Editorial:

Medidas antiterroristas

No hay alternativa realista a la intensificación de los controles disuasorios en los aeropuertos

El presidente Obama se reunió el martes con los máximos responsables de seguridad y defensa de EE UU para identificar los fallos que habían impedido detectar a tiempo al terrorista suicida nigeriano que se proponía provocar una matanza aérea sobre Detroit el pasado día 25; y para adoptar medidas que como mínimo tranquilizasen a una opinión pública a la que ese intento ha hecho revivir el recuerdo del 11-S. Esas medidas se unen a otras de reforzamiento de la seguridad aérea puestas en marcha de inmediato en numerosos países, incluyendo España, y que han provocado fuerte controversia.

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El presidente Obama se reunió el martes con los máximos responsables de seguridad y defensa de EE UU para identificar los fallos que habían impedido detectar a tiempo al terrorista suicida nigeriano que se proponía provocar una matanza aérea sobre Detroit el pasado día 25; y para adoptar medidas que como mínimo tranquilizasen a una opinión pública a la que ese intento ha hecho revivir el recuerdo del 11-S. Esas medidas se unen a otras de reforzamiento de la seguridad aérea puestas en marcha de inmediato en numerosos países, incluyendo España, y que han provocado fuerte controversia.

En Estados Unidos la alarma ciudadana ha sido avivada por la oposición republicana, que ha acusado a Obama de pasividad ante el suceso y, por otro lado, de debilidad frente al terrorismo, para concluir que el país estaba ahora más expuesto que en tiempos de Bush. Es cierto que Obama, de vacaciones en Hawai, tardó en reaccionar. Pero la comparación resulta falaz pues la decisión de Bush de responder en el terreno bélico es uno de los motivos de la reproducción y expansión territorial de Al Qaeda.

Pero la alternativa a la respuesta bélica es el reforzamiento de la eficacia de las medidas de seguridad, especialmente en el transporte aéreo. Tras el 11-S se constataron fallos de los servicios de espionaje, y ahora también, pues el terrorista nigeriano figuraba en una lista de sospechosos y su propio padre había avisado de sus contactos con radicales islamistas.

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Obama ha anunciado una revisión y actualización de datos sobre sospechosos que pretendan entrar en el país y del sistema de control aeroportuario, con registros más severos para los procedentes de Cuba y 13 países de tradición o con fuerte presencia islámica, lo que ha suscitado denuncias de xenofobia y racismo. Al mismo tiempo, otros países, empezando por Holanda, de donde había partido el terrorista frustrado del día 25, han puesto en practica medidas complementarias de control, incluyendo el escaneado corporal, lo que ha planteado dudas sobre su legitimidad.

Ya las había sobre la intensificación de los controles personales puestos en marcha en los últimos años, con periódicos debates sobre su utilidad. Un argumento recurrente es el de la desproporción entre las molestias causadas a cientos de millones de personas y las escasas capturas de sospechosos. Sin embargo, la función de esos controles es prioritariamente disuasoria: sin ellos habría seguramente más intentos, y no sólo de Al Qaeda.

Además, no hay alternativa. La estrategia terrorista aspira a provocar la indignación ciudadana contra los Gobiernos: bien por no haber impedido el atentado; bien por causar la irritación de la gente con medidas de control para impedirlo. Por supuesto que conviene que la tecnología y la mejora de la información limiten esas incomodidades. Pero es utópico suponer que puede haber defensa eficaz contra ese mal sin que todos tengamos que aportar, como mínimo, algo de paciencia.

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