Columna

Parálisis total

Todo ese apoyo que los empresarios prestan a Francisco Camps, ¿tendrá alguna consecuencia? Al presidente puede servirle de consuelo en un momento tan delicado como el que atraviesa, pero, fuera de ello, su utilidad parece dudosa. Pretender convencernos de su inocencia con estas muestras de lealtad forzada no parece el camino más adecuado, aunque sus asesores piensen lo contrario. En cualquier caso, no es la inocencia de Camps lo que debe preocuparnos; ya decidirán los tribunales sobre ella cuando lo estimen oportuno. Lo realmente grave es el aletargamiento en que ha caído nuestra primera autor...

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Todo ese apoyo que los empresarios prestan a Francisco Camps, ¿tendrá alguna consecuencia? Al presidente puede servirle de consuelo en un momento tan delicado como el que atraviesa, pero, fuera de ello, su utilidad parece dudosa. Pretender convencernos de su inocencia con estas muestras de lealtad forzada no parece el camino más adecuado, aunque sus asesores piensen lo contrario. En cualquier caso, no es la inocencia de Camps lo que debe preocuparnos; ya decidirán los tribunales sobre ella cuando lo estimen oportuno. Lo realmente grave es el aletargamiento en que ha caído nuestra primera autoridad. Desde el inicio de la crisis económica, Camps está paralizado y su implicación en el caso Gürtel ha agravado los síntomas hasta un extremo insoportable. La acinesia del Gobierno es cada día más evidente y todo apunta a que será duradera. ¿Podremos resistirlo los valencianos?

Si el auxilio de los empresarios proporcionara a Camps alguna idea para mejorar la economía, lo daríamos por bien empleado y no nos importaría que pasaran los días reunidos. Todo vale cuando se trata de combatir una crisis económica como la que sufrimos. Pero lo único que el presidente ha manifestado hasta ahora es el anhelo de que regresen pronto los días dorados de la construcción. "La construcción -ha dicho Camps- tiene que seguir siendo locomotora fundamental de la economía, generación de empleo y bienestar". Este hombre confunde la realidad con sus deseos, pero aunque le contradijera una legión de economistas, seguiría pensando de idéntica manera porque necesita tener razón.

Esto sucede cuando se multiplican las malas noticias para la Comunidad Valenciana y no pasa día sin que recibamos algún disgusto. Hoy son las cifras del PIB o de la renta per cápita, ayer las del fracaso escolar; mañana, la situación de Terra Mítica. No acabamos de recuperarnos del contratiempo que suponen estos datos, y el Parlamento Europeo condena el mal urbanismo valenciano. En el transcurso de unos pocos meses, hemos pasado de ser considerados una de las regiones más envidiables del país a ocupar los últimos lugares. Concluida la fiesta del ladrillo, los datos que ofrece la realidad no pueden ser más alarmantes.

La reacción de los miembros del gobierno ante los sucesos indica que no habían previsto que algo así pudiera suceder. Es más, si hemos de juzgarles por su comportamiento diario, la impresión es que estos hombres todavía no se creen lo ocurrido. De hecho, se conducen del mismo modo que meses atrás, en su momento de triunfo. De ahí, las ocurrencias de Font de Mora, los circunloquios de García Antón o las palabras que Francisco Camps repite insistentemente una y otra vez. El mundo que crearon desde el gobierno se ha venido abajo, pero ellos actúan como si nada hubiera acontecido. La sensación de irrealidad que desprende la política valenciana es cada día más fuerte y crece con la retórica de sus protagonistas.

El problema no estriba sólo en salir de la crisis, sino en decidir qué haremos después y qué acciones debemos emprender para lograrlo. Si la solución fuera tan sencilla como desea el presidente Camps, no habría mucho por lo que preocuparse y nos bastaría con sentarnos a esperar. Pero es probable que las cosas sean algo más complicadas y, en algún momento, haya que gobernar. La cuestión es saber si en la Comunidad Valenciana hay alguien en condiciones de hacerlo.

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