Columna

¿Hacia dónde van las universidades?

Es un momento complicado para las universidades gallegas. Decir esto suena a tópico y suele ser el preludio para hablar de Bolonia y de la crisis económica, que golpea también a estas instituciones. Y sin embargo, el asunto creo que es bastante más complicado. Que Bolonia y la crisis acentúan algunos de los problemas, pero que incluso sin ellos nos encontraríamos en una encrucijada.

A mi juicio, el problema de fondo se encuentra en la falta de una estrategia global y ampliamente compartida, que asuma las restricciones y oportunidades existentes, y que aprenda de los éxitos en otras part...

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Es un momento complicado para las universidades gallegas. Decir esto suena a tópico y suele ser el preludio para hablar de Bolonia y de la crisis económica, que golpea también a estas instituciones. Y sin embargo, el asunto creo que es bastante más complicado. Que Bolonia y la crisis acentúan algunos de los problemas, pero que incluso sin ellos nos encontraríamos en una encrucijada.

A mi juicio, el problema de fondo se encuentra en la falta de una estrategia global y ampliamente compartida, que asuma las restricciones y oportunidades existentes, y que aprenda de los éxitos en otras partes del mundo.

Manifestaciones de la falta de consenso las encontramos por doquier. Basta confrontar argumentos recurrentes. Por un lado, están los que defienden que en su ciudad deberían ubicarse todas las titulaciones posibles (incluyendo medicina); por otro, los que siguen pensando que fue un error la descentralización y que todo debería volver a Santiago, como en los años ochenta. Están los que opinan que la universidad no debe recibir más recursos, porque está plagada de personas improductivas que viven muy bien y trabajan poco; al tiempo que no falta quien justifica que la universidad debe recibir siempre más, al tiempo que convierte en anatema la discusión sobre resultados y cumplimiento de objetivos. En cuanto a la integración de la universidad con el entorno socieconómico, tenemos a quienes ven un asalto a la esencia de la universidad el simple hecho de que una entidad financiera ponga un cajero automático en una facultad y, en el extremo opuesto, los que la contemplan como una especie de Formación Profesional que deberían dirigir desde las oficinas de empleo; los que entienden que investigación y docencia deberían orientarse en exclusiva a las necesidades del entorno inmediato, y los que observan con recelo que un profesor abandone las alturas (o profundidades) académicas para hablar con un empresario o un responsable político o social.

Más recursos sí, pero sólo para quien los usa de forma eficiente, demostrando resultados

Y mientras discutimos desde posiciones extremas, nos olvidamos de construir ese discurso sobre el que se deberían asentar los planes y estrategias. Un discurso que en la mayor parte de las cuestiones va a situarse en posiciones intermedias, y que sin olvidar nuestro punto de partida debe intentar imitar las mejores prácticas en España y fuera de ella. Vayamos por partes.

Las universidades gallegas necesitan más recursos. Tenemos universidades pobres en comparación a las mejores universidades españolas. No digamos ya si la referencia son Alemania, Suiza, Dinamarca, Gran Bretaña, Estados Unidos o Canadá. Particularmente, en materia de recursos humanos que apoyan la docencia y la investigación. Lo que en otras partes resuelven administrativos y personal auxiliar, aquí lo hacen unos profesores que si quieren competir internacionalmente se ven obligados a pasar ampliamente de las sesenta horas de trabajo semanales. Dada la estructura de financiación del sistema en España, en el que las transferencias de los Gobiernos suponen tres cuartas partes del total de los recursos, es inevitable que sea la Xunta la que canalice buena parte de esa financiación adicional. Ahora bien, ese mayor dinero debe traducirse en una mejora sustancial de los resultados. En la actualidad hay profesores, grupos de investigación y departamentos que trabajan mucho y bien, que con recursos deficientes son capaces de equipararse a los mejores centros europeos. Pero no todo el mundo alcanza esta excelencia. Más recursos sí, pero sólo para el que los emplea de forma eficiente, demostrando resultados (patentes, internacionalización y excelencia de la docencia, publicaciones en revistas internacionales, contratos con empresas y administraciones, proyectos de investigación europeos...). La cultura del cumplimiento de objetivos debe impregnar todo el sistema.

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Hay que aprovechar cualquier reapertura del mapa de titulaciones para avanzar en la especialización de los siete campus gallegos y reducir progresivamente duplicidades difícilmente justificables por la demanda. No es ningún problema contar con un sistema integrado por siete campus complementarios. En Norteamérica es posible encontrarse con buenas universidades de dimensión menor que la del campus gallego más pequeño.

Debemos apostar más claramente por la internacionalización. La colaboración en red con las universidades del norte de Portugal (muy buenas en algunas áreas) y del resto de la Unión Europea para convertirse en referencia internacional es una buena solución para Galicia. Aprendamos de quienes ya lo están haciendo en Galicia. No hay mucho que inventar.

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