Reportaje:BANDA SONORA

Instrumentos de 'todo a un euro'

Un grupo transforma juguetes baratos para ejecutar música 'ruidobilly'

Nunca un grupo ensayó en semejantes condiciones. Domingo por la tarde en un piso del barrio de Malasaña. Los cuatro integrantes de la banda se reúnen en torno a un par de bolsas de Cheetos, dos litronas de cerveza y una botella de Nestea (algunos arrastran resaca). Este ritual es parte del ensayo. Después de un par de tragos, uno de ellos desaparece para luego entrar con un maletín de herramientas. Lo abre y surgen unos extraños instrumentos: una lata de atún a la que se ha incorporado un motorcito de pistola de juguete, un muñeco Picachu tuneado con un pequeño amplificador, una casita de háms...

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Nunca un grupo ensayó en semejantes condiciones. Domingo por la tarde en un piso del barrio de Malasaña. Los cuatro integrantes de la banda se reúnen en torno a un par de bolsas de Cheetos, dos litronas de cerveza y una botella de Nestea (algunos arrastran resaca). Este ritual es parte del ensayo. Después de un par de tragos, uno de ellos desaparece para luego entrar con un maletín de herramientas. Lo abre y surgen unos extraños instrumentos: una lata de atún a la que se ha incorporado un motorcito de pistola de juguete, un muñeco Picachu tuneado con un pequeño amplificador, una casita de hámster con un singular sistema electrónico, una caja vacía de 25 cedés perforada a la que se ha introducido el sistema eléctrico de un cachivache comprado en una tienda Todo a un euro...

Olaf Ladousse, graduado en Diseño en París, es el que ha urdido todo el plan
"A veces hurgo en contenedores. Antes de Navidad son una mina", dice el artista
Hasta ahora, han construido 178 aparatos que se venden a 150 euros
"A veces se nos critica que eso no es música, pero todo es música"

Todo es así de chocante en este grupo. Empezando por el nombre, Los Caballos de Düsseldorf, inspirado en una larga y farragosa historia que tiene que ver con los pioneros de la música electrónica, los alemanes Kraftwert. El inquieto cerebro de Olaf Ladousse es el que ha urdido todo el plan. Olaf, propietario de la casa donde ensayan, lleva 19 de sus 42 años viviendo en España. Nació en Bélgica y se graduó en la Escuela de Diseño Industrial de París. Viste moderno, con camisas de amplios y picudos cuellos y se peina con la raya a un lado para que el flequillo le caiga sobre su frente. A pesar de sus dos décadas comunicándose en español, conserva un fuerte acento francés. "Nosotros hacemos ruidobilly", afirma, y tiene toda la pinta de ser una ocurrencia de ahora mismo. Sus compañeros le miran y sonríen.

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Olaf comenzó a construir estos inusuales artefactos cuando presenció un concierto de un grupo de Tucson, Arizona, llamado Doo Rag, especializado en injertar a sus guitarras elementos extraños (como un teléfono) o utilizar como batería cacharrería encontrada en contenedores. "Entonces empezaron a trabajar mis neuronas. Lo primero fue bautizar a los instrumentos y, en homenaje al grupo americano, los llamé doorags", dice. Olaf opera con juguetería barata made in China. Se nutre de ella en las tiendas popularmente conocidas como chinos. "A veces", explica, "parezco un loco. Me paso muchas horas en los pasillos de estas tiendas probando pistolas de láser o secadores a pilas. También hurgo en contenedores. Los días previos a Navidad son una mina, porque las familias se deshacen de los juguetes antiguos. Y son muy valiosos". Una vez adquirido el juguete, Olaf, cual cirujano, le abre las tripas, modifica sus circuitos electrónicos, coge un trozo de aquí y de allá, y, cuando alcanza una alteración de su sonido, da por terminado el trabajo. Hasta la fecha ha construido 178 doorags, que vende a 150 euros. En sus discos (tienen dos) incluye unas instrucciones para realizar los artefactos. "Es la filosofía punk del 'hazlo tú mismo", afirma.

Las canciones de Los Caballos de Düsseldorf no atienden a melodías ni estribillos ni cualquier cosa relacionada con una pieza tradicional. Aparentemente es ruido. El grupo se defiende: "A veces la gente nos critica porque dicen que no es música. Cada uno es libre de pensar lo que quiera, pero todo es música, desde el sonido de un semáforo al de un vagón de metro chirriando por los raíles".

Si todo lo expuesto es un poco extraño, todavía hay más: no quieren que Los Caballos de Düsseldorf se identifiquen con unos rostros. Por eso se ocultan en las fotografías. "Ahora somos cuatro, pero es una banda abierta. Todo el que quiera puede tocar con nosotros e, incluso, pueden utilizar el nombre. Una familia de Madrid (padre, madre e hijos) actuó como Los Caballos de Düsseldorf en Alicante el otro día. Nos enviaron unas fotos", explican. No viven del grupo. Olaf diseña portadas de discos, fabrica neones, pinta; su pareja, Carmen Espina, 41 años, es traductora; Eva Solex, 40 años, es diseñadora, y su pareja, Murky López, 41 años, trabaja en una discográfica. Dicen estar en Los Caballos "para viajar". Y cumplen su objetivo: además de actuar en el Matadero, La Casa Encendida, El Sol, Nasti, El Juglar, tiendas de discos y cómic... han realizado giras por Estados Unidos, Japón y Europa (Alemania, Holanda, Francia y Bélgica).

Y ojo a la que montan una vez al año en Madrid: una concentración de doorags. La última sumó a 25 personas tocando llamativos doorags y recorriendo el Madrid de los Austrias. Los niños los veían pasar y decían: "Mira, mamá, los de La guerra de las galaxias".

El grupo Los Caballitos de Düsseldorf toca con instrumentos hechos por sus integrantes.ÁLVARO GARCÍA

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