Análisis:La sostenibilidad del Estado de bienestar

Las políticas de empleo

Antes del inicio de esta crisis, teníamos un enorme reto: ser más productivos en un contexto de envejecimiento laboral galopante y de cambio técnico sesgado a favor de la educación y la formación. Ahora, tenemos otro reto más: el doble de parados que hace apenas dos años, un 40% de los cuales son ya de larga duración, es decir, con un elevado riesgo de desactivación laboral y formativa.

En la crisis de los noventa, tardamos unos 8 años en volver a un número de parados de larga duración similar al período precrisis. Pero la situación actual es más compleja aún, por varios motivos: difíci...

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Antes del inicio de esta crisis, teníamos un enorme reto: ser más productivos en un contexto de envejecimiento laboral galopante y de cambio técnico sesgado a favor de la educación y la formación. Ahora, tenemos otro reto más: el doble de parados que hace apenas dos años, un 40% de los cuales son ya de larga duración, es decir, con un elevado riesgo de desactivación laboral y formativa.

En la crisis de los noventa, tardamos unos 8 años en volver a un número de parados de larga duración similar al período precrisis. Pero la situación actual es más compleja aún, por varios motivos: difícilmente repetiremos un episodio de generación de empleo tan intensa; ya no recibiremos tantas ayudas comunitarias para financiar nuestras políticas activas y, además, estaremos por largo tiempo sometidos a mayores ajustes presupuestarios; el peso de los desempleados de edad avanzada es mayor que entonces, así como la necesidad de reciclaje de los menos cualificados; y, finalmente, tampoco podremos proceder a jubilaciones anticipadas masivas como en el pasado.

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Ayudarnos a asumir estos dos grandes retos, en un contexto tan restrictivo, debería ser el objetivo principal de esta reforma laboral. Debería procurar que nuestras instituciones laborales incentivasen la adquisición de formación, en lugar de penalizarla. Por ello, resultaría clave erradicar la dualidad entre trabajadores fijos e indefinidos, modernizar nuestra negociación colectiva y replantear la gestión de nuestra formación continua. Pero también resultan cruciales cambios sustanciales en el diseño de nuestras políticas de empleo. Las políticas activas ya no pueden basarse en subvenciones a la contratación que no ayudan a crear empleo, ni a reducir la precariedad laboral. Reorientarlas hacia los más jóvenes no parece lo más conveniente. Evitar el abandono escolar debería ser objetivo prioritario y, para ello, se debería restablecer una estructura de salarios mínimos por edades, y poner en marcha un sistema formativo dual con una mayor implicación de las empresas. Para evitar la desactivación de nuestros parados de larga duración, se necesitaría establecer inmediatamente un marco de colaboración público-privada no solo en materia de orientación y recolocación, sino también de formación. En cuanto a las políticas pasivas, también es necesario rediseñar el sistema de protección por desempleo, vincularlo en mayor medida a los esfuerzos de búsqueda y formación y desligarlo de las políticas de jubilación anticipada. En definitiva, muchos son los cambios de los que debería tratar esta reforma laboral, ¿cuál de ellos se está abordando seriamente?

Florentino Felgueroso es director de la cátedra de Capital Humano y Empleo de Fedea.

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