Columna

Zoquetes

En el mundo de la enseñanza es un tema recurrente el de si los alumnos zoquetes y los alumnos aventajados han de compartir aula así como la preocupación por el perjuicio que los primeros causan a los segundos. Bajan el nivel, se dice. La enseñanza obligatoria está muy bien, se dice, pero la diversificación tendría que comenzar antes y se le debiera ofrecer al zoquete otra vía de aprendizaje que le resultara más útil y lo hiciera menos molesto para los demás alumnos y para la misma escuela. ¿Qué hacemos con los zoquetes, esa fuente de todos los males para la Secundaria, horror del aula, torpedo...

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En el mundo de la enseñanza es un tema recurrente el de si los alumnos zoquetes y los alumnos aventajados han de compartir aula así como la preocupación por el perjuicio que los primeros causan a los segundos. Bajan el nivel, se dice. La enseñanza obligatoria está muy bien, se dice, pero la diversificación tendría que comenzar antes y se le debiera ofrecer al zoquete otra vía de aprendizaje que le resultara más útil y lo hiciera menos molesto para los demás alumnos y para la misma escuela. ¿Qué hacemos con los zoquetes, esa fuente de todos los males para la Secundaria, horror del aula, torpedo de todas las estadísticas, chivo expiatorio de nuestra impotencia? Los zoquetes parecen robar un espacio que no les corresponde. A cada cual lo suyo, y la escuela, esta escuela, no está hecha para ellos. Sin embargo, serían ellos quienes recabarían la atención principal, convirtiéndose en origen y principio de todos los cambios, reformas y planes que sacuden la escuela en los últimos tiempos; serían, en definitiva, la causa del mal. Todo está pensado para ellos, en un empeño inútil que socava la enseñanza y perjudica a quienes sí serían sus beneficiarios. Pero, ¿realmente es así?

¿Qué hacemos con los zoquetes, esa fuente de todos los males para la Secundaria?

Sobre los zoquetes, es decir, sobre los malos alumnos, escribe Daniel Pennac en Mal de escuela, recientemente publicado en español. Él fue uno de ellos, y no nos ahorra detalles en el libro sobre cuál fue el nivel de su zoquetería. Libro sobre los zoquetes, es también un libro sobre el profesor, esa figura central en el ello complejo de la enseñanza y de la que parecen olvidarse planes, métodos y reformas. Si la escuela era un mal, del que había que huir echando mano para ello de todas las estrategias a las que recurren los zoquetes, Daniel Pennac reconoce, sin embargo, que fue la escuela la que lo salvó, mejor dicho, que fueron cuatro profesores los que lo salvaron, cuatro de entre los muchos que tuvo. Y ninguno de ellos le prestó una atención especial, ninguno se dedicó expresamente a salvarlo. Fueron profesores extraordinarios, genios para él, que supieron sacarlo del pensamiento mágico en que vive encerrado el zoquete, ese pensamiento que los hace prisioneros de un presente perpetuo: el cero en ortografía, por ejemplo, repitiéndose como un maleficio. Y exclama Pennac: "Basta un profesor -¡uno solo!- para salvarnos de nosotros mismos y hacernos olvidar a todos los demás".

Daniel Pennac, hoy un novelista famoso, fue él también profesor de Secundaria durante muchos años después de dejar de ser un zoquete, si es que alguna vez ha dejado de serlo. Siempre queda de fondo el dolor de haberlo sido, y desconfía de tantos triunfadores que se jactan de haberlo sido sin resquicio alguno de ese dolor. Y como profesor ha tenido muchos alumnos zoquetes, a los que ha sabido apreciar desde su propia experiencia y a los que caracteriza maravillosamente. Y el zoquete que fue, su Pepito Grillo en el libro, le obliga a cuestionarse muchos de sus supuestos éxitos como profesor. Ardua tarea la del zoquete para huir de su pesadilla. El miedo permanente, la necesidad de huir, el aprieto de vivir en la mentira, la necesidad de acomodarse en la conciencia de su nulidad, la urgencia de buscarse una pandilla para "oponer un sentimiento de comunidad a esa perpetua soledad", la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende en un mundo donde todos los demás comprenden.

El libro de Pennac es un libro hermoso, y creo que imprescindible, estemos o no de acuerdo en algunos de sus diagnósticos. Es impagable su diálogo final con su zoquete interior. Escuchemos a éste: "Es preciso que quienes pretenden enseñar tengan una clara visión de su escolaridad, que sientan un poco el estado de ignorancia si quieren tener la menor posibilidad de sacarnos de ahí". Y su remedio final, esa palabrota, esa que no puedes pronunciar en una institución académica: el amor. ¿Qué clase de amor? No se trata de simpatías ni de antipatías. Se trata simplemente de esto: "Una golondrina aturdida es una golondrina que hay que reanimar". Así acaba el libro.

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