Reportaje:

"Son delincuentes con placa"

Lucian Paduraru revive la brutal detención que sufrió y que ha supuesto la condena por torturas de tres 'mossos'

Desde su casita de Brasov, en la región rumana de Transilvania, Lucian Paduraru habla con sosiego y desparpajo -y con un punto de amargura que ni por teléfono es capaz de disimular- de lo que le ha pasado. El verano de hace dos años vivió su peor noche: fue asaltado en plena calle por policías que le confundieron con un ladrón y le torturaron. "Para mí, los mossos que me atacaron sólo son delincuentes con placa".

Esos cinco funcionarios han sido ahora apartados del cuerpo y condenados por la Audiencia de Barcelona. Cuatro, a penas de cárcel. Tres, a más de seis años. Es la senten...

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Desde su casita de Brasov, en la región rumana de Transilvania, Lucian Paduraru habla con sosiego y desparpajo -y con un punto de amargura que ni por teléfono es capaz de disimular- de lo que le ha pasado. El verano de hace dos años vivió su peor noche: fue asaltado en plena calle por policías que le confundieron con un ladrón y le torturaron. "Para mí, los mossos que me atacaron sólo son delincuentes con placa".

Esos cinco funcionarios han sido ahora apartados del cuerpo y condenados por la Audiencia de Barcelona. Cuatro, a penas de cárcel. Tres, a más de seis años. Es la sentencia más dura contra los Mossos d'Esquadra, que, una vez más, están en el ojo del huracán. Y Lucian, un albañil de 28 años que ha pasado media vida en España y que ahora ha tenido que regresar a Rumania, ha sido protagonista a su pesar. "No me gusta que alguien vaya a la cárcel, porque las familias se rompen. Pero estos policías... ¡Llegaron al juicio riéndose!", recuerda.

El joven perdió su trabajo de albañil y ha preferido volver a Rumania
La policía basó la detención errónea en el fotograma de un cajero automático

Pese a que la justicia le da la razón, Lucian sabe que algunas personas aún dudan de que su historia ocurriera tal y cómo la cuenta. Mandos policiales han cuestionado la sentencia porque, en su opinión, se basa sólo en la versión de una de las partes. Y el propio Departamento de Interior ha decidido mantener el apoyo jurídico a los agentes para que la recurran ante el Tribunal Supremo. "Es normal. ¿Quién cree a un puto rumano?", relata con amargura.

El fantasma de la duda fue, precisamente, el que le impulsó (casi le obligó) a denunciar a los mossos. Lucian compara a los vecinos del bloque donde vivía, en Barcelona, con los protagonistas de Aquí no hay quien viva, la serie televisiva donde todos vivían abonados al cotilleo y al chisme. "Decían que si no denunciaba era porque ocultaba algo". Así que cruzó el Rubicón. Ahora está satisfecho, pero a medias. "Sabía que iba a ganar, porque digo la verdad. Pero esto me ha traído más problemas que otra cosa", dice en alusión a los que le han acusado de querer embolsarse dinero a costa de la policía. "¡Pero si no me han pagado ni los viajes! Y mira, si la tele me ofrece buen dinero, al menos habré sacado algo bueno de esta mierda".

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Esos "problemas" que cita empezaron con su jefe. Lucian trabajaba en la construcción. Las heridas que sufrió en el arresto le dejaron la espalda "con unos moratones enormes, negros", asegura el joven, que es hemofílico. Aun así, a los dos días de la paliza recorrió 100 kilómetros para ir a una obra en Girona. Su jefe no atendió a explicaciones. Había faltado al tajo y eso bastaba: le vino a decir que no hacía falta que volviera.

Al desempleo se le unió, sin previo aviso, el miedo. "Salía a la calle y siempre miraba atrás. Si venía alguien, cambiaba de acera. Aún lo hago, me sale sin pensar". Encontró trabajo en el área logística de Barcelona, la Zona Franca. "Pero una noche me siguió una persona y cogí miedo. Lo dejé".

Fulga, su novia, lo pasó peor que él. Apenas llevaba unas semanas en España -la pareja se había conocido durante unas vacaciones de Lucian en su país- cuando ocurrió el incidente, el 27 de julio de 2006. La pareja salía de casa a tomar un café. Entonces llegaron los cinco mossos, de paisano. Dos de ellos agarraron a la joven del pelo, la arrastraron por el suelo y la llevaron a comisaría. Allí estuvo dos horas. "Para ella fue horrible. La intentaron manipular diciéndole que yo era un chulo putas y un traficante, pero aguantó", dice Lucian. Unos detalles que, expresados de otra forma, constan como "hechos probados" en la reciente sentencia.

Fulga, una chica "culta" e hija de una arquitecta, estaba entonces embarazada de tres meses. Nunca imaginó que un cuerpo policial de un país democrático pudiera actuar como lo hizo. "Suerte que no le pasó nada al niño, porque si no...". El crío tiene ahora casi dos años. "Está bien, pero el médico dice que está todo el tiempo muy nervioso".

Al joven rumano, que además de albañil presume de ser un gran jugador de ajedrez ("es cuestión de paciencia", dice) no le importa recordar lo que sintió durante el arresto. "Yo peso 50 kilos con el embalaje y todo. Y ellos son armarios. Me pegaron. Un policía me preguntó dónde tenía las llaves del piso mientras me golpeaba. No entendía nada. Después sí até cabos". A Lucian lo habían confundido con un ladrón que, días antes, había asaltado dos viviendas de la calle Ample, en pleno casco antiguo.

¿Cómo llegaron los Mossos a la conclusión errónea de que Lucian era el hombre al que buscaban? A través de un camino plagado de errores y de malos entendidos. En uno de los robos, el ladrón lesionó a una mujer. En el otro, se llevó una libreta de ahorros y, con el número secreto, sacó dinero en un cajero automático de La Caixa. El destino quiso que lo hiciera en una sucursal situada a 200 metros del piso de Lucian, junto a la estación de autobuses Nord. La policía cotejó el fotograma de las cámaras de seguridad -borroso, poco nítido- con los vecinos de la zona.

Le tocó pringar a Lucian porque estaba fichado por el Cuerpo Nacional de Policía. En 2004 infringió la Ley de Extranjería. Y en 2005 fue arrestado por un altercado a la salida de una discoteca. Nada relacionado con el hurto, pero suficiente para buscarle. Los Mossos mostraron la fotografía antigua de Lucian a la mujer que fue víctima del asalto. Ella le identificó, aunque con muchas dudas. Cuando, al día siguiente (28 de julio) la policía enseñó a la mujer una imagen más reciente del detenido, no le reconoció. La pesadilla de Lucian había acabado.

La noche en el calabozo, Lucian la pasó "pensando qué narices podría haber hecho". De la mañana siguiente, Lucian destaca el hecho de que el mismo policía que le había metido la pistola en la boca en el traslado en coche patrulla -eso también se considera probado- le invitó a fumar un cigarrillo y rompió delante de él "la hoja con las acusaciones contra mí". Fuentes policiales calificaron de "ejemplar" la trayectoria de los cinco policías hasta ese incidente puntual. Los policías actuaron "con ímpetu" pero movidos "por la voluntad de aclarar un delito".

No era la última vez que Lucian iba a pisar la comisaría de Les Corts. Meses después, reconstruyó los hechos junto a la juez de instrucción. Su caso fue uno de los que llevó a Interior a plantearse la necesidad de combatir los malos tratos en comisaría. Hoy ya se han instalado mil cámaras en las dependencias policiales de Cataluña.

Comisaría de Les Corts, donde estuvo Lucian.CARLES RIBAS

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