Reportaje:La amenaza terrorista

Nadie teme a Al Qaeda en Yemen

Los yemeníes tienen más miedo a una posible intervención militar de EE UU que a la red terrorista - La ausencia de reformas lastra el futuro del país

Una mujer completamente cubierta de negro compra dátiles en un puesto. Un vendedor ambulante de sandía en trozos se anuncia con un sonido metálico y los parroquianos que pululan por el zoco se hacen a un lado. La conferencia internacional sobre Yemen que ayer se celebró en Londres no alteró lo más mínimo la parsimonia de la Ciudad Vieja de Saná. El resto del mundo puede estar preocupado por la creciente presencia de Al Qaeda en este país, pero sus habitantes no se sienten amenazados, aunque admiten que la mala imagen les hace daño.

"La gente sigue viniendo al mercado y no noto que estén...

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Una mujer completamente cubierta de negro compra dátiles en un puesto. Un vendedor ambulante de sandía en trozos se anuncia con un sonido metálico y los parroquianos que pululan por el zoco se hacen a un lado. La conferencia internacional sobre Yemen que ayer se celebró en Londres no alteró lo más mínimo la parsimonia de la Ciudad Vieja de Saná. El resto del mundo puede estar preocupado por la creciente presencia de Al Qaeda en este país, pero sus habitantes no se sienten amenazados, aunque admiten que la mala imagen les hace daño.

"La gente sigue viniendo al mercado y no noto que estén asustados, al menos no hablan de ello", asegura Abdalá Husein al Hababi, en su minúscula tienda de las cercanías de la Puerta de Yemen. Este vendedor de especias admite sin embargo que el ruido mediático les afecta. "Me preocupa la reputación de mi país, la imagen que se está dando de él", dice sabedor de que tiene un impacto sobre los visitantes.

"Los extranjeros han dejado de venir", se lamenta un cambista de Saná
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"¿Al Qaeda? Aquí en Saná, no nos afecta. Actúa fuera. La mayoría son egipcios y negros. Lo que nos está causando problemas es la guerra de los Huthi en Saada. Desde que empezó, las ventas han caído un 90%", apunta por su parte Ibrahim, que tiene un negocio de artesanía y depende del turismo. "Los extranjeros han dejado de venir desde que empezó el conflicto", confirma un poco más adelante un cambista a la sombra de uno de los típicos edificios yemeníes con puntillas de yeso y ventanas de colores.

Ninguno de los entrevistados se siente inseguro. Sin embargo, desde los bombardeos gubernamentales a presuntos militantes de Al Qaeda en la provincia de Sabwa hace dos semanas, la amenaza de represalias ha obligado a aumentar los controles en la capital. Las televisiones por satélite machacan con el asunto y el riesgo de una intervención estadounidense, algo que, tras Irak y Afganistán, los yemeníes temen más que tres Al Qaedas juntas.

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"No está claro que los atentados sean obra de Al Qaeda", afirma sin pestañear Naser, propietario de una pequeña empresa que organiza conferencias. A falta de transparencia política e informativa, este joven no tiene empacho en atribuir los ataques suicidas a los servicios de inteligencia locales o a la CIA, una versión muy popular entre una población con un 50% de analfabetos.

"Por supuesto que ahora es más inseguro que antes", concede Ali Saif Hassan, un analista político que dirige el Political Development Forum. En su opinión, los últimos acontecimientos prueban que "Al Qaeda se considera lo suficientemente fuerte para enfrentarse a EE UU aquí y ahora". No obstante, para Hassan el reforzamiento de Al Qaeda, como los conflictos en el norte y en el sur del país, no son más que los síntomas de una enfermedad más grave que es la ausencia de reformas políticas y económicas, agravada por la corrupción: "Se lucha por unos recursos escasos".

Y ahí está el principal obstáculo para que Yemen salga del agujero. Quien controla esos recursos, no se ha mostrado hasta ahora muy partidario de compartirlos. La democracia formal que el presidente Ali Abdalá Saleh estableció en 1996 se ha visto privada de contenido por su forma de Gobierno a través de una red de patronazgo que debilita las instituciones públicas y reduce a meras comparsas tanto el Parlamento como los partidos políticos.

En el haber de Saleh está el haber logrado una estabilidad política sin precedentes en la historia reciente de Yemen. Sin embargo, su sistema de dividir y enfrentar a las distintas tribus para luego cooptarlas, se está quedando sin combustible a medida que decrecen las reservas de petróleo (y su precio). Las astucias que le han permitido mantenerse en el poder durante tres décadas han ignorado las transformaciones que necesitaba el país. Ahora, la falta de infraestructuras básicas lastra cualquier esfuerzo e incluso dificulta la ayuda exterior.

Existe el peligro de que Saleh, acostumbrado a manipular a los yihadistas para sus objetivos políticos, crea que puede hacerlo de nuevo. De hecho, hay signos preocupantes como que trate como terrorismo tanto la rebelión Huthi como el secesionismo del sur. Los grupos de derechos humanos han mostrado su alarma. "La lucha contra el terrorismo no puede convertirse en una carta blanca para violar los derechos fundamentales", afirma Lamri Chirouf, autor del último informe de Amnistía Internacional, en conversación telefónica desde Londres.

A pesar de la tranquilidad que se respira en las callejuelas de la Ciudad Antigua, algunos yemeníes reconocen que bajo la superficie la lava está en ebullición. "Alguien debiera explicarle a Saleh que son las reformas o las reformas; esta vez ya no queda tiempo para trucos", concluye un observador occidental.

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