Editorial:

Cumbre renqueante

Los Veintisiete salvan los muebles confirmando a Durão y allanando el nuevo referéndum irlandés

La cumbre de jefes de Estado y de Gobierno europeos desbloqueó ayer dos obstáculos institucionales que lastraban la supervivencia de la Unión: la designación de José Manuel Durão Barroso como repetidor en la presidencia de la Comisión Europea, con la irritación de los socialistas, y las condiciones para que Irlanda pueda volver a someter a referéndum el Tratado de Lisboa. También se acordó un esquema de nueva supervisión bancaria común, aunque con condiciones. Los Veintisiete salvaron así los muebles ante una posible crisis grave, especialmente inoportuna en una situación de recesión mundial....

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La cumbre de jefes de Estado y de Gobierno europeos desbloqueó ayer dos obstáculos institucionales que lastraban la supervivencia de la Unión: la designación de José Manuel Durão Barroso como repetidor en la presidencia de la Comisión Europea, con la irritación de los socialistas, y las condiciones para que Irlanda pueda volver a someter a referéndum el Tratado de Lisboa. También se acordó un esquema de nueva supervisión bancaria común, aunque con condiciones. Los Veintisiete salvaron así los muebles ante una posible crisis grave, especialmente inoportuna en una situación de recesión mundial.

¿Es esto bastante? De ninguna manera. La cumbre se inauguró significativamente al día siguiente de que el presidente Obama lanzase su proyecto de supervisión de las entidades bancarias, que viene a regular de forma más estricta el mundo financiero estadounidense. Y también cuando los grandes países emergentes (Brasil, Rusia, India y China) acaban de reclamar mayor protagonismo e influencia. Mientras unos empujan con fuerza, la UE apenas se mantiene. El Consejo Europeo pierde progresivamente relevancia. Desde su fundación se caracterizaba por su capacidad de lanzar iniciativas. Ahora, sus citas se han convertido en una instancia dirimente para encajar las quejas o desafecciones de los Gobiernos nacionales discrepantes. Y lo hace rebajando las ambiciones de las propuestas iniciales que examinan y sobre las que deciden.

En esta ocasión se han limitado a aceptar las condiciones de Irlanda para salvar el Tratado de Lisboa. Unas exigencias asumibles, pero que en su presentación política constituyen un chantaje inadmisible a los Veintisiete. Del mismo modo, el Consejo Europeo ha aceptado las condiciones británicas para excluirse del mecanismo de supervisión bancaria común cuando las decisiones de éste puedan afectar a su presupuesto nacional. Había una alternativa mejor: dotarse de un presupuesto suficiente para afrontar el salvamento de los bancos nacionales en crisis. Ni siquiera se ha considerado la idea.

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En vez de locomotora del tren europeo, los Veintisiete prefieren constituirse en renqueante vagón de cola, arrastrado por las indecisiones, temores y síndromes individualistas de sus componentes. Algo particularmente preocupante en una coyuntura en que la lucha contra la crisis económica exige más que nunca planteamientos rápidos y comunes, o al menos coordinados.

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