Crónica:LA CRÓNICA

La leona del Moderno

Como cada año, llega el monzón cinematográfico que -primero Goya y después Oscar- traerá chubascos de premios por doquier, y como cada año, se hablará de la crisis del ramo. En mis tiempos mozos la cosa era bien distinta: hablar de cine era hablar de salas de sesión doble -con No-Do y publicidad-, tan abarrotadas los fines de semana que era habitual ver parte de la película de pie, sentado en el pasillo o directamente sobre el respaldo de alguien que -con gesto resignado- se apartaba hacia el otro lado.

Entonces se iba al cine a comer bocadillos, pipas, cacahuetes con cáscara e incluso ...

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Como cada año, llega el monzón cinematográfico que -primero Goya y después Oscar- traerá chubascos de premios por doquier, y como cada año, se hablará de la crisis del ramo. En mis tiempos mozos la cosa era bien distinta: hablar de cine era hablar de salas de sesión doble -con No-Do y publicidad-, tan abarrotadas los fines de semana que era habitual ver parte de la película de pie, sentado en el pasillo o directamente sobre el respaldo de alguien que -con gesto resignado- se apartaba hacia el otro lado.

Entonces se iba al cine a comer bocadillos, pipas, cacahuetes con cáscara e incluso nueces, cuyos restos iban a parar al fondo de la sala, junto a papeles, botellas y orines de niño. Más que por amor al séptimo arte, se iba porque se estaba caliente en invierno y fresquito en verano, porque era barato y porque podías estar todo el tiempo que quisieras. Eso explica que en aquellos años alrededor de mi casa existiese una cantidad tan descomunal de salas, casi ninguna de las cuales ha sobrevivido hasta nuestros días.

Antes se iba al cine porque era barato y porque podías estar todo el tiempo que querías

Estaba el Continental, de cierta categoría, situado en la carretera de Collblanch esquina con la de la Riera Blanca, donde solían poner películas yanquis. Por contraste, el cercano Romero estaba especializado en programas imposibles, con una de Alfredo Landa y otra de Christopher Lee. En esa sala recuerdo haber visto -literalmente aterrorizado- La noche del terror ciego, de Armando de Osorio, sobre unos malvados espectros de templario esquelético, mientras mi madre -a quien chiflan esas historias- me mentía diciéndome que no eran fantasmas, sino contrabandistas. Mamá, ¿cómo iban a ser contrabandistas si estaban en el puro hueso?, ¿eh?

Otro cine que recuerdo era el minúsculo Galileo, antiguo baile en el que, si te tocaba columna, cogías una tortícolis de caballo. O el Gayarre, en la carretera de Sants, que junto con el cercano Liceo formó la élite cinematográfica local hasta la llegada del actual Palacio Balañá. También estaban el Juventud y el Alhambra, ambos en La Torrassa. Y el Bohemio, ya en Hostafrancs, donde se habían organizado sonados mítines en la Guerra Civil, un local con el bar situado junto a la pantalla y siempre frecuentado por familias gitanas que llevaban hasta al perro. Harina de otro costal era el Círculo Católico de Sants, demasiado casposo y beatuelo para mi padre. O el Arenas, siempre un poco tétrico, que fue sala de cine S y que está a punto de desaparecer bajo la excavadora.

Aunque mi preferido siempre será el cine Moderno -en la calle del Doctor Martí Julià-, cuyo interior era todo de madera y en el que con frecuencia se rompía la cinta a media persecución y te dejaba con las ganas de saber cómo acababa la peli. Aquel local fue el primero al que me llevaron, a ver -con cuatro o cinco años- un programa compuesto por Blancanieves y Frankenstein, premonitoria fusión entre Walt Disney y Boris Karloff, con una inauguración de pantano de por medio. Monstruoso.

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No obstante, al Moderno no se iba solamente a ver La pimpinela escarlata o Tarzán de los monos, o a darle patadas a una botella para que rodara, ruidosamente, pasillo abajo. La máxima atracción estaba junto a la taquilla. Allí, en una jaula con barrotes, había una leona viva, bastante apática, que los niños admirábamos entre asustados y fascinados. De vez en cuando, en la oscuridad de la sala se oía un rugido y parecía que la fiera iba a salir por el pasillo de un momento a otro.

Pasada la infancia, estuve muchos años sin ir al cine. Y cuando volví, las salas sólo echaban una película -eso sí, de estreno- y nadie se te sentaba en el respaldo. Pero ¿acaso hay algún cine actual que tenga una leona? Pues eso.

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