Columna

Corrupción

La corrupción está a la orden del día. ¿Hay hoy más corrupción que antes? La respuesta políticamente correcta quiere ser moral pero apenas llega a moralista. Según ella, ahora hay más casos de corrupción porque la humanidad es más codiciosa y egoísta que nunca. Se trata del mismo argumento expuesto a cuenta de la crisis económica: la culpa es de una enorme e inesperada marea de avaricia. Pero esta teoría se esgrime sin ninguna evidencia y contra toda lógica. Pretender que nuestro tiempo se caracteriza por un grado de egoísmo mayor al de cualquier otro momento de la historia es tan absurdo como...

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La corrupción está a la orden del día. ¿Hay hoy más corrupción que antes? La respuesta políticamente correcta quiere ser moral pero apenas llega a moralista. Según ella, ahora hay más casos de corrupción porque la humanidad es más codiciosa y egoísta que nunca. Se trata del mismo argumento expuesto a cuenta de la crisis económica: la culpa es de una enorme e inesperada marea de avaricia. Pero esta teoría se esgrime sin ninguna evidencia y contra toda lógica. Pretender que nuestro tiempo se caracteriza por un grado de egoísmo mayor al de cualquier otro momento de la historia es tan absurdo como suponer que la libido es hoy mayor que hace cien, mil o diez mil años: cualquier biólogo podrá garantizar que las pulsiones de aquella buena gente eran más o menos las mismas que las nuestras.

Pero hay otra hipótesis para explicar tanta corruptela y tanta indecencia delictiva. Nadie cuestiona el presupuesto de que la corrupción debe combatirse con mayor intervención pública, y sin embargo es la intervención pública la que genera mayores oportunidades para la corrupción. La corrupción viene dictada por la creciente intromisión del poder en todas las esferas. En tanto en cuanto un ayuntamiento tenga poder para trazar una línea en el territorio y dictaminar que a un lado de esa línea se pueden construir rascacielos y al otro lado sólo cultivar zanahorias hay y habrá corrupción. Y cuanto más engorde la normativa para combatir la corrupción mayores serán las oportunidades para que aumente su práctica. En contra de lo que manifiesta la clase política, en contra de lo que se escucha desde toda clase de tribunas, el único medio de acabar con la corrupción sería, una vez establecidos los necesarios espacios de interés general, dejar el resto de la realidad al libre arbitrio de la gente. Allá donde las personas son libres e iguales la corrupción es imposible. Y allá donde el poder concede a uno aprovechamientos e impone a otro limitaciones la corrupción está servida. En las relaciones contractuales no hay lugar para la corrupción. Otra cuestión es que en ellas hay lugar para la estafa, pero para combatirla sí debería estar el poder público, penalizando el engaño entre particulares. Claro que eso exige un poder judicial ágil y efectivo, lo cual nos lleva al ámbito siempre interesante, pero escasamente práctico, de la literatura fantástica.

Amparado por una interminable cadena de ocurrencias burocráticas, el poder político seguirá trazando líneas sobre la superficie de la tierra, concediendo a algunos privilegios, imponiendo a otros prohibiciones y aplicando a los más desgraciados una brutal expropiación. Quien piense que llegará un día en que esa prescripción jurídico-administrativa no provoque movimientos subterráneos puede que sepa algo de derecho, pero muy poco sobre las pasiones que gobiernan a los seres humanos, ayer, hoy, mañana y siempre.

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