una serie de trámites que requieren de la generación de innumerables certificados, fotocopias, etcétera, hasta el punto que parecería necesario plantar un árbol para compensar a la madre naturaleza por malgastar tanto papel.

Recientemente he sido afortunada con la llegada de un hijo a mi vida y me he visto abrumada por la montaña de papel que el niño ha ido generando desde ya antes de nacer. Es frustrante tener que fotocopiar cuatro o cinco veces el DNI de los padres, el libro de familia, etcétera, para cumplimentar los distintos trámites. Sería hora que las Administraciones se subieran a la autopista de la información (que compartieran datos, tuvieran acceso al padrón, a los archivos de los juzgados y de la policía, etcétera) para que los nuevos padres no hubieran de perder ni un minuto del precioso tiempo que podrían dedicarle a su recién nacido fotocopiando papeles, para luego hacer la correspondiente cola en las distintas ventanillas de nuestra muy anticuada Administración.