Columna

Europa es de derechas

La mayoría de los Gobiernos de los 27 países de la Unión Europea (UE) son de derechas; de derechas es la mayoría del Consejo Europeo, y el presidente de la Comisión, Durão Barroso, fue el cuarto mosquetero (y anfitrión) de la foto de las Azores, que dio el visto bueno a la invasión de Irak; por último, la mayoría del Parlamento Europeo, que se renueva dentro de unos días, es mayoritariamente de centro derecha.

A algunos ciudadanos españoles de más de una generación, que siempre identificaron Europa con las libertades perdidas durante el franquismo (la ciudadanía política y civil) y con ...

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La mayoría de los Gobiernos de los 27 países de la Unión Europea (UE) son de derechas; de derechas es la mayoría del Consejo Europeo, y el presidente de la Comisión, Durão Barroso, fue el cuarto mosquetero (y anfitrión) de la foto de las Azores, que dio el visto bueno a la invasión de Irak; por último, la mayoría del Parlamento Europeo, que se renueva dentro de unos días, es mayoritariamente de centro derecha.

A algunos ciudadanos españoles de más de una generación, que siempre identificaron Europa con las libertades perdidas durante el franquismo (la ciudadanía política y civil) y con la creación del Estado de bienestar (la ciudadanía social) -y que siempre vincularon a Europa con un proyecto progresista- parece olvidárseles esta realidad ideológica. Las elecciones al Parlamento Europeo, del que dependen ya más de la mitad de las iniciativas legislativas que afectan a la vida cotidiana de los europeos, son la oportunidad de limitar ese escoramiento ideológico.

Pese a que la mayoría de Gobiernos de la zona son conservadores, aplican políticas keynesianas
Los ciudadanos asumen que ninguna fuerza política por sí sola es capaz de sacarnos del atolladero

Además, en ese espacio público compartido que es la Unión Europea (UE) se padece una grave crisis económica que habiéndose iniciado en EE UU es ya más profunda en el viejo continente; que se manifiesta en una enorme reducción de la actividad, fuertes crecimientos del paro (más de 20 millones de personas) y un incremento nulo de los precios que algunos analistas identifican con una próxima deflación. Más allá de las dificultades institucionales, a este contexto de la coyuntura se añade un factor estructural negativo -el fracaso de la Agenda de Lisboa, que pretendía hacer de la UE la zona más avanzada del planeta con un modelo social propio- y una paradoja: pese a que la mayoría de Gobiernos de la zona son conservadores, la política económica que se está aplicando es una política keynesiana, de expansión de la demanda, que en nada se parece al modelo neoliberal del que presumían hasta el año 2007.

Dada la naturaleza, profundidad y velocidad de la Gran Recesión, los ciudadanos parecen (a través de los sondeos privados y el eurobarómetro) asumir un hecho que todavía no han verificado los políticos de algunos países de la Unión (por ejemplo, España): que ninguna fuerza política es capaz, por sí sola, de sacar del atolladero económico, global y sistémico, a sus representados. ¿En qué momento se manifestará, sin ningún tipo de velos, la necesidad de un pacto que sustituya con garantías de éxito al que en la segunda posguerra mundial firmaron los socialdemócratas y los democristianos y que hizo de Europa una historia integradora de éxito y de progreso que todos querían emular? Ese pacto dio lugar a la edad de oro del capitalismo (el periodo en el que la economía creció más, y más prolongadamente, hasta la mitad de los años setenta) y a la creación del Estado de bienestar, como mejor utopía factible de la humanidad.

Felipe González, que preside la célula de reflexión de hacia dónde va Europa y uno de los escasos políticos que está utilizando la campaña electoral al Parlamento Europeo para hacer europeísmo militante, ha volcado los contenidos de ese nuevo pacto en cinco puntos: consolidación de una política económica anticíclica, que invierta el curso de la recesión, y propuestas para un nuevo orden financiero que impida recaer en los errores y abusos cometidos (más y mejor regulación); una nueva agenda que sustituya a la de Lisboa y que vincule inseparablemente el modelo económico con el Estado de bienestar europeo (cómo ser una potencia económica y tecnológica que compita en la era de la globalización y cómo y cuánta cohesión social se puede financiar para mantener el modelo social que se exhibe como seña de identidad europea); una política energética que tenga en cuenta al tiempo la seguridad en el suministro con las limitaciones que impone la lucha contra el cambio climático ("es el problema global de mayor envergadura que enfrentamos en el medio y largo plazo"); políticas migratorias comunes, en las que se tenga en cuenta la cooperación con los países emisores y que vayan a las causas de los flujos incontrolados; y una política de seguridad que no sólo tenga en cuenta el terrorismo sino la lucha contra las mafias criminales organizadas.

¿Hay tiempo para ponerse de acuerdo en estas políticas de carácter más transversal que ideológico? En parte depende del resultado de las elecciones al Parlamento Europeo. Por ello es imprescindible votar.

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